Hannah Gadsby nació en Tasmania a finales de los setenta, un lugar donde no era fácil crecer si eras —como ella misma se presenta— "bollera, gorda y fea". La homosexualidad estuvo allí tipificada como delito hasta 1997. Eso hace que crezcas en un ambiente donde es fácil no solo avergonzarse de uno mismo, sino sobre todo odiarse.

Gadsby lleva doce años dedicándose a la comedia utilizando sus propios defectos y errores para hacer reír a los demás. Pero ha decidido decir "basta". En Nanette, el brillante monólogo que está triunfando en Netflix, repasa a lo largo de setenta minutos la historia de su vida. "Una historia con valor".

En su discurso, Hannah Gadsby vuelve a utilizar sus propias vivencias para hacernos reír... y pensar, como cuando aborda su salida del armario ante la familia —“¿Por qué me lo cuentas? A lo mejor yo soy asesina, pero no te lo digo”, le responde su madre—. O cuando utiliza la ironía y los chistes fáciles para hablar de las lesbianas y del mundo LGTBIQ.

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Hannah Gadsby: "La cura está en las historias"

Grabado el año pasado en la Ópera de Sidney, el monólogo de Gadsby conmueve de principio a fin. Pero los últimos veinte minutos son absolutamente desgarradores. Tras explicar cómo se crea la comedia —dando pie a una tensión entre el público para luego provocar sus carcajadas—, confiesa que ella no ha contado bien su historia. Porque toda historia tiene tres partes, no dos: el principio, el nudo y el desenlace. En su intento por hacer reír a los demás, la protagonista de Nanette se olvidó de sí misma.

Cada vez que Hannah Gadsby utilizó una anécdota para provocar las risas sobre su orientación homosexual —por ejemplo, en la que estando en la calle con una pareja, el novio pensó que la tasmana intentaba ligar con su chica—, pasó por alto mencionar que ese mismo hombre le dio una paliza. Y que otros tantos la violaron. Dos veces. Su discurso conmueve porque la monologuista cuenta en realidad la historia de muchas mujeres. La de aquellas que han sentido miedo alguna vez solo por el hecho de serlo.

"Creemos que importa más tener razón que apelar a la humanidad de aquellos con quienes no estamos de acuerdo", sentencia Gadsby. En su histórico discurso, probablemente la mejor producción de Netflix en lo que va de año, confiesa no odiar a los hombres —como le han insinuado muchas veces—. En realidad tiene miedo. Y se dirige a un grupo concreto, el de los blancos heterosexuales. "No tenéis el monopolio de la condición humana. Pero la historia es como la habéis contado vosotros. El poder os pertenece", afirma.

Enmarcado en pleno auge del movimiento #MeToo, Hannah Gadsby reinvidica la necesidad de abandonar la comedia. "La risa es tan solo la miel que endulza la medicina amarga. La cura está en las historias", apela en Nanette. Historias como la suya, donde no se hable de su papel de víctima —"no soy una víctima", aclara—. Y donde se alce la voz contra los hombres que, durante años, no fueron la excepción, sino la regla. De Harvey Weinstein a Donald Trump, pasando por Pablo Picasso, Woody Allen y Roman Polanski.

Hannah Gadsby consigue profundizar en una tragedia, la suya y la de muchas más mujeres, desde el humor. Pero si por algo sobresale Nanette es, precisamente, por su capacidad de hacernos pensar y entender por qué muchas de esas mujeres han decidido —aupadas por el movimiento feminista— gritar "basta", como ella misma hace. "Qué no habría dado por oír una historia como la mía. No por la culpa. Ni por reputación, ni por dinero, ni por poder. Sino para sentirme menos sola. Para sentirme conectada. Quiero que mi historia sea oída", explica. Con Nanette, Hannah Gadsby consigue hacerlo de forma sobresaliente y estremecedora.