Tengo que pensar que es menos extraño que la horrible criatura que parece haber habitado el gabinete detrás del mostrador. Todos los tentáculos y dientes... habitado, el gabinete, los dientes, acabo de adivinar en el mostrador —deja de anotar en su diario.

Mientras que nuestros antepasados primitivos se dejaban llevar por su cuerpo para escapar de una que otro riesgo como el hambre, el frío, las enfermedades y la amenaza constante de ser asesinado por un oso, entre otros; unos cuantos milenios de evolución nos han proveído con la maravillosa habilidad de mover nuestros instintos de lado para reemplazarlo con una herramienta mucho más útil: la ansiedad.

Básicamente el equivalente inútil de lo que nos permitía estar vivos en aquel entonces. Y aunque es esencial para aquellas situaciones donde nuestra vida se ve amenazada, el resto del tiempo es usada para avergonzarnos recordándonos lo débil que somos antes de cualquier nueva experiencia.

Aunque el hecho de vivir en la ciudad más peligrosa del mundo me recuerde constantemente sus beneficios.

Quizás debí haber pagado propina la última vez y no molestarme cuando me sirvieron una rebanada de aquel pastel sangrante, este café con calavera puede ser una señal de resentimiento —pensó para si misma— ¿Por qué sigo viniendo aquí por cierto?

Si estás cansado de sentir los cosquilleos internos que hacen temblar tu fachada de líder de la manada, te recomiendo que salgas inmediatamente de este artículo y veas otro contenido de Hipertextual.

Para los valientes que se quedaron aquí les va: Un retrato de quinces desalineados, vasos y platos mal colocados, la venganza mortal de quien sirvió el café, ciertos amigos pulpo y las visiones dantescas que nos regala la ansiedad en masa.

Nota editorial: Hipertextual no se hace responsable por comentarios falsos que aleguen una falta de sorpresa y ansiedad por la bella imagen del diseñador gráfico Jeff Lee Johnson y su obra Plato-Azul Especial.

Ya lo he recordado, sigo enamorada secretamente del apuesto hombre con lentes que se rehúsa a devolverme la mirada, todo el tiempo leyendo ese absurdo periódico. También puede que disfrute observando los hermosos pulpos que habitan el mostrador y las terribles habilidades de la encargada para cortar pastel ensangrentado —termina su café y continúa admirando el cuadro con su extraña visión inclinada.

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