¿Qué tiene que ver la oruga procesionaria con el conflicto catalán? A bote pronto muy poco, pero lo cierto es que el pasado miércoles ambos fueron protagonistas de un supuesto malentendido en el Barrio de la Concepción, de Madrid.
Según informaban algunos medios de comunicación, algunos vecinos de la zona habían retirado varias cintas amarillas de los troncos de los pinos cercanos, al pensar que en realidad eran los famosos lazos que tanto están dando que hablar últimamente. Sin embargo, se trataba de cintas adhesivas utilizadas para combatir una plaga de procesionaria que estaba apoderándose de los árboles de la zona. Ahora sabemos que realmente no ocurrió así, pues el Ayuntamiento de Madrid ha confirmado a Maldito Bulo y 20 minutos que en realidad fueron los propios técnicos del consistorio los que decidieron retirar las cintas, que estaban comenzando a despegarse por su antigüedad y podían suponer un peligro por las sustancias tóxicas que contienen. Pero, incluso sabiendo que no ha existido tal confusión, sigue surgiendo una pregunta. ¿Qué son exactamente esas orugas y por qué es tan importante mantenerlas a raya?
Procesiones que duelen
Thaumetopoea pytocampa, más conocida como la procesionaria del pino, es una especie de lepidóptero (como las polillas y las mariposas) muy común en los bosques de pinos, cedros y abetos de Europa central y del sur. En España pueden encontrarse en toda la península, así como las islas Baleares, llegando a causar plagas bastante importantes.
En fase de larva se convierten en orugas, caracterizadas por la presencia de pequeños pelitos con un efecto urticante, a causa de la presencia de una sustancia, llamada thaumatopina. Aunque la mayor irritación, tanto de la piel como de las mucosas, se da por contacto directo con los pelos, si se sueltan pueden pasar al aire, generando también los mismos síntomas en menor medida.
En su fase adulta tienen forma de mariposa, pero no la típica imagen colorida que tenemos de estos insectos, sino algo más parecido a una polilla. Esto ocurre en verano, cuando se aparean y ponen los huevos en las copas de los árboles. Entre 30 y 40 días después, generalmente entre agosto y septiembre, nacen las orugas, que construyen sus característicos nidos algodonosos en las ramas de los árboles, donde pasan todo el invierno alimentándose de sus hojas. Finalmente, al final del invierno y el inicio de la primavera, descienden hasta el suelo para enterrarse e iniciar la fase de crisálida. Para llevar a cabo este viaje, se agrupan formando largas filas indias, de ahí que se las conozca como procesionarias, ya que se podría decir que desfilan en procesión. Este modus operandi tiene una función muy clara, ya que se “enganchan” de modo que se protegen las cabezas-que no cuentan con pelos urticantes-las unas a las otras, para evitar ser devoradas por los pájaros. Por eso, a veces también se pueden ver formando estructuras similares a “bolas”, ya que de ese modo todas quedan con la cabeza protegida. Marcando el paso, en primera posición, siempre va una hembra, que será la que guíe a las demás hasta su destino.
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Cintas para combatir la procesionaria
En los últimos años estos animales han dado lugar a una gran invasión en múltiples regiones de España. Durante el invierno suponen un riesgo para los árboles, ya que generan en ellos una gran defoliación (pérdida de hojas), que no los mata, pero sí los deja más débiles y a merced de otros atacantes, como insectos y hongos.
Pero sin duda el momento en el que más quebraderos de cabeza generan es en primavera, ya que las orugas, cargaditas de pelos urticantes, bajan hasta la tierra, donde pueden tener un doloroso encontronazo con los seres humanos y algunos otros animales.
Por ese motivo, se suelen llevar a cabo algunas medidas, bien para matar a estas orugas o bien para ahuyentarlas. En verano, cuando ya se encuentran en fase adulta, es común utilizar trampas de feromonas, que atraen a los machos, evitando que fecunden a las hembras. Después, en invierno se pueden cortar las bolas de algodón que constituyen sus nidos durante o dispararles con cartuchos de perdigones si están a una altura demasiado elevada. En esta fase, también es posible pulverizar los árboles con sustancias que detienen el ciclo de crecimiento, evitando que pasen al siguiente estadio.
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Finalmente, en primavera nos encontramos las famosas cintas que tanto han dado que hablar en estos días. Normalmente se trata de cintas adhesiva-amarillas o de cualquier otro color-que contienen una resina pegajosa por ambos lados, de modo que se pueden fijar al tronco del árbol, pero siguen manteniendo su capacidad de adhesión por la otra cara, para que las orugas se queden atrapadas y no puedan bajar hasta el suelo. También pueden colocarse unos anillos, cuya función es exactamente la misma. Además, en este punto es posible actuar directamente a través de insecticidas, tanto químicos como biológicos.
Aunque todos los métodos son válidos, algunos expertos aconsejan actuar preferiblemente en verano, pues es el punto en el que menos se daña a la flora y fauna circundante, como se explica en la página web de la empresa de sanidad ambiental y consultoría tecnológica Higia Ibérica.
De cualquier modo, el método de las cintas amarillas es más que aceptable, pues gracias a ellas se puede luchar contra un incordio de lo más molesto. Más vale dejarlas donde están.