Si hay un planeta del Sistema Solar —aparte del nuestro— que haya encandilado a los narradores de la literatura o el cine, ese es Marte. De hecho, no nos debe extrañar en absoluto que, cuando se habla de extraterrestres, las personas mencionan a los marcianos en muchísimas ocasiones: tenemos al planeta rojo tan en nuestro punto de mira para las ficciones fantásticas sobre seres de otros mundos que ¿de dónde si no deberían venir a visitarnos o invadirnos los alienígenas? Por eso, para la inmensa mayoría de los filmes sobre un planeta ajeno escogen casi siempre al cuarto desde el Sol.

Y es una gran alegría cuando un buen cineasta se decide por él para una de sus obras, como el estadounidense Brian de Palma con Misión a marte (2000). En su extenso currículo encontramos la infumable obra de culto Fantasma del paraíso (1974), la clásica intriga hitchcockiana de Fascinación, con la fantasmagórica banda sonora de Bernard Herrmann (Psicosis); la icónica Carrie (1976), la excesiva El precio del poder (1983), la impecable Los intocables de Eliot Ness (1987), la incómoda Corazones de hierro (1989) o la potente Atrapado por su pasado (1993).

misión a marte brian de palma
Touchstone

También el trepidante espectáculo sobre espías traicioneros de Misión imposible (1996), quizá lo más logrado del director; Ojos de serpiente (1998) y su ilustre plano secuencia inicial o Redacted (2007), prima hermana de Corazones de hierro en las miserias bélicas que aborda pero con un estilo seudodocumental. Y es, de hecho, Misión a marte la que concluye la mejor racha del estadounidense, las cuatro películas que rodó entre 1993 y 2000. En ella demuestra lo mucho que le gusta alargar las tomas a veces hasta convertirlas en planos secuencia, moviendo la cámara que es una gloria. Y además brilla como la de mayor interés artístico de cuantas se centran en la cuna de los marcianos.

Aunque fácil se lo han puesto el tostón inverosímil de Robinson Crusoe de Marte (Byron Haskin, 1964), la sobrevalorada Desafío total (Paul Verhoeven, 1990), el desastre de Planeta rojo (Antony Hoffman, 2000), la cutrez de Fantasmas de Marte (John Carpenter, 2001), la terrible Doom (Andrzej Bartkowiak, 2005), algo tan carente de ingenio y una identidad visual propia como Marte necesita madres (Simon Wells, 2011), la insípida John Carter (Andrew Stanton, 2012), la tristemente desmadrada Los últimos días en Marte (Ruairi Robinson, 2013), la eficaz pero nunca agobiante Marte (Ridley Scott, 2015) o la pueril Un espacio entre nosotros (Peter Chelsom, 2017).

Misión a marte se ve muy beneficiada en su relato porque tiene el embrujo de lo insólito y lo abracadabrante en la exploración espacial y el vértigo de las peligrosas aventuras en las historias de fantasía y ciencia ficción, con varios recuerdos ineludibles a la célebre 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968); y determinados temas en la banda sonora del respetadísimo Ennio Morricone (La leyenda del pianista en el océano) agudizan la sensación de extrañeza, inquietud y asombro con el sonido chocante de instrumentos cuya presencia es precursora de la partitura de Hans Zimmer (Hannibal) para Interestellar (Christopher Nolan, 2014).

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Aquí contemplamos escenas que le hacen sudar a uno de la tensión que provocan, y lo consiguen sin el gozoso movimiento y el caos de las que la causan en Gravity (Alfonso Cuarón, 2013); y a pesar de que no amamos a los personajes porque su carisma resulta insuficiente para ello, otras rompen el corazón. Determinadas elipsis de lo más honrosas evitan pérdidas de tiempo, y su último tramo les encantará a los espectadores que se enamoraran de la serie documental Cosmos: A Personal Voyage (Carl Sagan, Ann Druyan y Steven Soter, 1980) y su secuela, Cosmos: A Spacetime Odyssey (Druyan y Soter, desde 2014).

Hay quien ha criticado Misión a Marte por sus detalles patrióticos pero, si por eso es, ¿cuántas obras maestras de Hollywood habría de desechar debido al mismo engorro? Y, por otra parte, no hablamos de una americanada como el despropósito inasumible con el que termina, por ejemplo, Parque Jurásico 3 (Joe Johnston, 2001): no hay inverosimilitud alguna ni parecida en estos detalles, por mucho que el típico autodesprecio español nos empuje a torcer el rostro ante los síntomas del ridículo orgullo nacionalista yanqui. Que nada os impida disfrutar o sufrir con las angustias y las maravillas de este viaje al planeta rojo.

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