No por nada las historias de literatura o de cine sobre espíritus y posesiones, habituales del género de terror, se encuadran también en la fantasía, es decir, entre aquellas narraciones sobre elementos sobrenaturales que se introducen en el mundo real pero que, como tiene claro toda persona informada —no por seguir a Iker Jiménez y ver *Cuarto Milenio*— y con los pies sobre la tierra, no forman parte de él. Lo cual no quiere decir que los libros y las películas de ficción sobre fantasmas no puedan disfrutarse de lo lindo, pese a que sean adaptaciones libres de “las investigaciones” de Ed y Lorraine Warren como el Universo de *The Conjuring* —el fraude de Amityville incluido— o del expediente de Vallecas con *ese buen filme que es Verónica, dirigido por el español Paco Plaza (El segundo nombre, Romasanta, [•REC]*) e inspirado en los tristes sucesos en torno a la difunta Estefanía Gutiérrez Lázaro.
Según las crónicas, se supone que esta adolescente hizo una sesión de güija en marzo de 1990 con unas compañeras de clase en uno de los aseos del Colegio Público Aragón de Madrid para contactar con el novio de una de ellas, fallecido en un accidente de tráfico; que días después empezó a sufrir convulsiones y visiones extrañas hasta que, el 14 de julio de 1991, falleció por asfixia pulmonar. Y, el 19 de noviembre de 1992, la familia llamó a la Policía Nacional de Vallecas para informar de “los extraños fenómenos” que aseguraban que ocurrían en su domicilio, donde luego se presentaron parapsicólogos como Tristán Braker a la caza de psicofonías y se montó un circo mediático, con informativos tan poco rigurosos como el de Antena 3 del 14 de octubre de 1992, que ha seguido ordeñando Iker Jiménez en Cuarto Milenio hasta en cuatro ocasiones desde la primera temporada (1x03 y 1x14) o Javier Cárdenas en Hora punta, programa de Televisión Española.
Si el inspector jefe José Pedro Negri, responsable del expediente abierto y las correspondientes diligencias que acudió a la humilde casa de los Gutiérrez Lázaro aquella noche como ha acudido al plató magufo (8x12) y al mismo apartamento veintisiete años más tarde con Jiménez y Carmen Porter, igual que una de los cinco hermanos vivos, Marianela, para insistir en la versión paranormal no demostrada (14x03), otros *dos miembros de la familia han sido entrevisados recientemente por El Mundo en su suplemento dominical Crónica, y lo que ha salido de sus bocas ahora adultas haría enrojecer a cualquier prójimo con un mínimo de capacidad para sentir vergüenza ajena*. “Vamos a contar nuestra verdad”, ha dicho Ricardo Gutiérrez en su nombre y en el de su hermano Maximiliano, que tenían dieciséis y diez años casi durante el episodio de 1992, “y lo hacemos para limpiar la imagen de mi hermana Estefanía”.
“Cada uno ha tenido su vivencia personal, y nosotros no podemos desmentirla, pero lo que hemos vivido junto a ellos podemos explicarlo de manera racional”, asegura Maxi; y remata el otro: “Para mí, no hay caso”. Y así empieza su necesaria confesión. Respecto a lo de que se rompiese el vaso de cristal del que las jóvenes se sirvieron para su sesión de güija y que brotase de él una especie de humo negruzco que habría poseído a Estefanía, señala Ricardo: “Esa versión de la historia aparece narrada por mi madre [Concepción Lázaro] tras la muerte de nuestra hermana”, cuyo comportamiento posterior es “acorde a ataques epilépticos de ausencia” y de lo que “hay antecedentes familiares”. Dice Maxi: “Mi madre estaba y sigue estando tratada por epilepsia convulsiva. Mi hermana estaba siendo tratada médicamente. Se sospechaba que tenía un cuadro de epilepsia, pero falleció antes del veredicto médico debido a un ataque epiléptico, no a nada inexplicable”.
Preguntados sobre si la güija pudo tener alguna relación con su muerte, responde: “En absoluto. Falleció un año después”. Y agrega Ricardo: “Nunca levitó ni habló lenguas desconocidas”, tal como insisten los buscadores de misterios inexistentes. “Nuestra madre estaba empeñada en que algo malo sucedía alrededor de Estefanía”, continúa Maxi, “que haría notar su presencia desde el más allá... Nos sumergió en un estado de sugestión importante. Todo fue psicológico”. Y luego “entraron en escena parapsicólogos como Tristán Braker, que nos metieron aún más miedo en el cuerpo”, señala el hermano mayor; y sigue Maxi: “Llegamos a perder nuestra propia intimidad con tal de sentirnos protegidos. Incluso nos acompañábamos al baño. Psicológicamente, nos machacaron”. Y, a continuación, aclaran “los fenómenos” descritos en el parte policial sobre aquella noche de noviembre:
“[Los policías] observaron un crucifijo de madera al que el fenómeno al que estamos haciendo referencia le había dado la vuelta, arrancándole un Cristo que tenía adherido”, relata dicho parte. Pero Maxi afirma ahora que ninguno de los presentes lo vio caer: “Era un día de frío y lluvia, y al cerrarse una de las puertas de un portazo, el clavo al que estaba adherido el crucifico, creemos, se descolgó”. Y, sobre un póster en el que “de forma súbita y extraña” aparecieron supuestamente “tres arañazos”, el hermano menor indica: “Pudieron ser anteriores a esa noche, por lo desgastado del póster. Nosotros no vimos cómo aquello se desgarraba”. Y, en lo que respecta a “una mancha de color marrón consistente” que se descubrió sobre el mantelito de la mesa del teléfono, “babas” según los policías, aduce Maxi: “Creemos que era parte del potito que horas antes había cenado nuestro hermano pequeño”.
“Una puerta de un armario perfectamente cerrada, cosa que comprobaron después, se abrió de forma súbita y antinatura”, se lee asimismo en el parte. “En ese armario había álbumes de fotos en ficheros que solían caerse con bastante frecuencia haciendo que la puerta se abriera”, expone Maxi, “y éstos se habían sacado minutos antes del armario para enseñarle unos recortes de revistas a los agentes. Creemos que pudo abrirse debido a que uno de esos álbumes cayó”. Y Ricardo, con muy buen criterio, apunta: **“Es muy curioso cómo, hace sólo unos días, el inspector jefe José Pedro Negri, el policía al mando aquella noche, declaró en Cuarto Milenio que la puerta giró y pegó una docena de violentos portazos, cuando en el informe se habla de una simple apertura”**. Una contradicción curiosísima, en efecto. Y, no obstante, lo más elocuente sobre el caso del poltergeist de Vallecas es otra cuestión:
Al referirse el periodista de El Mundo a “un fuerte ruido en la terraza” que se produjo entonces sin una explicación plausible, espeta Ricardo: “Fui yo”. ¡Asombro! “Ya es hora de que salga a la luz: yo tiré una piedra a la terraza desde un balcón contiguo”. Y estas son las razones: “Mi madre me pidió a escondidas que tirase algo en la terraza para impresionar más a los policías. Ese fue el sonido que escucharon los agentes y que, de hecho, apareció reflejado en el informe”. Y Maxi ahonda en ello con estas palabras: “Contamos cosas que no habían sucedido, aleccionados por Tristán Braker. Nos decía lo que debíamos decir”. Como su madre, según Ricardo: “Nos pedía que aumentásemos hechos o sucesos (…) en plan: «Tienes que decir esto o, si no, cobras»”. En multitud de ocasiones. Porque “fue la precursora” de “todos esos presuntos fenónemos”.
Según la confesión de los hermanos Ricardo y Maxi Gutiérrez, **tenemos aquí otro fraude paranormal, jaleado por Iker Jiménez y su escasa ética periodística en Cuarto Milenio. Pero también a unos pobres críos machacados psicológicamente. Además, “en aquella época, Asuntos Sociales podría haber intervenido. Les acuso de no haberlo hecho”, dice Maxi. “Porque al final había menores de por medio, siendo expuestos por sus padres en programas de televisión”. Víctimas de malos tratos y, para remate, de acoso escolar: “Sufrimos bullying. Muchos amigos nos marginaron”**, afirma Ricardo. “Mi hermano Maxi fue quien peor lo pasó”. Y este remata: “Vivíamos una circunstancia que no era normal, y en un barrio como Vallecas”. Ese mismo acoso contra el que Iker Jiménez terminó hablando en su programa del 16 de septiembre. Lo que no se sabe es si algún día denunciará el machaqueo psicológico a manos de quien forja un falso misterio de los que su programa lleva trece años y pico nutriéndose.