Crédito: David Sischo

Tener a la vista al último ejemplar de una especie supone ser consciente de que, con alta probabilidad, el día de su muerte serás testigo de la extinción de la misma. Esa debió de ser la sensación de los trabajadores de la Universidad de Hawái que el pasado 1 de enero presenciaron el final del último caracol Achatinella apexfulva. Se llamaba George y había vivido en este centro desde su nacimiento, catorce años atrás.

Este molusco, característico de los bosques de la isla estadounidense, llevaba varias décadas en peligro de extinción. Tanto que en 1997 los diez últimos ejemplares que quedaban en la naturaleza fueron llevados hasta la universidad en la que más tarde nacería George. Lamentablemente, tanto aquellos diez moluscos iniciales como las crías que nacieron más tarde murieron a causa de una enfermedad de origen desconocido, dejando al pequeño caracol solo en el mundo. Ahora, con su muerte, el planeta tiene una especie menos. Se convierte así en la primera en desaparecer en este 2019; aunque, por desgracia, lo más probable es que no sea la última.

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El drama de los caracoles hawaianos

Curiosamente, la primera especie de caracol hawaiano de la que habló un científico no nativo a lo largo de la historia fue Achatinella apexfulva. Fue en 1780, según afirma a The Guardian el coordinador del Programa de Prevención de la Extinción de Caracoles de Hawái, David Sischo. Sin embargo, no es ni mucho menos la única que ha habitado en la isla.

Los caracoles, en general, han sido especialmente abundantes en Hawái durante siglos. De hecho, existen registros del siglo XIX en los que se establece que en un solo día se podían recolectar hasta 10.000 ejemplares. Lamentablemente, esto se convirtió en una costumbre excesivamente frecuente, especialmente con la llegada de los europeos, que los recogían en cantidades masivas, a principio del siglo XX. Pero este fue solo el pistoletazo de salida para la perdición de estos pequeños moluscos. En 1955, se introdujeron varios ejemplares de lobo rosado (Euglandina rosea) para disminuir la población del caracol terrestre africano, que estaba actuando como especie invasora. A pesar de lo engañoso de su nombre, el lobo rosado es otra especie de estos pequeños moluscos, conocido como caracol caníbal, por su afición por devorar a otros caracoles. Pero no solo al africano, otras especies se vieron afectadas también por la voracidad de Euglandina rosea, que llegó a dejar a varias de ellas al borde de la extinción.

Un serio problema

La extinción de cualquier especie supone un gran problema, por cómo se afecta a la biodiversidad de su zona, pero suele haber otras consecuencias menos conocidas, pero igualmente preocupantes. En el caso de caracoles como los de la especie de George, ayudan a descomponer la materia vegetal e ingieren los hongos presentes en las hojas de algunas plantas, evitando las enfermedades que estos podrían causarles. En el caso de Achatinella apexfulva, era una especie arborícola, por lo que cuidaba particularmente de los árboles, que a su vez le ofrecían alimento y cobijo. Ahora, el cambio climático, la introducción de especies depredadoras y la caza indiscriminada, entre otros factores, han dejado a estas plantas desprotegidas.

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Pero Hawái no es la única zona del mundo en la que los caracoles corren grave peligro. De hecho, si nos paramos a pensar, todos veíamos muchos más de estos pequeño tranquilos moluscos cuando salíamos a pasear al campo hace unos años, especialmente después de un día lluvioso. Son animales poco ruidosos, cuya pérdida puede pasar desapercibida. Sin embargo, la magnitud de las consecuencias de su extinción es muchísimo mayor.