El 20 de agosto de 1977, un día como hoy hace cuatro décadas, la NASA lanzaba al espacio la sonda Voyager 2 desde la estación de Cabo Cañaveral situada en Florida (Estados Unidos). Así comenzaba una histórica e irrepetible misión que nos ha permitido, junto con su homóloga espacial, la Voyager 1, viajar más allá de los confines del sistema solar. Lo que pocos saben es que la primera nave aprovechó la oportunidad del siglo para superar un desafío jamás visto: recorrer los cuatro planetas más grandes de nuestro vecindario cósmico.

La culpa en realidad la tuvo un joven ingeniero aeroespacial de la NASA llamado Gary Flandro. Durante el verano de 1964, mientras trabajaba en el Jet Propulsion Laboratory, el investigador se dio cuenta de que los planetas exteriores del sistema solar (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) iban a alinearse de una forma única y extraordinaria durante la siguiente década. Sus cálculos, que refinaban los estudios realizados tres años antes por el científico Michael Minovich, demostraban que era posible enviar una sonda entre 1976 y 1978 para que explorase los cuatro mundos de una sola vez.

Así nació Grand Tour, la misión espacial que aprovechó la asistencia gravitatoria para reducir el viaje por el espacio desde los cuarenta años iniciales a tan solo una década. La última ocasión en la que los planetas se habían alineado de forma semejante había sido en 1801. Si las investigaciones de Flandro eran correctas, la NASA tenía ante sí una oportunidad histórica. En condiciones normales, una nave hubiera tardado más de treinta años en alcanzar Neptuno, tal y como cuenta el astrofísico Daniel Marín, un período de tiempo que la Voyager 2 pudo reducir a sola una década teniendo además la oportunidad de visitar cuatro planetas de una sentada.

Por qué la primera sonda fue la Voyager 2

Las dos sondas Voyager consistían cada una en una gran antena de casi cuatro metros de diámetro y una masa total de más de 800 kilogramos. El objetivo de ambas misiones era encontrarse con Júpiter y Saturno, para después visitar dos lunas del sistema solar. La primera, Titán, era especialmente relevante al ser el único satélite con atmósfera, mientras que la segunda era Ío, el satélite jupiteriano más próximo. La misión Voyager 1 tenía como objetivo viajar a estos dos planetas exteriores y a las dos lunas, un propósito arriesgado para el que la NASA había preparado un plan B. Su segunda opción es que si la antena más tardía fracasaba, sería la Voyager 2 la que actuaría de sustituta, motivo por el cual recibió el segundo número a pesar de ser lanzada primero desde Cabo Cañaveral.

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En el caso de que la misión tardía lograse su objetivo, la primera antena llevaría a cabo el Grand Tour ideado por Gary Flandro. El objetivo era que la Voyager 2, aprovechándose del tirón gravitatorio, pasase por Júpiter, Saturno, Neptuno y Urano. Tras su encuentro con el gigante gaseoso el 9 de julio de 1979 y con el planeta de los anillos el 25 de agosto de 1981, los científicos tuvieron claro que era posible alcanzar el desafío previsto mientras todos los instrumentos de la antena continuasen funcionando con normalidad. Así fue como la Voyager 2 llegó hasta Urano el 24 de enero de 1986 y hasta Neptuno el 25 de agosto de 1989. En solo doce años, la iniciativa había conseguido viajar más lejos que nunca captando impresionantes imágenes y ofreciendo datos clave sobre el sistema solar.

Lograr su objetivo, sin embargo, no fue una tarea sencilla. Si el desafío de la Voyager 2 era ambicioso, mayores fueron los problemas experimentados durante el lanzamiento. Fallos en el ordenador de a bordo, problemas en los sistemas de navegación al exceder los límites de velocidad y un mal funcionamiento de uno de los sensores, que indicó por error un insuficiente despliegue en la extensión con los instrumentos científicos, fueron solo algunos de los inconvenientes sufridos durante las primeras horas tras el lanzamiento en Florida. Diez días después, los científicos descubrieron que uno de los propulsores de la antena no estaba bien colocado, afectando a la estructura de la sonda y a su propia trayectoria. Tras corregir los problemas detectados y rediseñar sobre la marcha el sistema de navegación, la NASA comprobó a principios de septiembre, días antes del envío de la Voyager 1, que la nave homóloga funcionaba correctamente.

Un viaje histórico más allá del sistema solar

Las dificultades técnicas experimentadas durante las primeras semanas, incluyendo una avería con uno de los instrumentos de la sonda, no fueron un obstáculo para alcanzar el objetivo deseado. Todo ello a pesar de los precarios dispositivos y herramientas que portaba cada una de las naves, teniendo en cuenta el contexto actual, con ordenadores que no superaban los sesenta y algo megabytes en capacidad de almacenamiento y con una velocidad de envío de datos de vuelta a la Tierra de kilobytes por segundo, según el físico Arturo Quirantes. Características que hoy sonrojarían a cualquiera, pero que nos permitieron ver por primera vez cómo eran los planetas exteriores del sistema solar con imágenes inolvidables.

Tras alcanzar Júpiter, la nave pudo explorar el gigante gaseoso, su magnetosfera y sus lunas con una resolución sin precedentes. La Voyager 2 se impulsó también aprovechándose del tirón gravitatorio para llegar hasta Saturno, un recorrido en el que simultáneamente pudo retratar fotografías y vídeos espectaculares sobre el planeta más grande del sistema solar. A su llegada a Saturno, la sonda captó imágenes de los anillos que rodeaban a este mundo, especialmente el anillo F, y sus satélites con muchos más detalles que la Voyager 1, que había experimentado algunos problemas técnicos. Logrados los dos objetivos iniciales, la NASA decidió seguir haciendo historia y convirtió a la Voyager 2 en la primera misión en alcanzar Urano y en la única sonda que ha explorado de cerca Neptuno hasta la fecha.

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Fuente: NASA

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Fuente: NASA

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Fuente: NASA.

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Fuente: NASA.

Pero tal vez el recuerdo más entrañable de este programa espacial sea su función como mensajeros interestelares. Una vez finalizado el Grand Tour planetario, la Voyager 2, junto con la sonda gemela, superaron los confines del sistema solar para adentrarse en lo desconocido, desde donde todavía siguen funcionando y enviando valiosa información científica a diario a la agencia espacial norteamericana. Conscientes de su viaje hacia territorios inexplorados, la NASA le pidió al astrofísico y divulgador Carl Sagan que preparase algún mensaje para una hipotética civilización extraterrestre, por si algún día se topaban con las Voyager.

Aunque las posibilidades de contacto eran (y siguen siendo) muy pequeñas, los investigadores se pusieron manos a la obra para llevar a cabo una iniciativa única y extraordinaria. Fue el astronómo Frank Drake quien propuso grabar un disco fonográfico de cobre cubierto de oro, capaz de durar cientos de millones de años en el espacio interestelar y de soportar las condiciones del viaje. El disco de oro, que se incluyó en ambas naves y cuyo contenido se ha replicado para llevarlo al mercado terrestre este año, tomó el testigo de las placas metálicas de las antiguas Pioneer para dar a conocer la existencia de la civilización humana a una supuesta comunidad extraterrestre.

Carl Sagan y la escritora Ann Druyan, junto con el resto de su equipo, idearon el contenido que iría a bordo de las sondas. A modo de cápsula del tiempo, el disco incluye 118 imágenes, 90 minutos de música, saludos en 55 lenguas, sonidos de ballenas o perros ladrando, el estruendoso ruido que produce el cohete Saturno V al despegar, el saludo del por entonces secretario general de las Naciones Unidas y las ondas cerebrales de una joven enamorada. Neurocientíficos de la Universidad de Nueva York grabaron el electroencefalograma de la propia Druyan, pareja de Sagan, que se preparó a conciencia durante los días anteriores para ordenar sus pensamientos antes de la prueba. Pero no imaginaba que el destino le tenía preparada una sorpresa.

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Dos días antes de la consulta médica, Carl Sagan y Ann Druyan mantuvieron una conversación telefónica tan impactante como maravillosa. Ambos se habían dado cuenta, mientras preparaban el disco de oro, que habían hallado en el otro a la pareja perfecta, y que querían pasar el resto de su vida juntos. Al colgar el teléfono, la escritora supo que su electroencefalograma registraría un auténtico terremoto: la breve charla había resultado en una declaración de matrimonio. "Mis sentimientos de mujer de 27 años, locamente enamorada, están en ese disco", explicó la propio Ann a la NASA. En menos de un minuto comprimieron la grabación de una hora completa, donde los pensamientos de la mujer suenan como una explosión romántica. En palabras de la joven, el sonido "es para siempre. Será verdadero dentro de 100 millones de años. Para mí, las sondas Voyager son una especie de alegría tan poderosa que me aleja del miedo a morir".