La secuela de Mary Poppins, el clásico musical infantil que rodó el escocés Robert Stevenson en 1964, es un ejercicio de nostalgia cinematográfica en toda regla. De otro modo no se puede explicar que llegue cincuenta y cinco años después de la obra original, y con un director con personalidad escasa como Rob Marshall (Piratas del Caribe: En mareas misteriosas) que garantizaba que se plegaría al estilo de su predecesora sin rechistar. Así, no debe resultar extraño que hayan incluido un par de cameos agradables en El regreso de Mary Poppins, los del querido Dick Van Dyke (Diagnóstico asesinato), que protagonizó el primer filme junto con Julie Andrews (Cortina rasgada) como Bert y el señor Dewes Sr., que aquí interpreta a su hijo, y el de la no menos querida Angela Lansbury (Muerte en el Nilo), que había encabezado Bedknobs and Broomsticks (Stevenson, 1977), como la vendedora de globos.
Pero lo que no se nos debe escapar es que resulta muy probable que la presencia de Lansbury responda a la negativa de Andrews a aparecer en la continuación de Mary Poppins, que le reportó un Oscar a la Mejor Actriz, como su compañero de reparto, Van Dyke. Se trata de una decisión francamente decepcionante, habida cuenta de que este último sí ha participado en la nueva película con sus noventa y tres años a sus espaldas, diez más que los que tiene Andrews. “Ella dijo que no de inmediato”, contó Rob Marshall durante la puesta de largo de El regreso de Mary Poppins. “Ella dijo: «Este es el programa de Emily [Blunt] y quiero que ella corra con esto»”. En verdad, no es lógico suponer que un cameíto de Julie Andrews opacaría el protagonismo de Blunt como la niñera mágica. Pero, en fin, el caso es que también es un placer contemplar a Angela Lansbury dispensando globos en pantalla grande**.