Imagina que te estás dando un baño en una piscina un día de verano, sales de ella y de repente se levanta un poco de aire frío. Entonces notas como tu piel se eriza. Tienes la piel de gallina. Para evitar el frío te vistes y entras dentro de tu casa. Entonces enciendes la TV y están reponiendo el programa que solías ver de pequeño con tu hermano. Al recordar ese momento de tu infancia, tu piel se vuelve a poner de gallina.

¿Cómo es posible que dos sensaciones aparentemente tan distintas puedan generar el mismo efecto en nuestro cuerpo? Al frío y a la nostalgia habría que sumar además la impresión o el miedo. Que se nos ponga la piel de gallina -cuyo término científico es piloerección- es un reflejo que manifestamos de forma involuntaria y que obedece a una herencia que aún guarda nuestro cuerpo de la era más arcaica de nuestra evolución, cuando aún no podíamos considerarnos tan distintos del resto de animales.

De forma fisiológica, lo que llamamos piel de gallina se produce por la contracción involuntaria de los músculos erectores del pelo, unos pequeñísimos músculos conectados a los folículos que actúan igual que las drizas en las velas de un barco, tensionándolas y haciendo que se mantengan firmes. Algo a lo que llamamos reflejo pilomotor y que está provocado por el sistema nervioso simpático. Es también causante de muchas respuestas ante situaciones extremas, como que se nos dilaten las pupilas ante la oscuridad de forma automática y de las denominadas "reacciones de lucha o huida" en las que participa por ejemplo la adrenalina cuando nos vemos expuestos a situaciones dañinas.

Pero, ¿por qué se produce la piel de gallina de forma involuntaria? Esto, según describió en un primer momento Charles Darwin en su libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872) y después han confirmado y ampliado estudios posteriores, se debe a un vestigio evolutivo de nuestro cuerpo. Los animales --y quien tenga un perro o un gato lo habrá comprobado-- levantan el pelo especialmente de su lomo cuando se sienten amenazados, lo que se entiende como una respuesta para parecer más grandes, pero también en ocasiones cuando están excitados jugando. Darwin lo describía así en este libro después de hablar de que este mecanismo se da en perros, burros y otros animales, tanto ante una situación de amenaza como también por el frío:

Puédese suponer que al principio, bajo la influencia de la rabia y el terror, los arrectores pili (los músculos erectores) fueron puestos ligeramente en acción, de un modo directo, por la perturbación del sistema nervioso, exactamente como lo son en nosotros la piel de gallina.

Es decir, que al menos en los animales, poner su pelo de punta supone una herramienta para parecer más fuerte, algo que también habrían usado nuestros antepasados peludos cuando se vieran en situaciones incómodas. A ello se suma además una nueva utilidad que nuestro cuerpo y el de los mamíferos desarrolló: erizar el pelo también hacía que el aire quedara concentrado en torno a nosotros, pudiendo calentarse levemente ante rachas de frío.

Lógicamente, para nosotros los humanos, estos mecanismos ahora no tienen mayor valor que una reacción expresiva. Nadie se vuelve más grande por tener la piel de gallina ni consigue retener el aire alrededor de su cuerpo para calentarlo. A no ser que quizá, seas muy peludo, claro.

¿Por qué pasa al escuchar música si no hace frío ni tengo miedo?

Hasta aquí llega la explicación más ligada a nuestros ancestros animales. Ahora bien, ¿qué hace que también se nos erice el vello ante una canción especial o una victoria deportiva de nuestro equipo favorito? Aquí la ciencia liga el mecanismo directamente con la segregación de adrenalina, la misma hormona de la excitación y los impulsos que nos pone alerta ante amenazas, también nos hace excitarnos de este modo al escuchar un tema que nos transmite una melancolía especial. En el libro Así es la música, de John Powell, se resume así:

Las investigaciones han revelado que la música tiene las llaves de la farmacia de nuestro cuerpo […] Por ejemplo, música fuerte y rítmica puede aumentar los niveles de adrenalina, lo que le ayudará a mantenerse despierto durante un largo y aburrido paseo. Sin embargo, en el caso del insomnio, la música relajante puede ayudarle a dormir al reducir la cantidad de noradrenalina, lo que nos ayudará a conciliar el sueño.

Pero diversos estudios recientes han ido un paso más allá. En 2015, el estudio titulado Getting aesthetic chills from music: The connection between openness to experience and frisson liderado por el Doctor de la Universidad de Utah Mitchell C. Colver puso a distintos sujetos dos canciones: la balada Making Love Out of Nothing at All del grupo Air Supply y Oogway Ascends* del compositor de música cinematográfica Hans Zimmer.

Tras realizar una prueba de personalidad a los participantes, los "conectaron" para medir sus reacciones mientras escuchaban ambos temas y les proporcionaron un botón para que señalaran el momento en el que la canción les insuflaba mayores emociones. El resultado fue que todas las personas señalaron los mismos momentos, pero solo un grupo de ellos tuvo más frecuencia a que se le pusieran el vello de punta. Estas personas, al ligar los resultados con el test de personalidad realizado anteriormente, eran las que habían demostrado tener mayor sensibilidad y tenían una mentalidad más abierta. “Los que podían experimentar más a menudo esta sensación eran aquellos que se sumergen intelectualmente en la música, intentando comprenderla, en lugar de simplemente dejar que sonara en sus oídos”, explicaba el propio Colver en un artículo en The Conversation.

El caso del puercoespín y el estudio que reportó un humano que ponía la piel de gallina voluntariamente

Tanto en la mayoría de los animales como en los humanos la piloerección se produce de forma automática e involuntaria. Sin embargo, existen casos en los que no. El puercoespín, con sus púas cubiertas de queratina, utiliza la piloerección para protegerse, haciendo chocar entre sí también sus púas para provocar un sonido. En el ámbito humano, solo un estudio de 2010 publicado por la revista Psychophysiology reportó un extraordinario caso de una persona que parecía poder controlar cuando se le erizaba el vello de sus antebrazos.

El estudio se llevó a cabo exponiendo a varias personas a distintos estímulos asociados a la aparición de la piel de gallina y monitorizando sus reacciones fisiológicas, así como filmando con una cámara de alta resolución que mapeaba el vello de los voluntarios. Durante las pruebas, se dio con una persona que parecía poder "activar y desactivar" este mecanismo, aunque los propios autores del estudio concluyeron que eran necesarias más pruebas para conocer si esta era una norma que se pueda extrapolar a un conjunto, aunque sea mínimo, de la población.

Los espasmos durante el sueño y el hipo, otros mecanismos que también se han relacionado con nuestros antepasados

Otros reflejos involuntarios además de la piloerección han sido relacionados también con la herencia de nuestros ancestros más remotos, aunque de forma menos clara que la piel de gallina. Uno de ellos son los espasmos que algunas personas sufren durante el sueño, esos movimientos de brazos o piernas que se dan sin una causa aparente y que, para quien los ve desde fuera, puede pensar que la persona que duerme está teniendo un sueño muy persistente.

Este fenómeno, denominado espasmo mioclónico, se considera que está relacionado con todas --y en cierto modo desconocidas-- las funciones que realiza nuestro cerebro durante el sueño, pero también ha sido foco de algunas tesis que lo ligan con la evolución. Así lo enfocó Frederick Coolidge, un psicólogo de la Universidad de Colorado que relacionó estos espasmos con un posible vestigio que podrían guardar nuestros músculos cuando aún dormíamos en los árboles. Su tesis se basa en comparar esos movimientos con los que realizan muchos primates que, al dormir en las alturas, autorregulan su posición sin despertarse para no caer. Como decimos, esta tesis es solo una de las que están encima de la mesa para dar respuesta a este caso.

También en 2003 un grupo de investigadores franceses del Hospital de la Pitié-Salpêtrière de París ligaron el hipo con otro aspecto evolutivo. Esta vez, mucho más remoto y que tendría que ver con un patrón nervioso automático que tienen los anfibios para respirar tanto fuera como dentro del agua.

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