El uso de los teléfonos móviles y de la tecnología en general ha sido objeto de polémica constante durante los últimos años. La penetración de los mismos en el día a día, convirtiéndose en imprescindibles para llevar a cabo buena parte de las acciones que ya se consideran habituales, junto con el acceso a estos desde cada vez más tempranas edades ha dado lugar a un uso, en ocasiones, desmesurado por parte de los más jóvenes. No son los únicos, sin embargo. Sus padres están casi tan enganchados como ellos.

Es habitual escuchar y leer críticas, alcanzo incluso los calificativos despectivos, hacia los más jóvenes por no saber cómo hacer un uso correcto de sus smartphones. No son infundadas, pues los últimos estudios demuestran de manera clara que el uso de estos dispositivos por parte de las últimas generaciones no solo se ha incrementado, sino que se ha intensificado hasta el punto de contar con una dependencia notable del apartado en cuestión. Algo, en cualquier caso, que no debería sorprender a nadie si se tiene en cuenta que las opciones, alternativas e incentivos para invertir el tiempo a través de ello no cesan de aumentar.

Un reciente estudio llevado a cabo por el Pew Research Center revela lo que ya hemos visto expuesto muchas veces en los tiempos recientes: los adolescentes –de entre 13 y 17 años, en este caso– abusan en muchas ocasiones del teléfono móvil, aunque a ellos les cueste reconocerlo. Una muestra de ello es que apenas la mitad de ellos, un 54 % de los encuestados, admite pasar demasiado tiempo con el teléfono móvil a lo largo del día, pese a que un 72 % declara que de manera habitual u ocasional lo primero que hace al despertarse por la mañana es comprobar los nuevos mensajes que ha recibido mientras estaba dormido.

Dicho comportamiento viene dado también por los sentimientos que se tienden a desarrollar hacia el propio objeto o, más concretamente, hacia la carencia de este. Un 56 % de los adolescentes ha afirmado en la encuesta sentir soledad, molestia o incluso ansiedad cuando se encuentran sin posibilidad de consultar el terminal. Quizá esta última sea la más preocupante, con un 35 % de los chichos y un 49 % de las chicas admitiendo abiertamente haber desarrollado esta sensación de manera habitual en la mencionada situación.

De la misma manera, esto supone un impedimento a la hora de llevar a cabo con cierta normalidad algunas de las actividades diarias a las que tienen que hacer frente, como atender en clase o concentrarse en realizar una tarea concreta. El 58 % de ellos asegura sentir la necesidad casi siempre u ocasionalmente de responde a los mensajes entrantes de manera inmediata a la llegada de estos, reconociendo un 31 % que esto deriva en la pérdida de atención en clase.

No son los únicos

A pesar de que en la concepción extendida en lo que al uso del teléfono móvil se refiere los adolescentes siempre son presentados como la figura más adicta y sedienta de novedades en forma de mensajes o nuevas actualizaciones de sus juegos preferidos, presentando a los padres como los damnificados del comportamiento de sus hijos, la realidad no es tal. Así como muestra el estudio, el uso de los smartphones entre las generaciones de más edad está también extendido y, si bien no es tan acusado debido a las evidentes barreras generacionales, tampoco se quedan demasiado atrás.

Las distracciones al frente de la pantalla y la necesidad de contestar de manera inmediata se replican también en los progenitores de los adolescentes, que cada vez cuentan con menos argumentos tras quedar patente que lo de predicar con el ejemplo muchas veces no va con ellos. A pesar de que solo un 36 % siente que pasa demasiado tiempo haciendo uso del smartphone, un 59 % asegura sentir la necesidad de forma ocasional o con frecuencia de responder inmediatamente a los mensajes que les llegan. La cifra disminuye en un 1 % cuando se trata de comprobar las notificaciones según van llegando.

Y si los adolescentes pierden la concentración en la escuela, los padres hacen lo propio en el trabajo: un 39 % asegura, con frecuencia o de manera eventual, ver interrumpida la actividad que están llevando a cabo por atender las novedades recibidas en el dispositivo móvil. Las acusaciones, eso sí, son cruzadas: los padres señalan a sus hijos por distraerse con el smartphones y los hijos a los padres, aunque estos últimos son más benévolos. Concretamente, un 72 % de los padres asegura que sus hijos se distraen con frecuencia por hacer uso del smartphone; a la inversa, un 51 % de los hijos tienen la opinión de que las personas que les trajeron al mundo se distraen a menudo u ocasionalmente con el mencionado dispositivo.

Cada vez es más fácil controlarse... y también no hacerlo

Como mencionaba al comienzo de este texto, las facilidades con las que uno cuenta en la actualidad para distraerse haciendo prácticamente cualquier cosa con el smartphone son muchas, y van a más. Los teléfonos no cesan de añadir funcionalidades y más de lo mismo ocurre con las aplicaciones que hacen de motor de los mismos. Lógico, por otra parte, si tenemos en cuenta que el progreso implica dotar de mayor capacidad y eficiencia a estos aparatos.

No tiene que estar reñido, no obstante, con la capacidad de cada uno para ejercer un uso responsable de los dispositivos, algo que puede darse a día de hoy a través de la fuerza de voluntad y la autorregulación, como toda la vida se ha estado haciendo en las más diversas áreas o, más recientemente, con las bondades que las compañías que se encuentran detrás del desarrollo de estos productos proporcionan.

Google anunciaba en su pasada conferencia de desarrolladores la llegada de Dashboard, una herramienta para que los usuarios fueran consciente de manera pormenorizada del uso que hacían de sus terminales y pudieran controlarlo en favor de un comportamiento sano y productivo. Apple hacía lo propio unas semanas más tarde, ofreciendo ambos unos controles que llegarán con los nuevos sistemas operativos de cada casa. Lo hemos visto también en aplicaciones, de manera individual, con Facebook o Instagram implementando similares posibilidades de control del tiempo para que el uso invertido en las redes sociales sea siempre "intencional". Herramientas que, dicho sea paso, en este último caso –y veremos en los otros dos mencionados– suenan más a publicidad que a aporte real al usuario dada su poca visibilidad y su enrevesado uso.

En cualquier caso, lo único que resulta claro es que cada uno habrá de librar su propia batalla para dar a la tecnología y a los productos que se tienen al alcance un buen uso y no un abuso. Solo de esta manera se podrá disfrutar de forma efectiva de todo lo bueno –que es mucho– que pueden ofrecer.