Después de todas las reacciones que ha ocasionado durante las últimas jornadas **la entrevista a Christopher Nolan en la que nos brindaba su opinión sobre Netflix, la plataforma de series y películas distribuidas y originales en streaming de mayor éxito en buena parte del planeta, quizá sea conveniente aclarar algunos conceptos clave de este asunto y exponer lo que entrañan sus declaraciones. “La televisión existe desde los años cincuenta y Netflix es televisión”, ha dicho para empezar. “¿A quién le importa Netflix? No creo que afecte a nada, no es más que una moda, una tormenta en una taza de té”**. A pesar de una metáfora tan agradecida, lo que revelan estas afirmaciones es tan poco halagüeño como la miopía ante lo que ocurre en la industria cinematográfica y la incomprensión más penosa de hacia dónde se dirige.
Pero lo verdaderamente grave para cualquier cineasta de buena reputación e influencia, autor de taquillazos con defensores y críticos en todo el mundo, es soltar lo siguiente por su ilustre boca: “¿Cuál es la definición de una película? ¿Qué es una película? ¿Algo que dura dos horas? ¿Es un género en particular? Nada de eso. Lo que ha definido siempre a una película es que se vea en un cine. Ni más ni menos”. Y que “el hecho de que Netflix esté haciendo películas para televisión y que compitan en los Oscar o en el Festival de Cannes sólo significa que utiliza el cine como un arma de promoción”, y que, si él dirigiera algún festival, “no las aceptaría porque no son películas”. Como la dirección del de Cannes, que ya ha cambiado las normas por la polémica que se desató en el último certamen, y no podrán participar en él los filmes que no se estrenen en salas.
El acceso a contenidos audiovisuales en el hogar con la llegada de la televisión hace casi siete décadas revolucionó su consumo al facilitarlo, que es exactamente lo que propicia Internet y plataformas como Netflix. Así, una porción bien grande de la memoria emocional de los espectadores contemporáneos la ocupan series y películas que hemos disfrutado delante de la pantalla de un televisor o de nuestros ordenadores. No hay que minimizar el impacto de lo que hemos visto en las salas de exhibición de toda la vida, que de todos modos nos ofrecen una vivencia óptima por la pantalla grande en la oscuridad y la socialización que trae aparejada, pero la experiencia del cine va mucho más allá del entorno en que se produzca y depende casi por entero de las bondades de la obra que contemplamos.
Porque ni por asomo se define una película a estas alturas por ser algo que se ve en una sala de proyección, y semejante idea es impropia de un cineasta de enjundia y desorbita los ojos de cualquier cinéfilo o analista de cine con dos dedos de frente. Resulta inaudito que uno se halle en la obligación de explicar que una película es una obra cinematográfica, imágenes en movimiento con su correspondiente banda de sonido y montaje, que es posible ver en diferentes pantallas y dispositivos; y si apuramos un poco más, se compone de una sola unidad de montaje, al contrario que los distintos capítulos de las series, y cuenta con una duración determinada.
La película es el producto, no su canal de exhibición, no deja de serlo cuando nos la zampamos fuera de las salas de cine y, eh, tampoco hay ningún impedimento técnico o sobrenatural para la proyección de capítulos de una serie, como se hace en sus pases de prensa. Si lo que dice Nolan tuviese algún sentido y él fuera de veras coherente, no consideraría película toda obra que no se recoge en celuloide ni se proyecta en cinematógrafos no digitales, porque **su empeño en no considerar películas a las producciones de Netflix sólo se basa en que, como su colega Pedro Almodóvar en Cannes, no acepta la evolución tecnológica de los canales de exhibición cinematográfica**, digámoslo con claridad.
Las razones de esto son más enojosas para un trabajador del arte comprometido con su tarea, las que no nos parecerían extrañas en un director mercenario: las económicas. Netflix ha demostrado que sí es factible un modelo de negocio alternativo para la difusión de películas, y los promotores y propietarios de salas de cine temen que esto les perjudique. Almodóvar fue muy claro: “Las nuevas plataformas deben asumir y aceptar las reglas del juego ya existente, lo que implica respetar las actuales ventanas de los distintos formatos de exhibición”, es decir, que pasen por el aro y no les toquen el sistema establecido porque a ellos les va muy bien así. Porque el desarrollo tecnológico, la ampliación de la oferta y la soberanía de los espectadores para escoger sus hábitos de consumo les traen al pairo.
Pero gracias a Netflix sabemos que Álex de la Iglesia llevaba razón con aquel discurso brillante de 2011 en el que aseguraba lo que se lee a continuación: “Internet no es el futuro, como algunos creen. Internet es el presente. Internet es la manera de comunicarse, de compartir información, entretenimiento y cultura que utilizan cientos de millones de personas”, y “sólo ganaremos al futuro si somos nosotros los que cambiamos, los que innovamos, adelantándonos con propuestas imaginativas, creativas, aportando un nuevo modelo de mercado que tenga en cuenta a todos”. Netflix está ya en 190 países y suma unos noventa y tres millones de clientes, es decir, de hogares quizá con varios miembros que disfrutan de sus contenidos, mientras que, en todo 2016, los espectadores que acudieron al cine en España fueron cien millones.
Pero algunos no quieren enterarse y siguen con las antojeras puestas y ejerciendo de reaccionarios, “cerrando filas contra Netflix”, tal como lo expresó en Facebook su cofundador y CEO, Reed Hastings. Y esta reacción obcecada es más indecorosa aún si uno piensa, primero, en que la distribución de vídeo bajo demanda es una posibilidad razonable frente la piratería de la que tanto se quejan los mismos que cargan contra Netflix, y segundo, en lo que explicó la actriz Tilda Swinton durante el festival de la polémica: “Hay centenares de películas en Cannes que la gente no verá en salas”. Así que, según el realizador Roger Gual, si bien “la mejor manera de ver una película es en un cine”, lo cierto es que “muchas no llegan” porque “esto es un embudo, y es estupendo que al menos estén en Netflix”.
La ficción televisiva, por si alguien alberga alguna duda, es el mismo séptimo arte pero en otro formato, y con la edad de oro de las series que causó trasladar a estas la perspectiva cinematográfica que tradicionalmente lucían las películas, se han puesto a su nivel en cuanto a producción y resultados, y casi es posible decir sin tapujos que el mejor cine se encuentra en las series de televisión ahora mismo. ¿A quién le importa Netflix?, pregunta Christopher Nolan. Pues a los que amamos el cine y somos conscientes de que esta plataforma de VOD nos procura series y películas de calidad, que merecen competir en los festivales más prestigiosos y que podemos ver donde y cuando se nos antoje, y eso no es ninguna moda ni una tormenta en una taza de té: es el presente y el futuro. ¿Le parecerá poco?