Hace unos 50.000 años, el ser humano moderno convivía con otros homínidos como los neandertales –de los que sabemos bastante gracias a sus numerosos fósiles encontrados en Europa y Asia– y los denisovanos –de los que apenas hay restos–.
Estos últimos se descubrieron hace solo una década a partir del análisis de su ADN, contrariamente al resto de especies humanas identificadas gracias a sus fósiles. Los restos de denisovanos encontrados (una falange de dedo meñique, tres dientes y una mandíbula inferior) eran demasiado escasos como para proporcionar información sobre su apariencia.
Hallan restos de la hija de una neandertal y un denisovano
Sin embargo, un equipo internacional de científicos, que ha contado con la colaboración del grupo de Tomàs Marquès-Bonet, del lnstituto de Biología Evolutiva (IBE, centro mixto de la Universidad Pompeu Fabra (UPF y del CSIC, ha logrado reconstruir el aspecto que tenían los misteriosos denisovanos a partir de la punta de un hueso meñique.
El estudio, liderado por la Hebrew University of Jerusalem (Israel) y publicado en la revista Cell, proporciona una primera visión de la anatomía de esta población humana poco conocida, a partir de los datos genéticos de los fósiles que pudieron pertenecer a una niña denisovana.
Una reconstrucción a partir del ADN
El equipo aplicó una nueva técnica de análisis genómico para revelar por primera vez hasta 56 rasgos que caracterizan al homínido de Denisova, 34 de ellos en el cráneo. El novedoso método permite asociar cambios en la actividad de regulación genética en fósiles con cambios anatómicos entre grupos humanos para predecir su apariencia física.
Para ello, los investigadores emplearon información sobre el efecto de las enfermedades monogénicas –que afectan solo a un gen– en la anatomía de las poblaciones homínidas conocidas. La técnica ha permitido así predecir cuál era el aspecto de estos humanos solo analizando el ADN de un hueso meñique.
Los «primos» siberianos de los neandertales
“Por primera vez podemos hacernos una idea de cómo eran los denisovanos, solo a partir de datos moleculares”, comenta Tomàs Marquès-Bonet, profesor de investigación ICREA y director del IBE, y uno de los autores del estudio. “Además, este trabajo es un ejemplo de como el conocimiento biomédico puede aplicarse a la evolución para ayudarnos a descifrar cómo eran nuestros ancestros”, añade el experto, también afiliado al Instituto Catalán de Paleontología Miquel Crusafont (ICP).
Pero entonces, ¿qué aspecto tenía esta misteriosa población? “En muchos rasgos se parecen a los neandertales, por ejemplo, en su frente inclinada, cara alargada y pelvis grande”, explica David Gokhman, primer autor y científico de la universidad israelí. “Sin embargo, otros rasgos resultan particularmente fascinantes, como su gran arco dental y su cráneo muy ancho, únicos entre los homínidos”, apunta.
Para comprobar la eficacia del método, los investigadores primero demostraron que la técnica reconstruye con precisión la anatomía de los neandertales y los chimpancés, ampliamente descritos. Pero en ese momento, el grupo no contaba con la primera mandíbula de denisovano que hubiera confirmado el aspecto del homínido. Esta llegó más tarde.
“Uno de los momentos más emocionantes sucedió unas semanas después de que este artículo fuera enviado a revisión: otro equipo identificó la primera mandíbula de denisovano, así que comparamos el hueso con nuestras predicciones para descubrir que coincidían perfectamente. Por lo tanto, sin siquiera planearlo, recibimos una confirmación independiente de nuestra capacidad para reconstruir con precisión los perfiles anatómicos basados en un poco de ADN de la punta de un dedo meñique”, comenta el profesor Liran Carmel de la HUJI, responsable del estudio.
La huella de los denisovanos en un meñique
Hasta ahora, el análisis del ADN había revelado que los denisovanos se aparearon con los antepasados de los humanos modernos que viven hoy en Australia, las islas del Pacífico, el este de Asia y el sudeste asiático. El ADN denisovano probablemente habría contribuido a la capacidad de los tibetanos para vivir en grandes altitudes, y a la capacidad de los inuits para vivir en regiones polares, al cruzarse con las poblaciones de estas regiones hace decenas de miles de años.
Ahora, este estudio abre una ventana para comprender cómo estos homínidos se adaptaron a su entorno y aporta información sobre los rasgos que son exclusivos de los humanos modernos y los que nos separan de esta otra población extinta.
“¿Podrían estos rasgos arrojar luz sobre su estilo de vida? ¿Podrían explicar cómo sobrevivieron los denisovanos en el frío extremo de Siberia? Todavía hay un largo camino por recorrer para responder estas preguntas, pero este artículo demuestra el poder de combinar datos biomédicos con estudios evolutivos”, concluye Marquès-Bonet.
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