Algunos no albergamos duda alguna de que el género de cine más difícil de realizar con cierta decencia y sin caer en los tópicos lamentables que nos ponen los ojos en blanco, aparte de la comedia, es el terror: la cantidad de basura inservible por metro de celuloide y gigabyte almacenado de sus películas, por no hablar de los litros de sirope de arce que simulan borbotones y salpicaduras sanguinolentos, es abrumadora. Y, por esa razón cristalina, encontrar alguna que se aleje un poco de lo más manido con limpieza y verosimilitud, sin destripamientos y demás excesos varios que no le añaden nada a la obra sino satisfacciones enfermizas y que confunden lo visceralmente desagradable con el horror, puede ser acogido con **la misma alegría que las mejores o más dignas entregas del Universo Cinematográfico de The Conjuring**.
En las salas de proyección ya está disponible la quinta tras el aceptable filme homónimo que da nombre a la saga (James Wan, 2013), la ruinosa Annabelle (John R. Leonetti, 2014), la inspirada *The Conjuring 2: The Enfield Poltergeist* y la aseada Annabelle: Creation (Wan, David F. Sandberg, 2016): *se titula La monja*, sencillamente, y constituye el segundo spin-off de la franquicia después de Annabelle y su primera secuela**, pues al ente maligno al que se deben enfrentar sus personajes ya nos lo habían presentado en un filme anterior, The Enfield Poltergeist, y había aparecido brevemente luego en una escena de Annabelle: Creation. El inglés Corin Hardy fue el escogido para dirigirla, según la lógica de encargar proyectos así a cineastas interesados en el terror. Su única película precedente es The Hallow (2015), una nimiedad con personajes indefinidos alabada de forma incomprensible.
Que le diesen una oportunidad a Hardy pensando en que, por algún motivo y **con la buena reacción de la crítica especializada ante su opera prima, apuntaba maneras y podría cumplir ocupándose de La monja* no resulta disparatado, sobre todo tras haberla visto. Pero no había razones para una confianza segura en el criterio de este sombrero seleccionador por lo del californiano Leonetti, que venía de los desastres Mortal Kombat: Aniquilación (1997) y El efecto mariposa 2 (2006) y que, de hecho, siguió más tarde con la misma torpeza para Lobos en la noche (2016) y Siete deseos (2017), por mucho que lo del sueco Sandberg, en las mismas que Hardy tras Lights Out (2016), saliese bien y que, en fin, las aportaciones del malayo Wan cayesen en el lado valedero de su filmografía junto con Saw (2004), Death Sentence (2007), Dead Silence (2010) y Fast and Furious 7 (2015), no como los dos primeros capítulos de Insidious* (2010, 2013).
Pero la verdad es que la apuesta por Hardy no ha caído en saco roto en absoluto: el viaje infernal de La monja se revela de lo más eficiente y logra inquietar lo suyo a los espectadores, si no tanto como al conocer al dichoso demonio monjil en The Enfield Poltergeist, sí al menos acercándose con pasos firmes y conceptual y visualmente imaginativos a la misma sensación alarmante. Y es que el guion de Gary Dauberman, que ya se había encargado de los de Annabelle y su continuación mejorada y que está en el candelero por los que ha escrito para la esperadísima adaptación de *It* (Andrés Muschietti, 2017, 2019), despliega cierta creatividad muy agradecida en los pormenores de las secuencias aterradoras, aprovechando las posibilidades que brinda el entorno de una abadía oculta en los bosques rumanos; y Hardy no titubea ni lo más mínimo y demuestra sin tapujos que cree en lo que está haciendo con su decidida puesta en escena.
No es que los personajes principales puedan ser considerados el colmo de la idiosincrasia particularísima ni que el libreto de Dauberman los desarrolle con todo lujo de detalles, pero no parece cosa imprescindible ni que se haya quedado muy corto en este sentido: **filmes como La monja suponen un ejemplo de lo engañosamente fácil que es definir a seres de ficción con unas cuantas pinceladas diestras, dotándolos de una trayectoria que determina su carácter, sus motivaciones y, por añadidura en una historia como esta, qué pueden usar contra ellos como arma arrojadiza. Y los actores que se meten en su piel contribuyen con su competencia a darles una credibilidad suficiente e incuestionable*: la novicia Irene de Taissa Farmiga (Mindscape), que ya tiene experiencia en el género por American Horror Story (Ryan Murphy y Brad Falchuk, desde 2011), el padre Burke de Demián Bichir (The Hateful Eight) y el trabajador Frenchie de Jonas Bloquet (Elle*).
Por supuesto, de la monja demoníaca a la que presta su rostro Bonnie Aarons (Silver Linings Playbook), que repite en su ominosa encarnación por segunda vez, no se le puede un solo pero y, no obstante, tampoco se trata de un personaje que requiera un amplio registro emocional además de sus expresiones espeluznantes y su maligna presencia. Una presencia que halla su amplificador más oportuno en la amenazante, estruendosa y gutural partitura de Abel Korzeniowski (Penny Dreadful), compositor habitual en los filmes de Tom Ford (A Single Man, Animales nocturnos). Ambas, junto con todo lo mencionado arriba y el diseño de producción gótico de la especializada Jennifer Spence, favorecido por la eficaz fotografía de Maxime Alexandre (Annabelle: Creation), procuran que La monja se alce tras The Endfield Poltergeist como la segunda mejor entrega del este terrorífico universo cinematográfico.