Las aplicaciones para medir los componentes de los alimentos a través de sus códigos de barras han venido para quedarse. Lo que comenzó siendo un producto de nicho para los llamados "obsesionados por la alimentación" ha terminado por contagiar a todo un grupo de consumidores de los más variopintos orígenes.
¿Los motivos? "La llegada de la tecnología y las redes sociales ha facilitado el auge y la expansión de estas propuestas nutricionales. Y las apps forman parte de este contexto sociocultural en el que nos ha tocado vivir y que facilitan también la transmisión de información", analiza el psicólogo Carlos Moratilla para Hipertextual. Además de por la tendencia de los últimos años de añadir tecnología a cualquier variable de la vida, en este campo se añade el componente social: todo se basa en un cambio de costumbres y ritmos de vida que la propia industria ha sabido manejar con destreza. ¿Los consumidores? Sus víctimas.
Algunos de los nombres más sonados en el momento, como el famoso Carlos Ríos y su activismo por el Real Food, atacan directamente al seno del problema: los productos envasados y procesados que la mencionada industria ha sabido colocar en cada hogar. Sin embargo, no son pocos los nutricionistas que, aún apreciando la labor de Ríos entienden que los problemas de la sociedad del momento son determinantes. El nutricionista y tecnólogo de alimentos Pablo Zumaquero lo tiene claro: "Se están quejando mucho de que hay que usar productos no envasados, pero hay gente que no puede comprar materia prima y recurre a estos".
En este contexto, ¿cuál sería la respuesta? La realidad es que las aplicaciones de alimentación podrían resolver el problema, o al menos ayudar, aunque la comunidad tampoco se pone de acuerdo en este asunto. El Coco, creada en Barcelona por un grupo de amigos franceses que comenzó a preocuparse por lo que vendían los supermercados. Yuka, creada en París, es la que más usuarios y productos registra, y por supuesto MyRealFood de Carlos Ríos.
A diferencia de otros sistemas que llegaron al mercado con las falsas esperanzas de mejorar la alimentación en base a la tecnología, las tres aplicaciones cuentan con equipos de dietistas tras sus espaldas: "No somos nadie para decir lo que se puede comer y lo que no, por lo que hay que confiar en los expertos", explica a Hipertextual Jean Baptiste, fundador de Yuka. Después de todo, en lo que tiene que ver con la alimentación poco puede hacer un algoritmo y los sueños de un empresario.
Ahora bien, a la hora de medir alimentos cuentan con diferencias considerables. Yuka mide los alimentos en un 60% por su calidad nutricional, 30% aditivos y 10% su origen ecológico, -este último, de hecho, ha sido el más criticado–. Por su lado, MyRealFood recurre a las mediciones de Nova en cuanto al procesado de los alimentos, una de las mayores luchas de Carlos Ríos, y El Coco mezcla ambas técnicas con los resultados de Nova y Nutriescore. Para Zumaquero estas disparidades son lo de menos: "Aunque no estén perfectas, lo que las aplicaciones dicen que es una basura es que es una basura. Hay ciertos productos con los que la gente es muy tiquismiquis, pero la inmensa mayoría son lo que son". Asímismo, añade, ni la comunidad de los nutricionistas se pone de acuerdo en lo que a la calidad de los alimentos se refiere. Todo depende "de los matices de los mismos" y un conocimiento de sus componentes. Alertan, por ejemplo, de la quimiofobia o el uso de aditivos en los alimentos. Algunos, efectivamente serán perjudiciales, otros no matarán pero sí generarán cambios en los hábitos y otros serán necesarios.
¿Son seguros los aditivos alimentarios?
En términos comparativos, sería como lo que ocurre con la conducción autónoma. Existe la tecnología y los medios que permiten que un coche tenga la capacidad de circular solo por las vías. Sin embargo, el ser humano está a años de ser capaz de medir la aletoriedad de sus decisiones con un algoritmo y prevenir cualquier movimiento. Es, de momento, un sistema imperfecto porque el ser humano goza de esa propia imperfección. En la alimentación, la situación juega en la misma liga.
En este sentido, es a lo que los expertos apelan es al sentido común a la hora de la alimentación. "En un mundo utópico en el que todos vivimos en la calle de la piruleta pues todos comeríamos sano y seríamos felices, pero en este mundo de vida social no pasa nada por comerse algo medio malo una vez a la semana", explica Zumaquero, "es muy complicado matizar eso y tampoco hay que demonizarlo". Porque unas patatas de vez en cuando tampoco hacen daño y, como añade Moratilla, "realizar con los alimentos categorías dicotómicas tipo "bueno-malo" tal y como hacen estas app, puede favorecer la aparición de conductas rígidas y restrictivas de cara a ingerir una serie de alimentos que, según las circunstancias (dónde, por qué o para qué se coman), no tiene por qué ser estrictamente negativo en términos de salud. La aparición de estas conductas rígidas con la alimentación o establecer prohibiciones más o menos severas puede ser tan negativo para la persona que las realiza como al menos el consumo prolongado de ultraprocesados ya que suele venir acompañado de mucho malestar emocional o psicológico y de otro tipo de restricciones de tipo social, como sentirse incómodo para quedar con el grupo de amigos porque se vaya a comer a ciertos lugares. Por tanto, lo que supone teóricamente ganar en salud por un lado se pierde por el otro".
Y aquí se abre otro eterno debate. Uno de los requisitos principales del mundo del emprendimiento es detectar quién es el público objetivo de su negocio. ¿Cuál es el de las aplicaciones de alimentación?. "Ahora mismo tenemos muchísima información y la gente no es tonta. Puede que ayude a gente que tiene mucha información, pero no necesariamente para cambiar el hábito", explica Zumaquero. El Coco, por ejemplo, busca dirigirse al grupúsculo de nuevas familias o gente de mediana edad que quiere comer mejor, aunque sus datos muestran una variedad de perfiles. Para el grupo de nutricionistas, por ejemplo, estos sistemas van dirigidos a todo ese grupo poblacional que "no tiene ni idea de alimentación y se ha visto influido por las técnicas de marketing engañoso de la industria", que no quiere decir necesariamente que lo dejen de comer. Los que están metidos en el mundo de la alimentación, explican, "no van a descubrir nada nuevo".
Pero ¿qué hay de los problemas de alimentación?¿Son las aplicaciones mecanismos o desencadenantes? El colectivo opina que simplemente ayudan a mejorar los hábitos, pero no son pocos los expertos –especialmente psicólogos– los que han demonizado estos mecanismos por favorecer los trastornos alimenticios. "Los psicólogos se han flipado mucho, porque el problema de la alimentación es la obesidad. La persona que le preocupa la alimentación en exceso va a entrar en la aplicación y va a mirar las calorías porque son su obsesión, van a buscar esa excusa para confirmar su problema, pero nada más. La aplicación no crea problemas, los problemas ya están ahí", opina Zumaquero. De hecho, el último balance de cifras del United European Gastroenterology, el 25% de la población en España sufre obesidad.
En cualquier caso, en lo que sí se ponen de acuerdo todas las partes es que este modelo de gestión de la alimentación es la punta del iceberg de una nueva era en la que la información sobre lo que comemos está empezando a ser noticia. ¿Sabrá la industria de la alimentación, una de las más opacas. adaptarse?