“Seguro que esas ratas con alas traman algo”. Esta es una frase que posiblemente todos hayamos escuchado alguna vez en referencia a las palomas, uno de los animales urbanos más odiados. Muchas personas con fobia a los pájaros las temen por el simple hecho de serlo, pero para otras el problema es solo con ellas y no con el resto de aves. El odio se basa, principalmente, en la posibilidad de que puedan transmitir enfermedades o parásitos a humanos y mascotas. Además, el hecho de que a menudo se las vea sucias y enfermas no ayuda a tener una buena imagen de ellas.

Sin embargo, según han explicado en IFL Science los autores de un estudio publicado recientemente en Biological Conservation, los seres humanos dañamos a las palomas más que ellas a nosotros. Son las conclusiones de una investigación, llevada a cabo en las calles de París, en la que se analiza la procedencia de ciertas mutilaciones que típicamente se pueden ver en las patas de estas aves tan incomprendidas.

Crédito: F. Jiguet

Cuando el cabello se convierte en arma

Para la realización de este estudio, sus autores, procedentes del Museo Nacional de Historia Natural, observaron las palomas presentes en 46 zonas de la ciudad francesa, previamente clasificadas en base a factores como la densidad de población, el follaje, los residuos vertidos en las calles y los edificios cercanos.

Durante el mes que duró el seguimiento, de abril a mayo de 2013, prestaron atención principalmente a dos parámetros: la presencia de dedos mutilados y el color del plumaje. Esto último es muy importante, ya que se sabe que en estos pájaros tiene una relación directa con el estado de su sistema inmunitario. Encontraron que aproximadamente una de cada cinco palomas había sufrido mutilaciones en sus patas y que no parecía haber ninguna correlación entre esto y su estado de salud.

Sin embargo, sí que encontraron una relación directa mucho más clara con la densidad poblacional de las zonas frecuentadas por ellas. Además, comprobaron que había más palomas con este tipo de lesión en áreas en las que abundaban las cuerdas y los cabellos entre los residuos. Incluso se notaba un incremento en lugares con una mayor cantidad de peluquerías. No obstante, los propios autores del estudio advierten que el número de establecimientos de este tipo está asociado con la densidad poblacional, por lo que podría no tener que ver directamente.

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De cualquier modo, a todo esto se suma que una observación cercana de las extremidades dañadas muestra marcas de filamentos, posiblemente cordeles finos, hilos o cabellos, que estuvieron enredados en la pata. Al intentar quitarlos, el animal puede apretarlos todavía más, causando heridas susceptibles de infectarse o, directamente, mutilaciones. Claro que puede que algunas hayan quedado tullidas por otras razones, como infecciones bacterianas derivadas de caminar sobre sus heces o lesiones debidas al contacto con productos químicos corrosivos, pero la mayoría parecen haber sufrido daños de una manera aparentemente mucho más sencilla.

Nos pasamos la vida evitando el contacto con las palomas, por miedo a lo que puedan hacernos, pero no somos conscientes de que, sin darnos cuenta, es posible que nosotros estemos poniéndolas en riesgo mucho más que ellas a nosotros. Y con algo aparentemente tan inocuo como nuestro pelo.

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