Hoy, 5 de octubre, se cumplen seis años de la muerte de Steve Jobs. Yo me enteré de la noticia mientras terminaba mi día de trabajo, sentado en un pequeño escritorio en el primer piso que rentaba en Madrid, apenas llevaba en esta ciudad cuatro meses.

Debo aceptar que la muerte de Steve Jobs me golpeó bastante. Fue una sensación de pérdida sumamente extraña e irracional, porque es una persona a la que nunca conocí y con quien no tenía ningún tipo de relación. Tal vez mi admiración es muy grande y el efecto que ejerció en tantos aspectos nuestras vidas es tan importante que resultó inevitable sentir dolor y duelo por su fallecimiento.

Con el tiempo nos empieza a quedar claro que la mayor aportación de Steve Jobs no fue la invención del Mac, o dirigir al equipo que fue capaz de inventar el iPhone o la revolución --casi sin querer-- de la industria musical. Fue su perspectiva incansable de construir siempre para beneficio del usuario, su maravillosa percepción del buen gusto, la obsesión hacia el detalle y su energía inagotable.

Poco se menciona, pero Steve Jobs ha sido probablemente de los visionarios más consecuentes de la historia. Sus principios, ideas y perspectivas estaban tan claras, tanto en lo particular como en lo general, que en 1995 fue capaz de explicar mejor que nadie los dilemas y problemas a los que se enfrentaron las grandes tecnológicas en aquella época, pero también hoy mismo:

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Si vamos aún más atrás, a 1980, Jobs explica su visión de lo que Apple como compañía quiere hacer, y es construir una "bicicleta para la mente". Una analogía que con el tiempo se ha hecho cada vez más poderosa: el hombre construye herramientas para amplificar el alcance de sus habilidades. La bicicleta se inventó para recorrer más rápido, de forma autónoma y sin dependencia de combustible o energía externa, tanta distancia como el cuerpo lo permita. Con una computadora pretendían hacer lo mismo, una herramienta para amplificar la capacidad de creación, calculo, trabajo y diversión de las personas. Lo lograron.

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En estas épocas del post-PC la analogía es más relevante que nunca. Los smartphones, las tablets, los wearables y demás productos tecnológicos que millones usamos todos los días hacen exactamente eso, son bicicletas para nuestras mentes, tal vez mucho más. Tal vez son el equivalente a coches de Formula 1, si tomamos en cuenta las inmensas posibilidades y todo lo que somos capaces de hacer con un dispositivo que cabe en nuestros bolsillos.

Si miramos las presentaciones, las entrevistas, declaraciones o reflexiones de Steve Jobs a lo largo del tiempo, nunca pensaba, hablaba o dirigía la conversación sobre sus empresas (Apple, Pixar, NeXT en términos de modelo de negocios, puntos de vista económicos, formas de hacer dinero o cómo hacerse millonario. Su foco siempre estuvo en la importancia del producto y en la atención hasta el más mínimo detalle de cada una de los productos y obras que sus empresas hicieron mientras él las dirigía. Su modelo de negocio eran los Beatles. El siempre apostó por el largo plazo, siempre creyó en la vital importancia de crear equipos llenos de talento, de trabajar incansablemente, de iterar, de ir un paso maás allá. Siempre estuvo convencido que por encima de todas las cosas, funcionará lo que se hace muy pero muy bien. Lo que se hace cien veces mejor que el producto de la competencia.

Pero como sociedad somos un tanto ingratos, malagradecidos. Nos enfocamos en lo malo porque es lo que vende. Somos ingratos porque olvidamos muy rápido a esta persona que dio demasiado y enseñó demasiado, que ha dejado un legado que sobre el que se basa gran parte de la innovación tecnológica mundial, cimientos sobre los que se sostiene gran parte de la economía de nuestro planeta. Un legado que es la guía principal de la empresa de tecnología más importante del mundo, aún seis años después de su muerte.

Steve Jobs trabajó hasta el día anterior a morir. Tal vez la palabra correcta no es “trabajar”. Hacía lo que quería, lo que realmente le gustaba, lo hizo hasta que no pudo más. En su momento más inspirador no habló de lo bien que le va en la vida, del dinero que tiene, de los coches que usa, o de todo lo que se puede comprar, ni se dio palmaditas en la espalda a si mismo por resucitar a Apple. Habló de sus fracasos, de lo que a él le inspira, de la importancia de vivir como si no hubiese mañana.

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Seis años más tarde de su muerte me gusta recordar al Jobs consecuente, al que se apegaba a sus principios inclusive en las épocas en que literalmente todo el mundo estuvo en su contra. Al que nunca dejó de ponerle máxima atención a los detalles, al que luchó contra todo por resaltar la importancia del buen gusto. Al mayor defensor de que la forma debe seguir a la función, no al revés.

Al que pensó diferente.

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