Las escenas poscréditos del cine nos hacen quedarnos en la butaca a contemplar la ristra larguísima de nombres participantes en su desarrollo, si bien muchos espectadores se largan antes de que aparezcan porque no les importan, e incluso no pocos críticos profesionales en las proyecciones para la prensa de forma incomprensible. Las intenciones de incluirlas suelen ser varias: pueden servir para rematar algún detalle de la historia que nos han contado, hacer el último chiste en las comedias o exhibir una vocación de continuidad. Y en este caso último se encuadra la que hay entre los créditos de Sonic (Jeff Fowler, 2020).

En la zona boscosa de Green Hills, localidad ficticia de Montana que se llama casi igual que el primer nivel del videojuego Sonic the Hedgehog (Naoto Oshima y Yuji Naka, 1991), se abre uno de los anillos dorados que usan de portal en el planeta del raudo erizo, y de él surge un zorro anaranjado y con dos colas que utiliza para volar como un helicóptero a grandes velocidades: se trata de Miles “Tails” Prower, al que conocimos jugando a Sonic the Hedgehog 2** (Yasushi Yamaguchi y Naka, 1992). Su búsqueda del héroe azul en la Tierra indica a que el equipo de Fowler quiere que continúen sus aventuras en la gran pantalla.

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