Dian Fossey era una terapeuta ocupacional cuya pasión por los primates la llevó a dar un giro de ciento ochenta grados a su carrera, e incluso a morir por ella.
Todo empezó en 1963, cuando un viaje a África despertó en ella una gran fascinación por los gorilas, que la animó tres años después a establecer su residencia en El Congo, con el fin de poder estudiarlos de cerca. Primero allí y más tarde en Ruanda vivió junto a estos primates, observando su comportamiento desde dentro y ganándose el cariño y el respeto mutuo de todos ellos. Los animales con los que convivió, y de los que habla en su obra Gorilas en la niebla, fueron muchos, aunque son principalmente conocidos tres nombres: Digit, Cantsbee y Poppy. Dos de ellos sobrevivieron a Dian, asesinada en Ruanda en 1985. Sin embargo, ahora, después de casi diez meses sin ser vista, la última de ellos ha sido dada por muerta, llevándose solo parte de una historia que nunca morirá, a pesar de la ausencia de sus protagonistas.
Tu cerebro es más rápido que Usain Bolt: identifica imágenes en solo 13 milisegundos
La última de los gorilas de Dian
En 1967, Dian se encontró por primera vez con Digit, un gorila que pronto conquistaría su corazón, convirtiéndose en su favorito de la manda. Decidió llamarle así al comprobar que tenía herido un dedo, posiblemente por haber caído en una de las trampas que los cazadores furtivos disponían por el bosque.
En sus diarios lo describía como “juguetón y curioso como un joven” y no ocultaba su cariño hacia él, llamándolo “mi amado Digit”. Por eso, la muerte del animal, acaecida en 1977 a manos también de cazadores furtivos, la sumió en una profunda pena. Para evitar que otros animales siguieran su mismo destino inauguró la Fundación Digit, dedicada a concienciar y recaudar fondos para la protección de estos primates. Su querido amigo se había ido, pero aún le quedaban muchos gorilas a los que proteger, como Cantsbee o Poppy.
El curioso nombre de Cantsbee, según reconoció la propia Fossey, procedía de una confusión respecto al sexo de su madre. Hasta el mismo momento de su nacimiento ella había pensado que la hembra se trataba en realidad de un macho, por lo que al verla dar a luz no pudo evitar exclamar un: “¡No puede ser!” (“It can’t be” en inglés). Pronto el animal se convirtió en un líder, así como un macho con un gran éxito reproductivo, responsable de la mayor descendencia de todos los animales estudiados por Dian. Nada habría sido posible de no ser por los grandes esfuerzos que ella depositó en crear patrullas de protección frente a la caza furtiva, que se encontraba en su momento más álgido después de su nacimiento. Finalmente, su cuerpo sin vida fue encontrado en mayo de 2017, cuando contaba con 38 años de edad.
La misteriosa muerte del gorila Bantú
Ya solo quedaba Poppy, una hembra descrita por Dian como “pequeña, encantadora y atractiva”. La fundación Dian Fossey, que se ha encargado de continuar el trabajo iniciado por la primatóloga después de su muerte, anunció en febrero de 2018 el nacimiento de la última cría de la gorila, que cumpliría los 42 años solo dos meses después. Se convertía así en la gorila que había sido madre con mayor edad, según los registros de la institución. Esta fue una gran noticia, que desgraciadamente no tardó en enturbiarse, pues solo seis meses después se le perdería la pista para siempre. Ahora, casi un año más tarde, miembros de la fundación han emitido un comunicado en el que finalmente la declaran como muerta.
Así, el mundo ha dicho adiós al último gorila en la niebla, pero no al legado de Fossey, cuya tumba descansa junto a la de Digit, como lo que sus amigos los gorilas la consideraron siempre: una más de la manada.