Con el final de Orange is the new Black no solo se echa el cierre a una de las series más destacadas de la plataforma de Netflix, sino a un título único que durante siete temporadas nos mantuvo al filo de las emociones, tanto las más agradables como las más oscuras. Su creadora, Jenji Kohan, logró un final digno, a la altura de sus personajes y de su público. Acá hablamos de ello sin spoilers.

El universo de Orange is the New Black se volvió tan vasto que incluso el resumen de todas las temporadas anteriores toma varios minutos. Las entrañables —y las no tanto— mujeres en la prisión de Litchfield han pasado por mucho, las hemos visto en sus mejores y peores etapas, en su niñez, en su adolescencia, en su adultez, y en esos momentos en los que la vida les cambió para siempre y fueron encarceladas. El formato de la primera temporada estaba compuesto por las historias del pasado de las mujeres que la protagonista, Piper Chapman (Taylo Schilling), iba conociendo en su estadía en prisión. Sin embargo, el show, como sabemos, se fue renovado temporada a temporada y con ello la complejidad de la trama. Aunque hay temporadas que se sienten mucho más logradas que otras, lo cierto es que el cierre explora temas muy profundos, expone los muchos retos de cada personaje y nos demuestra que la vida no se puede definir como buena o mala, pero que, si tuviéramos qué hacerlo, diríamos que más bien tiende a ser un hoyo negro con muy pocas esperanzas para todos aquellos sin privilegios, que, por supuesto, son los más.

Orange Is the New Black

Recordemos que en la sexta temporada el drama se reivindicaba luego de una quinta temporada bastante regular. La buena noticia es que la séptima y última entrega sigue ese camino y da un cierre, como decíamos, digno —aunque muchas veces doloroso— a los personajes que conocimos por primera vez en aquel lejano año de 2013, en donde las producciones originales de Netflix apenas comenzaban a conquistar al público.

‘Orange Is the New Black’, sexta temporada: la reinvención de un gran drama

Orange is the New Black se despide con una temporada de 13 episodios de una duración en promedio de 55 minutos, aunque el final ronda los 85. En la entrega anterior nuestra protagonista, Piper, fue liberada con antelación, sobre todo por el evento especial que afectaría la vida de las reclusas más conocidas del show: la huelga de Litchfield. Una vez afuera, Piper, así como todas las chicas que hemos visto ser liberadas, tiene que luchar contracorriente en la vida de "afuera", y a ese monstruo intangible llamado sociedad —y a ese otro llamado familia—.

¿Cuál vida es más sencilla: dentro o fuera de la prisión? La respuesta no es obvia, aunque lo parezca. Al menos así lo demuestra OITNB, tanto en esta temporada como con las anteriores. ¿Qué es una prisión, por qué los programas de reinserción social son un fracaso, quién protege a las mujeres, qué es salud mental, qué valor tienen las personas? Estos y muchos temas más plantea el show durante los episodios de esta última entrega. Una y otra vez nos devuelve a la impotencia en todas sus presentaciones, esa que se siente por ser parte de una "minoría", esa que se siente ante los abusos de poder en sus diversas manifestaciones: de hombre a mujer —las más brutales—, de mujer a mujer —las más indolentes—, del sistema hacia las personas —las más imbatibles—.

Cada que el show va despidiendo a un personaje, a una situación, parece decirnos: "La esperanza no existe", y que es muy probable que tan solo sea un escape de la mente para hacer tolerable la existencia. La profundidad con la que se exploran las temáticas en esta temporada nos dejará con un nudo en la garganta, con grandes pérdidas para los personajes, sí, algunas ganancias, pero sin alegrarnos por completo, pues, la vida es así.

El crisol donde vivimos

Uno de los episodios de esta séptima temporada de Orange is the New Black se titula "Crisol de culturas", un término que se usa en la antropología para designar ese fenómeno que se da en las sociedades heterogéneas cuando se mezclan ingredientes —gente de diferentes culturas, etnias y religiones— y se convierten en sociedades multiétnicas. Un proceso que, como sabemos, formó a Estados Unidos como nación, pero que se ha querido detener —si es que esto es posible— de las formas menos orgánicas y más brutales de lo que podríamos imaginar. El show de Jenji Kohan retoma esta situación actual y dolorosamente real de ese país del norte para mostrar solo una parte de lo que a diario se da en los centros de detención, en los procesos de deportación y como esto trunca la vida de miles de personas, quiebra familias, y los hace ahogarse en un sistema burócrata que lastima profundamente la dignidad de las personas.

Aunque no vivamos en Estados Unidos el fenómeno migratorio no es ajeno para nadie. Por eso las reflexiones a las que nos lleva esta serie no son poca cosa, y es que, o te sientes identificado, o has tenido que mudarte de tu país de origen buscando nuevas oportunidades, o has vivido injusticas en procesos como este. Pero si no, también puede servir para que revisemos nuestros privilegios, por más pequeños que estos sean. No es exagerado decir que durante toda la séptima temporada se respira una gran desesperanza, una tristeza que se alimenta capítulo a capítulo, en donde, incluso, logramos entender que algunos personajes vean a la muerte como un alivio. El tono de toda la entrega es descorazonadora y sí, hay varias bajas que lamentar, sin embargo, lo que parece decirnos la serie es: lo mejor de la vida es la vida misma, y lo peor también.

#MeToo y justicia

Por supuesto que Orange is the New Black tenía que tocar el tema del #MeToo, y lo hace de la mejor manera: con inteligencia. Desde la anterior temporada este hilo se fue desarrollando con un personaje complejo y entrañable: Joe Caputo. Él tiene que enfrentarse a ciertas acusaciones y nosotros como público tenemos que saber leer el punto de vista de víctima, porque, los creadores de la serie nos contaron esta historia desde el punto de vista del agresor y puede que hasta lo hayamos justificado. Revisar el #Me Too de Caputo es un ejercicio a nuestros propios juicios, a nuestra propia forma de leer lo que muchas mujeres han tenido que vivir.

Recordemos que desde temporadas anteriores la empresa que dirige la prisión de Litchfield basa el cuidado de personas y su proceso de reinserción social como un negocio cualquiera, en donde lo más importante son las ganancias. La cosificación de las reclusas es un tema que hemos visto desde la primera temporada, y nadie parece querer cambiarlo. Las cosas llegan hasta tal punto que el humor negro es lo único que salva esta situación tan dolorosamente real, y una vez más los creadores de la serie se anotan un logro en este hilo.

Orange Is the New Black

A través de sus temporadas, y especialmente en esta entrega, han aparecido personajes de todo tipo, desde los más nobles hasta los más brutales, a veces tenemos un poco de esperanza en algunos que parece pondrán fin a una cadena de injusticias, sin embargo, OITNB se niega a ser complaciente y nos dice: la vida real no es así. Sin embargo, también se atreve a contar varias historias de amor, de amistad, y, por qué no, de locura, creando un ambiente entrañable y memorable.

Así pues, la extraordinaria temporada final de Orange is the New Black nos espera ya en la plataforma de Netflix —en España a través de Movistar Series Xtra—. Sin duda un cierre que nos dejará un nudo en la garganta, en la completa desesperanza, pero que está a la altura de los personajes y de los temas planteados. En resumidas cuentas, una despedida agridulce que los seguidores de la serie merecen.

Hasta siempre, Litchfield.

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