Las historias de animales borrachos o drogados son sorprendentemente comunes. Gatos eufóricos tras ingerir hierba gatera, delfines juguetones tras dar unos mordisquitos a los peces globo, canguros desbocados dejando las marcadas de sus torpes pasos en los campos de opio de Tasmania y elefantes caminando errantes tras darse un festín del fruto del árbol de marula son algunos ejemplos de ello.
Sin embargo, no todos son reales. El término “drogado” o “borracho” obedece a unos criterios muy concretos, que no siempre se cumplen o, al menos, no con los fines “recreativos” y voluntarios que muchas anécdotas pretenden hacernos creer. En el caso del elefante, por ejemplo, todo tiene cierto sentido. El azúcar contenido en esta fruta puede fermentar, como el de la uva para dar lugar al vino, dando a los pobres paquidermos un chute de etanol que puede terminar con ellos caminando en círculos por la selva.
No le eches la culpa al alcohol, tu moralidad no cambia cuando estás borracho
Con el fin de saber si realmente tienen la capacidad de emborracharse, un equipo de científicos de la Universidad de Calgary (Canadá) ha llevado a cabo un estudio, publicado en Biology Letters, en el que se analiza su genoma, en busca de un gen que los haga más propensos alcohol. En la historia detrás de este trabajo de investigación se encuentran también otras especies, como algunos murciélagos y, por supuesto, los humanos. ¿Cómo íbamos a hablar de borrachera sin mencionar a nuestra propia especie?
De la fruta al alcohol hay un paso
Que un animal se emborrache con mayor o menor facilidad reside en su capacidad para metabolizar el alcohol.
Los seres humanos, por ejemplo, contamos con una variante genética del gen ADH7, que nos permite llevar a cabo esta actividad con bastante eficacia, evitándonos así grandes borracheras. Cuesta creerlo, si se tiene en cuenta el resultado de alguna que otra barra libre; pero el caso es que, a niveles bajos de etanol, somos capaces de metabolizarlo mucho mejor que otras especies (eso no quiere decir que beber poco sea sano, por supuesto).
Según los autores del estudio, esta condición genética evolucionó en un ancestro común con gorilas y chimpancés para facilitar que pudiera comer fruta sin intoxicarse en caso de que su azúcar hubiese empezado a fermentar. Por eso, pensaron que la ausencia o presencia del gen podría residir en que la dieta de un animal concreto poseyera la fruta entre sus alimentos habituales.
Lo comprobaron analizando el genoma de 85 mamíferos, 79 de los cuales resultaron tener este gen en su ADN. Los pocos que carecían de él eran principalmente los que se alimentaban de carne u hojas, pero rara vez recurrían a la fruta, por lo que su teoría seguía siendo sólida.
¿Cuántas copas de vino al día son buenas para tu salud? Cero
Sí que lo encontraron en algunos murciélagos que se alimentan principalmente de néctar, así como en aye-ayes, que también cuentan con la fruta entre sus alimentos favoritos, o el koala, que necesita lidiar con las toxinas presentes en el eucalipto.
¿Qué pasa entonces con los elefantes? Curiosamente, a pesar de que sí se les ha observado alguna vez comiendo fruta, resultó que no poseían este gen. Esto indicaría que sí podrían emborracharse fácilmente. Sin embargo, los científicos responsables de este estudio advierten que muchas historias no son más que leyendas y que, además, debemos aprender a diferenciar los movimientos naturalmente torpes e inestables de algunos animales de los de muchos humanos de vuelta a casa un sábado por la noche. Pueden parecer iguales; pero, en realidad, las causas son muy diferentes.