No se trata de un argumento novedoso: los grandes asaltos —estrafalarios, minuciosos y por completo imposibles— son una de las grandes obsesiones del cine. Desde que el director John Huston cimentara las bases de las llamadas heist movies con la película La Jungla de Asfalto (1950) hasta la reciente trilogía de Ocean’s Eleven (2001 -2015) de Steven Soderbergh, la posibilidad de burlar la ley con elegancia, ingenio y audacia ha fascinado al público. Pero La Casa de Papel también es algo más no solo toma lo mejor de la heist movies tradicionales, sino que además, agrega un cierto toque contracultura que la convierte en un producto moderno y subversivo.

Sin duda, hay mucho que decir de una serie en la que el motivo motor del argumento es un asalto, pero también, hacerlo con el menor costo de vidas posibles. Se trata de una vuelta de tuerca a la usual violencia que emparenta La Casa de Papel con el argumento inteligente de historias como Quick Change (1990) de Howard Franklin. En ambas historias, el asalto atraviesa la idea de la necesidad de subvertir el orden de manera limpia. En la serie de Álex Pina, el personaje de “El Profesor” (cerebro táctico de todo el plan) tiene muy claro que el triunfo depende también del hecho de evitar herir a policías o cualquiera de los 67 rehenes dentro de la institución.

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La posibilidad del crimen perfecto atraviesa la habilidad de quienes lo ejecutan, algo que La Casa de Papel tiene muy en cuenta. De la misma manera que en el film Rififi (1955) del director Jules Dassin, la serie basa su efectividad en la forma en que el guión muestra la destreza y la sagacidad de estos ladrones, que a la vez son símbolos de algo más complejo. En su película, Dassin logró crear una atmósfera tensa en la que el robo se convierte en el corazón de la trama, pero a la vez, deja claro que la capacidad de los criminales para llevarlo a cabo tiene un componente intelectual. Son sujetos listos que saben lo que hacen. Lo mismo ocurre con la serie de Pina, que enfoca sus principales recursos en crear un entorno creíble para un hecho impensable.

La humanización de los robos

La Casa de Papel juega con todo tipo de metamensajes que enlazan la narración con notorios símbolos sobre la pobreza, la tensión social, la lucha por los ideales e incluso, una crítica en apariencia profunda sobre el capitalismo. Cada pequeño detalle, crea una doble lectura del argumento central: “El Profesor” enseña a su grupo de sofisticados criminales a cantar “Bella Ciao”, lo que resulta toda una declaración de intenciones. La canción fue cantada por los partisanos que se enfrentaron al Fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y en la serie, tiene el evidente objetivo de poner el acento en el motivo del asalto. No se trata solo de crimen — y la posibilidad de hacerlo — sino también, una revolución concreta. La serie se replantea el significado del dinero y su poder de una manera poderosa, lo que convierte al asalto usual en algo más profundo y complejo de entender.

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Como otras tantas historias emparentadas con las heist movies, los criminales en La Casa de Papel no se consideran malvados, sino luchadores contra un sistema injusto. Verdaderos rebeldes que usan el traje rojo y la máscara del pintor que reconstruyó la realidad, para enviar un mensaje sobre el valor del dinero y una hipotética ruptura del sistema. Algo parecido a lo que hizo Sidney Lumet en su clásica Dog Day Afternoon (1975). La película borra las líneas entre los asaltantes y el espectador, hasta lograr humanizar por completo el sentido del asalto como un hecho metafórico. No se trata de dinero, se trata de dejar en claro lo mal que van las cosas en el mundo.

Pero La Casa de Papel va más allá: a pesar de su aparente superficialidad la serie plantea la idea de una revuelta contra el capitalismo que comienza por comprender el valor que le otorgamos al dinero. “Bella Ciao” se escucha mientras un grupo de desempleados marchan en la calle y papeletas de créditos flotan en ráfagas fugitivas y es esa escena, una de las tantas que deja claro que esta historia retorcida e ingeniosa es también un análisis sobre el poder. Como David O. Russell en la película Three Kings (1999), Pina endosa un indudable cinismo al hecho usar un robo con punto focal para entender la necesidad de atacar un sistema injusto.

Con su ritmo frenético y aire local —la serie está plagada de referencias al clima económico y social de España durante la última década— La Casa de Papel podría haber sido incomprensible para televidentes de otras latitudes, pero la historia tiene un aire universal que toca un punto álgido: la desigualdad económica y social. Y aunque no se trata de un panfleto ideológico o político (Pina cuida con mimo el discurso central de la serie y lo evita), sí deja claro que el principio anárquico que la sostiene utiliza el crimen como vector para algo más profundo.

Como buena heredera de las heist movies La Casa de Papel reflexiona sobre el hecho de lo que creemos legal y aceptable, sobre todo cuando se expone la injusticia como contexto, para convertir el asalto en una rebelión de singular valor. Quizás por ese motivo, Le Monde llamó a la serie “una alegoría de la rebelión” y “un himno al coraje ya la necesidad de pensar por uno mismo”. En una época tan descreída como la nuestra, la heist movie toma otro rostro por completo distinto en el éxito de La Casa de Papel. Y sin duda, eso es lo mejor de esta historia muy poco novedosa pero que plantea la revuelta ideológica desde el ingenio.

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