Cuando el espía sueco Otto von Rosen fue detenido, los policías no imaginaban que el agente infiltrado en los servicios alemanes de inteligencia conservaba secretos tan preciados. En enero de 1917, fecha en la que von Rosen fue arrestado, el espía guardaba en su maleta terrones con azúcar que contenían ampollas de cristal con líquido lleno de esporas de Bacillus anthracis, la bacteria que provoca el ántrax. Fue la primera vez que este patógeno se usó como arma bacteriológica en la historia.

Según la documentación custodiada en los Archivos Nacionales de Estados Unidos y por la Policía de Noruega, Alemania tenía como objetivo infectar al ganado y otros animales de los países aliados. De acuerdo con una revisión publicada en Health Security, los terrones de azúcar con ántrax de von Rosen iban dirigidos a los caballos que utilizaba el ejército ruso, y a no a los renos, como se creía entonces. El espía también habría llegado a ofrecer armas biológicas con ántrax y tifus a los grupos separatistas que buscaban la independencia de Finlandia, ya que por aquel entonces era territorio ruso.

Otto von Rosen fue arrestado en Noruega en el invierno de 1917. Las fuerzas de seguridad pusieron punto y final a los planes del espía, cuyos viales fueron decomisados por la Policía. Curiosamente, algunas de las ampollas con ántrax fueron enviadas a Estados Unidos, donde serían destruidas por la Smithsonian Institution en la década de los sesenta, según un trabajo publicado en Military History. La historia del agente sorprendió a las autoridades de Noruega, que se había mantenido neutral durante la I Guerra Mundial. Von Rosen fue arrestado y expulsado a Suecia cuando se comprobó que no era un independentista, sino más bien un espía que servía a los intereses de Alemania.

Las bacterias que "renacieron" 80 años después

La "dulce historia" de von Rosen podría haber caído en el olvido. Sin embargo, en el año 1997, un trabajador del Museo de la Policía en Trondheim (Noruega) halló unas pequeñas ampollas de cristal encajadas dentro de unos terrones de azúcar. Las muestras correspondían al ántrax encontrado en la maleta de Otto von Rosen cuando fue arrestado en Karasjok, imputado por los delitos de espionaje y sabotaje. Los viales fueron enviados inmediatamente al laboratorio de Porton Down (Reino Unido), donde se analizó el líquido que había en su interior.

Para sorpresa de los investigadores, las muestras contenían esporas viables de Bacillus anthracis. En otras palabras, cuando los científicos cultivaron las esporas, una forma de resistencia que utilizan los microorganismos, vieron que las bacterias volvían a "renacer" de nuevo en las placas de cultivo. Sus resultados fueron publicados en la revista Nature en 1998. La noticia tuvo un gran impacto mediático, como demuestra la noticia que publicó The Independent. Al fin y al cabo, era la primera vez que se "recuperaba" un arma biológica de la I Guerra Mundial, que había permanecido "invernando" durante ochenta años.

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Muestras de ántrax escondidas en terrones de azúcar. Crédito: Bjorn P. Berdal et al. (Nature)

Una investigación publicada hoy en la revista mBio, sin embargo, desmiente los resultados difundidos a finales de los noventa. En aquella época, los científicos lograron determinar la existencia de esporas viables en los tubos encajados dentro de los terrones de azúcar gracias a una técnica llamada reacción en cadena de la polimerasa (PCR). El método se ha quedado prácticamente obsoleto, gracias a la introducción de tecnologías más avanzadas como la secuenciación masiva del genoma (NGS).

Un equipo de microbiólogos ha aplicado el análisis genético para demostrar que, efectivamente, las esporas que "renacieron" tras "dormitar" durante ochenta años seguían efectivamente ahí. Para su sorpresa, el ántrax de la I Guerra Mundial no estaba en los cultivos conservados en Reino Unido. La desaparición de las esporas, como han podido demostrar, se debe a la contaminación de los viales de von Rosen con bacterias más jóvenes, probablemente con otra cepa de Bacillus anthracis de los años ochenta. Al comparar el ADN de los microorganismos analizados, el grupo de Paul S. Keim ha conseguido demostrar que no hay restos de las esporas de ántrax que el espía sueco guardó en su maleta durante el invierno de 1917.

¿Qué ha pasado con las esporas desaparecidas?

La explicación más realista sobre el misterio del ántrax desaparecido es la contaminación bacteriana. Lo más probable es que los investigadores de Porton Down que analizaron inicialmente las muestras en 1998 estuvieran trabajando también con otras cepas de Bacillus anthracis, que acabarían colonizando los viales. Las esporas no datan de la I Guerra Mundial, sino que pertenecen en realidad a la cepa Ames, aislada en Texas en 1981 a partir de una vaca muerta por carbunco. El microbio que se escondería actualmente en los tubos de cristal sigue siendo una referencia en la investigación del ántrax.

Los tres tipos de bacterias involucradas en el caso pertenecen a la misma especie, Bacillus anthracis, por lo que su ADN difiere en muy pocas letras. De ahí que hayamos tenido que esperar hasta 2017 para utilizar una técnica como la secuenciación del genoma por NGS para verificar qué cambios se habían producido en los genomas. Al analizar el ADN de la muestra escondida inicialmente en terrones de azúcar, los investigadores han podido comprobar que el ántrax original había desaparecido. Contrariamente a lo que se determinó en 1998, no quedan esporas viables de la I Guerra Mundial en los tubos de cristal del agente secreto von Rosen.

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El artículo publicado en mBio es una buena demostración del potencial que tiene el análisis genético para el estudio de microorganismos de interés y en la investigación sobre bioterrorismo. Los científicos descartan además que ellos mismos hayan sufrido una segunda contaminación de las muestras, ya que las pruebas genéticas fueron realizadas en varios laboratorios diferentes en continentes distintos. Su trabajo sugiere además que, a pesar de que no queden esporas viables centenarias, sí hay restos de ADN de las bacterias que el espía pretendía utilizar en la Gran Guerra. Tal vez en un futuro los avances científicos permitían reconstruir el genoma completo de aquellos microbios. A día de hoy, sin embargo, su rastro ha desaparecido.