Han pasado ya más de 73 años desde aquel día en el que el químico Albert Hoffman absorbió accidentalmente a través de la piel de los dedos una pequeña cantidad del compuesto que estaba investigando en ese momento. Poco después describió haber sentido una gran inquietud, seguida de mareo y ciertas alucinaciones, para nada desagradables. De una forma de lo más curiosa, aquel hombre acababa de descubrir el LSD. Pero necesitaba saber más sobre él, por lo que tres días después decidió ingerir una dosis de 250 microgramos, esta vez de forma totalmente intencionada. Aquel día se conoce en la actualidad como el “día de la bicicleta”, pues el hombre comenzó a sentir los efectos cuando volvía pedaleando a casa.

Albert Hofmann, Steve Jobs y el «efecto» del LSD en sus vidas

Desde entonces, han sido muchas las personas en todo el mundo que han probado esta droga psicodélica, cuyo uso recreativo puede generar sensaciones placenteras, como las que Hoffman describió, pero también es capaz de provocar efectos muy perjudiciales, especialmente a nivel psicológico, ya que se conocen numerosos casos en los que ha generado ideas suicidas o la tentación de hacer daño a otras personas. No obstante, como ocurre con otras muchas sustancias, el LSD a dosis pequeñas y controladas ha sido objeto de estudio de numerosos científicos por sus posibles efectos medicinales. Por ejemplo, en 2012 se publicó un metaanálisis que concluía que podría utilizarse para reducir el consumo de alcohol en adictos. Pero no es esta la aplicación que más se ha estudiado en los últimos años. En realidad, muchos científicos apuestan por la posibilidad de que cantidades periódicos y muy pequeñas puedan ayudar a pacientes con alzhéimer, tanto en lo referente al deterioro cognitivo como en la disminución de los síntomas asociados a depresión y ansiedad. Para comprobar si están en lo cierto, el primer paso consiste en realizar ensayos clínicos que garanticen que su consumo en microdosis es seguro y que, por lo tanto, no genera efectos psicoactivos en los pacientes. Y esta cuestión ya tiene respuestas, pues los primeros ensayos han finalizado y se ha logrado encontrar una dosis segura, que solo generaría efectos positivos. Ahora solo queda comprobar si estos efectos positivos realmente existen.

LSD contra la depresión

El LSD y otras drogas psicodélicas, como la psilobicina, han sido estudiados en profundidad por su papel estimulador de los receptores de serotonina 5-HT2A del cerebro.

Se ha comprobado que la inhibición de estos receptores está implicada en muchos de los síntomas tempranos de la enfermedad de Alzhéimer, especialmente los asociados a ansiedad y depresión. Además, están involucrados en el desarrollo de una buena función cognitiva. Por eso, no es descabellado que una sustancia estimuladora, como el LSD, pueda tener efectos positivos para el tratamiento de este trastorno.

Estudios anteriores han mostrado que una o dos dosis fuertes, acompañadas de sesiones de psicoterapia, pueden ser útiles para tratar la depresión. No obstante, en una enfermedad neurodegenerativa, como el alzhéimer, sería necesario poder administrar la droga de forma sostenida, con el paso del tiempo, algo que resulta complicado a dosis elevadas, puesto que se generarían esos efectos psicológicos perjudiciales mencionados anteriormente.
Por eso, numerosos trabajos en los últimos años se han centrado en establecer cuál sería la microdosis adecuada para evitar efectos secundarios. Es el caso de un estudio, publicado recientemente en Phsycofarmacology, en el que se muestran los resultados de un ensayo clínico dirigido precisamente a eso.

La dosis habitual con fines recreativos se encuentra entre los 100 y los 200 microgramos, por lo que si se buscaba evitar los efectos psicodélicos era necesario probar cantidades muy por debajo de esa.

Los efectos del LSD en nuestro cerebro, en imágenes

Concretamente, los participantes en el ensayo probaron cuatro dosis: una placebo, que no contenía LSD, y otras tres, de 6’5μg, 13μg o 26 μg. Después de tres semanas, en las que los sujetos recibieron el tratamiento cada 4 días, concluyeron que la segunda era la mejor, puesto que a 26 μg ya referían estar experimentando sensaciones similares a las de las drogas.

Cabe destacar que las pruebas se realizaron en personas mayores sanas, sin alzhéimer ni ninguna otra enfermedad neuronal, ya que el único objetivo era estudiar la seguridad y tolerabilidad de las microdosis periódicas.

En este punto, los resultados fueron muy positivos, pues no se detectaron cambios en la frecuencia cardíaca, el electrocardiograma o la presión arterial.

Los resultados de este trabajo se unen a los de otro, publicado a principios de este año, en el que no se detectaban efectos adversos de la microdosificación, pero tampoco se observaba que afectara a factores como la cognición o el estado de ánimo. Sin embargo, los investigadores señalan que podría ser que en tratamientos prolongados se generara un efecto acumulativo beneficioso. Para saberlo será necesaria más investigación. Al menos ahora sabemos que aquel día de la bicicleta sirvió para mucho más que llenar de luz y color el mundo interior de los hippies de los 60. Gracias al LSD, hoy podríamos decir sí al amor, no a la guerra y siempre sí a la ciencia.

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