Entre la Plaza Cuatro Calles y la confluencia con Nuncio Viejo y Arco de Palacio, muy cerca de la Catedral de Santa María de Toledo, se extiende una pequeña vía -apenas 100 metros- con quizás uno de los nombres más curiosos del callejero español: Hombre de Palo. El topónimo lo toma de una historia -leyenda, en realidad- no menos curiosa. Se cuenta que por ese callejón se podía ver en el siglo XVI un autómata de madera que tenía la misión de recoger limosnas. Algunas versiones apuntan que deambulaba por la ciudad en busca de donaciones. Otras, que permanecía quieto, siempre en el mismo barrio.
Su creador era un famoso y fascinante relojero lombardo, Juanelo Turriano, al que muchos equiparan con Leonardo Da Vinci y que ya en su época era conocido como el “nuevo Arquímedes”. Hoy la Biblioteca Nacional de España (BNE) inaugura una exposición que repasa la historia de ese “genio del Renacimiento”. La muestra podrá verse en la Sala de las Musas del Museo de la BNE, en Madrid, hasta el 6 de mayo.
Juanelo Turriano: de Lombardía a la corte del rey
Aunque sobre Leonardo Da Vinci y Arquímedes se han escrito ríos de tinta, resulta más difícil encontrar libros que se hagan eco de la historia de su “alter ego” toledano. En su época sin embargo Turriano fue un personaje respetado, muy ligado a la Corte de Carlos V y Felipe II y que emprendió grandes tareas, como el famoso reloj Cristalino, capaz de reflejar de forma precisa la posición de los astros; o su Artificio, una importante obra hidráulica para abastecer de agua a Toledo. Tan impresionante debió de ser esa construcción que todos los grandes escritores del Siglo de Oro español mencionan en sus obras al lombardo y el artilugio que diseñó. Los servicios de Juanelo eran tan codiciados que suscitaron el interés de varios papas.
Juanelo Turriano nació hacia 1500 en Cremona, en la región de Lombardía. Su biógrafo Cristiano Zanetti explica que con toda probabilidad ese nombre derive del original Giovanni. La adaptación podría deberse a un intento del lombardo por adaptarlo a la pronunciación de los toledanos. Se le atribuyen también otros nombres sin embargo, como Gianello, Lionello o Janello. Los investigadores que han estudiado el tema han llegado a la conclusión de que a Juanelo, en un inicio, se le conocía como Torresani. No solo el origen de su nombre está envuelto en sombras y luces. La infancia del lombardo está también muy empañada por el mito. Turriano no abrazaría la gran fama que logró hasta bien entrada la madurez, con 50 años.
Quizás en un intento por ensalzar sus virtudes, cuajó el relato de que, de niño, Juanelo había sido un pastor muy pobre que aprendió Astronomía a fuerza de contemplar durante horas y horas las estrellas. Verdad y mentira, a la vez. Juanelo tenía orígenes humildes, pero no paupérrimos. Su padre, Gherardo Torresani, fue un pequeño empresario que trabajaba con molinos. También es cierto que no dominaba el latín –algo que tenía en común, por cierto, con Da Vinci-, la lengua de los próceres de aquella época. Sobre su talento… El lombardo tenía una inteligencia ágil y despierta, pero es poco probable que desentrañase los misterios de las constelaciones solo con mirar el firmamento mientras guiaba cabras por los pastos de Cremona.
Su brillante inteligencia sí cautivó a Giorgio Fondulo, médico y profesor de la Universidad de Pavía. El erudito conoció a Juanelo cuando este era un niño y desempeñó un papel clave en su educación. Con el paso de los años, el lombardo logró prosperar y aprender un oficio gracias a su talento con las matemáticas. Entre 1529 y 1534 lo encontramos como encargado del gran reloj del Torrazo, la principal torre, en su villa natal. Al igual que los cerrajeros, ballesteros o constructores de cañones y campanas, en su calidad de relojero estaba inscrito en el gremio de los herreros. En la década de los 30 también disponía de un taller en Cremona. Por esa misma época se casó con Antonia de Sigiella, con quien tendrá dos hijos: un niño, que murió entre 1541 y 1555; y una niña, Bárbara Medea.
De Cremona, Juanelo decidió dar el salto a la más influyente y poderosa Milán. Prueba de su ambición es que al mudarse decidió cambiar su nombre: en lugar del viejo patronímico Torresani optó por el más elegante y noble Torriani. Allí logró que se le encargarse un reloj planetario para el emperador. Zanetti se hace eco de una anécdota que sucedió por aquellos años y que da una idea clara del talante afilado y valiente de Juanelo, quien parecía no tener pelos en la lengua. Durante su primer encuentro con Carlos V –en 1545, promovido por el gobernador de Milán, Alfonso de Ávalos-, el lombardo garantizó que diseñaría y construiría un artilugio único, sin parangón. Receloso, el emperador preguntó al gobernador si Juanelo estaba loco. Alfonso de Ávalos se puso tan nervioso y tuvo tanto miedo de que el relojero lo dejase en evidencia que amenazó con matarlo en el caso de que le defraudara. En vez de amilanarse, Juanelo respondió indignado que si había prometido algo era para cumplirlo.
Y lo logró, es cierto. Carlos V quedó tan impresionado que Turriano se trasladó de Milán a la Corte imperial y más tarde a España. Su talento tuvo eco en Mantua, Venecia, Florencia y Roma. Los pontífices Pío IV, Pío V y Gregorio XIII mostraron también su interés por el lombardo. En 1552 Carlos V lo designa “arquitecto de relojes” y le garantiza además una pensión perpetua de 100 ducados al año. Además de sus labores con el cuidado de los relojes, actuó como ingeniero, arquitecto, fundidor de campanas, constructor de instrumentos científicos, escritor de obras matemáticas y agrimensor. Destacan sus proyectos hidráulicos. En especial el Artificio de Toledo, notable infraestructura ideada para surtir de agua del Tajo y subir a los depósitos situados bajo el Alcázar. Con el paso del tiempo, tras la muerte de Carlos V y durante el reinado de Felipe II, sería nombrado Matemático Mayor.
Un robot de madera por las calles de Toledo
El Artífice es su obra más conocida, junto con su reloj Cristalino. En su biografía de Turriano, Zanetti recuerda la importancia de estos artilugios planetarios, que representaban los movimientos de los cielos. “Sus creaciones deben relacionarse con la medicina renacentista. En una visión del mundo donde se creía que las estrellas eran extremadamente influyentes en la vida humana, la práctica de la medicina no podía ignorar la astrología”, anota el historiador. Además del emperador Carlos V, disfrutaron de relojes y autómatas construidos por Turriano, el rey Felipe II y su hermanastra, Margarita de Parma; y el gobernador de Milán y conde de Guastalla, Ferrante Gonzaga.
A Juanelo le quedó tiempo aún para emprender otros grandes proyectos. Hacia 1578 su nombre aparece vinculado a la construcción de las campanas del Escorial. A pesar de sus múltiples trabajos para la Corte parece que no siempre consiguió cobrar sus encargos. Algunas leyendas del Hombre de Palo relacionan incluso la limosna que pedía el autómata con los apuros que pasó el lombardo durante sus últimos años. Aunque hay relatos que apuntan a que murió en la miseria probablemente se trata de exageraciones, igual que las que circulan sobre su niñez. El lombardo fallecería en Toledo en 1585.
Lo que sí parece más fiel son los testimonios que lo dibujan cono una especie de geoda de la ingeniería: rudo y feo por fuera, genial, brillante y afilado en su interior. “Es increíblemente repulsivo verle siempre con esa cara, ese pelo y esa barba cubierta y ennegrecida llena de ceniza y repugnante brea” –escribía en 1550 Marco Girolamo Vida, obispo de Alba y humanista destacado de Cremona- “Sus manos y sus gruesos y enormes dedos están siempre sucios de óxido. Es sucio, viste siempre mal y en modo excéntrico. Sin embargo, si alguien piensa que un excelente maestro en matemáticas ha preparado para él los cálculos de las órbitas, el movimiento de las estrellas decidle que lo crea él todo. Es a la vez inventor y creador destacado. Además, a menudo, con aplomo y sabiduría, contradice a eminencias”.