¿Tienen demasiado poder las tecnológicas? ¿Es romperlas o fragmentarlas en empresas más pequeñas la única solución para evitar que abusen de su posición dominante?

Aunque una pregunta no tenga que llevar obligatoriamente a la otra, en los últimos meses son varias las voces que han dejado al menos caer encima de la mesa la posibilidad de ejercer sobre Google, Facebook o Amazon especialmente el peso de la regulación antimonopolio estadounidense. La más activa, la de la senadora Elizabeth Warren, una de las caras que pugnan por ser el candidato demócrata a la Casa Blanca en 2020.

“Hace veinticinco años, Facebook, Google y Amazon no existían. Ahora se encuentran entre las empresas más valiosas y conocidas del mundo. Es una gran historia, pero también una que destaca por qué el gobierno debe romper los monopolios y promover mercados competitivos”, explican desde el equipo de la senadora.

No es la única, la Unión Europea ya ha multado con el récord de 1.490 millones de euros a Google por abusar de su posición dominante en su sistema de publicidad. Aunque si hablamos de evitar monopolios, esta historia debe contarse desde el lado de Estados Unidos, un país que históricamente ha sido bastante más activo y hasta iracundo a la hora de disolverlos que cualquiera del viejo continente.

La propuesta de Warren está impulsada por todos los escándalos de privacidad que han afectado a Google y Facebook -¿qué pueden hacer con un poder ilimitado y datos ilimitados?- pero se sustentan sobre un factor puramente empresarial. Cómo Amazon copa el sector de los marketplaces, haciendo que los pequeños e-commerce no puedan competir por precio; cómo Facebook cuenta con Instagram y Whatsapp, o el dominio de Google con Android en móvil o las políticas tildadas de abusivas de Apple con su AppStore.

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La historia de Estados Unidos contra las empresas que han tenido un monopolio emana desde su época colonial, cuando los grandes conglomerados podían hacer que subieran o bajaran según sus intereses los precios de los productos importados. En 1890, se establecía la Ley Sherman, un cuerpo legal que daba al Gobierno al facultad de fragmentar una empresa casi como si el martillo de Thor cayera sobre ella.

Hoy esta regulación no es tan poderosa, pero esa herencia se transmite en procesos como el afanado control que recibió la compra de FOX por parte de Disney el año pasado. Pero, ¿se podría realmente romper a las big-tech? Aunque separar Whastapp de Facebook o dividir Apple en divisiones de software y hardware sin duda alguna abriría el cielo a sus competidores, la mayoría de análisis lo dan como muy poco probable.

Lo que sí se debate es frenar el fulgor con el que las grandes compran startups para adquirir sus innovaciones tecnológicas antes de que estas mismas hayan despuntado por sí solas, o que se abuse de una posición dominante para imponer obstáculos a los demás.

De Standard Oil a las 'majors' de cine

Desde luego, hoy es imposible -más que nada porque las leyes antimonopolio ya no dan tanto poder al Gobierno- que ocurrieran fracturas de la noche a la mañana como la que a principios del siglo pasado afectó a American Tobacco, tabacalera que llegó a regalar cigarrillos para copar el mercado y que fue disuelta a golpe de ley en 1907.

Pero sin duda el primer gran hito fue la doctrina que se le aplicó a Standard Oil. A comienzos del siglo pasado, el petróleo era uno de esos productos que se consideraban 'monopolios naturales' por la complejidad de trabajar con ello. Simplemente muy pocos tienen capacidad para extraerlo de los pozos, tratarlo y comercializarlo. Pero a esa condición Standard Oil, dirigida por John D. Rockefeller, le añadió saber aprovechar cualquier subproducto que generaba. Comenzó a vender vaselina, sintéticos, detergentes y otros tantos derivados.

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En 1911, la justicia norteamericana determinó que Standard Oil era un monopolio inadecuado según la ley Sherman, y ordenó su disolución, desmenuzándola en 34 empresas, una de las cuales daría lugar después a la también gigantesca Exxon.

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Curiosamente, la disolución de Standard Oil trajo consigo un aumento del precio del combustible en el país. Su volumen y control era tan potente que hacía que los precios logísticos de mover los barriles de fuel de Nueva York a California fuese mucho más barato que cuando surgieron decenas de pequeñas empresas, un ejemplo que ahora se cita también al hablar del caso de Amazon: ¿si su sistema monopoliza pero da buenos precios al consumidor, también hay que considerarlo malo?

En la década de los 40, otro caso también sirve para ejemplificar cómo a Estados Unidos, por contrario que parezca a veces por su política no intervencionista en otros ámbitos, no le duelen prendas en entrar de lleno en un mercado para hacerlo más competitivo.

En 1948, el caso Estados Unidos vs. Paramount cambió para siempre el sistema de estudios tal y como había reinado en Hollywood hasta la época, donde las majors -todavía hoy presentes- se habían quedado con toda la cadena al no solo producir películas, sino también distribuirlas e incluso manejar sus propias salas de cine, modificando así los precios en función a sus intereses, o dejando sin exhibición películas de la competencia.

Paramount era entonces el estudio más importante, pero todos los grandes (MGM, Warner, 20th Century FOX, RKO, Universal o Columbia) también fueron nombrados. La sentencia obligó a los estudios a desprenderse de sus salas y establecer un sistema más abierto de exhibición. La decisión cambió radicalmente el cine, poniendo fin a la llamada 'Edad de Oro' y configurando el sistemas actual: los estudios ya no producían decenas de películas a la vez porque tenían asegurado salas en las que exhibirlas, sino que buscaban proyectos que auguraran cierta calidad, y los más pequeños, tuvieron más fácil comenzar a mostrar sus películas.

AT&T y Microsoft

El caso de AT&T es el primero que concierne a tecnologías disruptivas. Heredera de la misma compañía que creó Graham Bell en 1880, la compañía es hoy la teleco más importante del mundo, contando además de con sus líneas telefónica con empresas como Time Warner, HBO, CNN o TNT. Ahí es nada. Pero su poder como decimos viene de lejos.

AT&T creció aprovechando la patente que poseía sobre el propio teléfono hasta comienzos del siglo XX. Con esta circunstancia, intercambió con pequeñas operadoras los derechos para usar su patente a cambio de que construyeran ellos la infraestructura local. El acuerdo imponía además que AT&T tenía derecho a adquirir parte de la pequeña empresa al final del acuerdo. Así, la matriz se aseguraba una red de distribución de sus líneas.

Pero había más. Los acuerdos los había firmado con operadores locales que tiraron sus líneas en cada uno de los estados, pero AT&T se reservó la carta de instalar ella la red de llamadas a larga distancia entre estados, que deberían pasar sí por sí por sus cables. Así, se formó un monopolio de rigor, que no obstante estuvo amparado por el Gobierno porque ayudaba a la distribución de la tecnología.

Proceso del juicio contra Microsoft

Esto cambió en la década de los 80, cuando una sentencia antimonopolio le obligó a dividirse en varias compañías. Los precios subieron de nuevo, y la tendencia del mercado ha acabado haciendo que durante los 90 y 2000 las pequeñas empresas que surgieron de la disolución se fueran comprando hasta volver a formar AT&T como es ahora. Otra enseñanza que nos deja esta historia: el monopolio a veces lo acaba generando y reproduciendo el propio mercado.

La última gran empresa que sintió en sus carnes el peso de la regulación antimonopolio norteamericana -ya más mesurada- fue Microsoft. La empresa de Bill Gates recibió desde los 90 acusaciones de abuso por posición dominante, pero el asunto llegó a los juzgados en 1998.

El debate estaba en cómo Microsoft se había colocado al frente en el creciente mercado de navegadores gracias a aportar Internet Explorer dentro de todos los PCs que vendía con el sistema operativo Windows. El caso, tras muchas vueltas, acabó con un acuerdo entre la fiscalía y la empresa por la cual Microsoft abriría la disposición de sus APIs a todos los desarrolladores.

Cuesta pensar las implicaciones a largo plazo que pudo tener todo este caso y su desgaste sobre Microsoft -¿estaríamos usando ahora Bing en lugar de Google?, seguramente no- pero Bill Gates afirmó hace poco que los más de cinco años que duró el proceso, y durante los cuales él se apartó de la gestión para centrarse en la defensa, hicieron que el lanzamiento de Windows Phone no fuera un éxito. “Hoy Windows Phone sería el sistema operativo más usado en móviles si no hubiese sido por el juicio por monopolio”, afirmó a The New York Times.