Seguro que alguna vez te has plantado delante de un test de cociente o coeficiente intelectual. Hoy en día puesto en duda por muchos investigadores, esta prueba basada en pruebas abstractas fue y sigue siendo habitual en muchos ámbitos como la escuela o las pruebas de acceso a algunas instituciones y también es posible encontrarlos de mil formas distintas en internet, donde prometen dar la jugosa pero a la vez difícil respuesta de lo inteligentes que somos. El problema, más allá de su validez o no, es que durante una larga época se usaron para dividir a los individuos entre "válidos" e "imbéciles", y lo que es peor aún, para llegar a castrarlos.

La vocación por ser capaces de medir la inteligencia de un individuo viene de antaño, pero su explosión en forma de test llegó con el comienzo del siglo XX. La primera de estas pruebas fue desarrollada por el psicólogo francés Alfred Binet, quien recibió un encargo del gobierno francés para identificar a los estudiantes más dotados en la escuela. Fruto de sus estudios surgió la denominada escala Binet-Simon en 1905, que a la postre se convirtió en la base de la mayoría de las pruebas modernas que aspiran a medir nuestra inteligencia de forma supuestamente imparcial. 

El mito del coeficiente intelectual

Con el paso del tiempo los test de coeficiente intelectual han sido contestados por estudios que consideran que son incapaces de medir factores como la creatividad, y otros informes han alegado que su desarrollo no está capacitado para "medir" de igual forma a individuos de distintas culturas, pero su época de mayor implantación coincidió con el auge de alguna teorías discriminatorias que lo usaron como coartada para refrendar sus tesis. Y sí, esa época tan poco halagüeña no fue otra que las décadas a caballo de la I y la II Guerra Mundial.

Breve historia de la eugenesia: de Esparta al test de coeficiente intelectual

Cuando hablamos de eugenesia, a menudo nos vienen a la cabeza la esvástica Nazi y los campos de concentración, pero fue un pensamiento mucho más extendido. Su nombre, derivado del griego "eugenes" (buen origen), nos explica en buena parte sus raíces, que nacen del pensamiento Griego clásico y que tiene su ejemplo más impactante en la agogé Espartana: la selección de los bebés más fuertes y mejor formados y el abandono de los que no se les considera así, como se cuenta con ciertas licencias en el cómic y la película de 300.

Sin embargo esta voluntad por "cribar" y seleccionar los mejores especímenes de la sociedad volvió a tener un repunte a raíz de las teorías de la evolución darwinistas. Sería el propio primo de Darwin, Sir Francis Galton, quien recuperara el término eugenesia en la década de 1870 tras publicar el libro "El genio hereditario", uno de los primeros intentos por estudiar el componente hereditario de la inteligencia bajo el controvertido prisma -siempre desde la perspectiva de su época- de las diferencia étnicas. Galton, una mente preclara que aunó estudios de meteorología, psicología y que entre otras cosas marcó las huellas dactilares como un buen método para identificar a las personas, pensaba que los mecanismos de selección y evolución natural descritos por su primo estaban siendo neutralizados por la civilización.

Sus controvertidas ideas tuvieron difusión en las décadas posteriores, justo cuando comenzaron a expandirse las pruebas que intentaban medir la inteligencia de los individuos, una herramienta que por supuesto los eugenesistas vieron como válida para probar sus tesis. En las primeras décadas del siglo XX se estandarizó en Estados Unidos que los reclutas pasaran uno de estos test para adecuarlos supuestamente mejor a sus labores. En 1922, el psicólogo de la Universidad de Princeton Carl Brigham publicó con amplia difusión el libro llamado “Un estudio de la inteligencia estadounidense “, en el que analizaba el maremágnum de datos obtenidos de las pruebas de inteligencia en el ejército en los últimos años, llegando a la conclusión de que la inteligencia en el país estaba cayendo fruto de la inmigración

Muchas instituciones validaron las ideas de Brigham en aquella época. El laboratorio Cold Spring Harbor de Nueva York, hoy aún una referencia en el estudio del cáncer y la genómica y en el que han trabajado 9 ganadores del Nobel, llegó a abrir una oficina de la Eugenesia donde se trabajaron en perfilar nuevos test de cociente intelectual. El pensamiento de que se podía obtener un mundo mejor limitando a las personas que no pasaran según qué pruebas, se había institucionalizado.

Carrie Buck, la primera de 65.000 americanos esterilizados por su coeficiente intelectual

El devenir de los años posteriores llevó al extremo este pensamiento. El régimen nazi, en su intento por preservar lo que consideraba la raza aria, prohibió primero el matrimonio y el sexo con judíos y después su propia reproducción, en una escalada que acabó con las horribles imágenes de los campos de concentración. Pero aunque no de una forma tan extrema, no fue el único estado que en esa época quiso preservar a los que consideraba mejores.

En 1927 la Corte Suprema de Estados Unidos ratificaba una sentencia previa del Estado de Virginia que suponía el punto culminante al auge de las ideas sobre la eugenesia que se habían promovido décadas anteriores. Carrie Buck, una chica de 21 años nacida en Charlottesville, fue la primera mujer norteamericana en ser esterilizada después de que el tribunal considerara que no iba a tener una descendencia adecuada tras realizarle varios exámenes y un test de cociente intelectual. El texto por el cual se obligaba a esterilizarla, conocido como la ley Buck v. Bell por el Doctor John Bell que promovió la operación, fijo el precedente por el que más de 65.000 ciudadanos norteamericanos fueron esterilizados hasta los años 70.

El juicio encuentra que Carrie Buck es una madre potencial de descendientes socialmente inadecuados […] por lo que ella puede ser esterilizada sexualmente […] Es mejor para todo el mundo si, en lugar de esperar a ejecutar criaturas degeneradas para el crimen o dejar que se mueran de hambre por la imbecilidad, la sociedad puede evitar que aquellos que son manifiestamente incapaces sigan perpetuándose.

La historia de Carrie Buck fue recuperada en 2016 por el autor Adam Cohen, especializado en historiografía estadounidense en su libro Imbeciles, en el que repasaba la historia de la eugenesia americana. En él se explica que el caso de Buck fue especialmente doloso porque la chica pasó buena parte de su vida en un centro para epilépticos y "débiles mentales", como se denominaba en la época a las personas que presentaban algún trastorno cognitivo. Pero no lo hizo porque sufriera un problema mental, sino porque fue el sitio al que la enviaron sus tíos después de que tuviera un hijo de forma extramatrimonial, fruto de una agresión sexual. Su bajo cociente mental fue demostrado en base a los estándares de la época por un grupo de expertos en eugenesia, que concluyeron que tenía la edad mental de 9 años.

La Ley Buck v Bell hizo que una docena de Estados implantaran leyes similares, enfocadas a esterilizar a personas que presentaran alguna deficiencia mental o baja inteligencia examinados con una prueba de coeficiente intelectual y también a criminales. Para hacerse una idea, en 1935 ya se había operado a más de 21.000 personas.

El problema, según explora la doctora de la Universidad de Cambridge Daphne Martschenko en The Conversation, es que estas pruebas se realizaban masivamente, además de en centros de salud mental, en orfanatos y centros de ayuda, regentados principalmente por inmigrantes y personas de escasos recursos, que en muchas ocasiones no entendían o no se enfrentaban al test de la misma forma a como lo podría hacer un estudiante en una escuela.

En 1967, el Gobierno de Estados Unidos suprimió estas leyes de esterilización que habían dejado sin posibilidad de descendencia durante su historia a 65.000 personas y hace escasamente tres años, en 2015, habilitó una partida presupuestaria para compensar a las víctimas. El valor real de los test de cociente intelectual sigue hoy a debate, aunque cada vez con más voces que indican que se trata de una prueba inconsistente.

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