Podrían estar en una preciosa oficina en el centro de Madrid, tras unos inmaculados ventanales donde se presentaría una concurrida Castellana o la Gran Vía, pero no es el caso. En un polígono de Alcorcón, a media hora en coche desde la capital, sin más pretensión que la de tener más espacio se encuentran los chicos que idearon el concepto de zapatillas de Pompeii. Al igual que le sucediese a Hawkers, en Elche, sin grandes insignias y letreros que marquen dónde están, la marca de zapatillas pasa desapercibida en una de las oficinas de doble planta de esta cercana localidad de Madrid.

Un duplex bien usado. Lo primero, en la planta de abajo, es el olor a nuevo. A zapatillas sin estrenar, en estanterías corridas, esperando llegar a sus dueños. Arriba las oficinas con los próximos diseños y los que han salido rana, pantallas con datos de la web y la gente de Pompeii. Al menos la que puede quedar un viernes a las 18:00 de la tarde.

Cual ave fenix armado con Alpinos

Pompeya, del latín Pompeii. La marca de zapatillas tomó este nombre por aquello del resurgir de las cenizas, cual ave fenix. Un proyecto que tras iniciarse con muchas ganas se dejó de lado y volvió a retomarse por las casualidades que otorga el destino. Ni que decir tiene que también es un nombre fácil de recordar y pronunciar en todos los idiomas.

Aunque para conocer su origen tampoco hay que remontarse a un pasado tan lejano. Fundada en 2014, de la mano de cinco amigos del colegio de toda la vida, Pompeii dio sus primeros pasos. Cosme Bergareche, Jaime Garrastazu, los hermanos Jorge y Nacho Vidri e Iñaki Sánchez, que abandonó el proyecto con el tiempo, siguieron su camino por separado una vez llegaron a la universidad; estudios que, por cierto no han tenido nada que ver con lo que hacen ahora. En el caso de Cosme, actual diseñador de las populares zapatillas, tocó ADE por aquello de que "decían que tenía futuro". Especialmente cuando no sabes qué hacer. Con estas se juntaron un ingeniero, dos de ADE y uno con la doble de derecho y ADE: "Cuatro inconscientes que no sabían lo que estaban haciendo, ni donde se metían y que lo hacían más como un juego", explica Cosme.

La cosa empezó, un poco antes de terminar sus respectivas carreras, con Cosme llamando a Nacho diciéndole que quería montar una marca de ropa. Imposible: "Había demasiada competencia y estaba todo hecho". Un año después y ya juntos los cuatro, volvieron a proponérselo:

Vimos que hacer camisetas y sudaderas era algo muy difícil porque no se podía destacar, pero al nivel de marca de zapatillas joven y tal, no había nada. Y como nos encantaban las zapatillas, pero sin tener ni idea, nos lanzamos. Sabíamos que era más complejo que lo otro, pero era un poco de intuición y creencia de que podíamos destacar en el sector".

La idea estaba ahí. Pero como se suele decir: del dicho al hecho hay un trecho. No es lo mismo querer hacer unas zapatillas, que diseñarlas. Puesto que ninguno sabía por dónde empezar, lo primero que se les ocurrió fue mezclar elementos de algunas que ellos solían usar: el calce de una, la horma de aquella, la altura de la siguiente... Un pequeño Frankestein, que partía de la idea de que debía ser algo que sirviese para ir formal o para salir con amigos. Cosme se ríe recordando la escena: cuatro amigos calcando una zapatilla en un folio en blanco, dándole forma y escaneando la imagen 100 veces. ¿Después? Colorearon con Alpinos. Porque usar programas de ordenador es para cobardes.

La idea base tenía los cordones y las suelas de colores porque no era algo demasiado visto. Lo segundo se mantiene y lo primero se murió porque cuando les llegó el primer diseño de fábrica, como explica Cosme, "era algo terrible y es un momento en el que ya pensabas que era el fin del proyecto y que no había solución". Pero, tras un golpe de suerte y un cordón de cuero que apareció en escena, el diseño final de Pompeii, ese que se mantienen hasta hoy, vio la luz.

¿En España se fabrican zapatos?

Hecho el paso del diseño llegaba lo complicado: "Fue un proceso y no éramos conscientes de dónde nos metíamos porque quizá hubiésemos hecho otra cosa. Inversión, trabajo… un jaleo". ¿Cómo hacer realidad un dibujo coloreado con Alpinos? Preguntando a San Google se dieron cuenta de que había cientos de fábricas en España dedicadas única y exclusivamente a zapatos. Más de 3.000 según Estatista. Hoja de Excel en mano seleccionaron las que más les gustaron; cada uno llamó a unas 40 y sólo 5 les dieron cita.

De esta forma, cuatro chavales de 21 años se plantaron en Elche, cuna de los zapatos made in Spain, con chaqueta, camisa y unos dibujos hechos a mano:

Nos preguntaban qué tipo de fabricación queríamos hacer y no teníamos ni idea, los pares tampoco, la inversión en moldes y hormas… "

Prácticamente no sabían nada del sector, pero poco a poco fueron aprendiendo términos clave que "usaban sin saber, pero que quedaban bien". Finalmente consiguieron un fabricante, que además de darles la oportunidad les enseñó cómo funciona todo aquello. Fabricante que sigue siendo el mismo después de tres años.

Vale, ¿y ahora qué?

Con una inversión inicial de 18.000 euros de fondos que salieron de donde se pudo por parte de los socios, se gastaron 12.000 antes de poder ver una zapatilla hecha. La mayor parte se fue para la constitución de la sociedad y en el diseño de hormas de zapatos propias –querían un producto único que no siguiese los estándares de las fábricas–. Con lo que les quedó pudieron fabricar 349 zapatillas en tres colores diferentes.

No quedaba para marketing, ni un sólo céntimo, por lo que aprovechando el concepto financiero de escasez numeraron las zapatillas para ganar algo desde ese punto. Además, justo en ese momento empezaba a pegar fuerte Instagram y de las tiendas pop ups. Se crearon una cuenta de Facebook e Instagram y durante el mes que tardaba la fabricación, de su primer y limitado lote, subieron fotos de partes de los modelos. 30 días y 1.000 seguidores después tardaron apenas un fin de semana en vender todo su stock. Aunque como dice Cosme, "al principio te compran amigos, familia y conocidos por hacerte un favor". Pero daba igual, porque ya les daba para seguir pidiendo pequeños lotes de zapatillas a la fábrica.

Viajaron por toda España vendiendo en pop ups físicas llevando el producto en una furgoneta de la empresa de catering de uno de sus padres. Recurrieron a unas incipientes influencers que promocionaban ropa que les gustaba sólo a cambio de producto. Qué tiempos aquellos:

Vimos que el concepto de las pop ups físicas funcionaba, por lo que probamos en las online. Una de las cosas de las que nos dimos cuenta fue de que nos quedábamos sin stock siempre, pero lo usábamos como arma. Era lo que nos daba fuerzas: sino vienes pronto, te quedas sin ello. Nunca llegaban al domingo. Y, sin embargo, era un fallo nuestro porque pedíamos fatal a fábrica, pero funcionaba en ese momento".

Y así, viajando por España, con la lengua fuera de ciudad en ciudad, pasó el primer año de nacimiento y éxito.

La marca no lo es todo

Desde el nacimiento de Pompeii, Cosme se había dedicado al 100% a la tarea. Jaime trabajó como auditor en una gran compañía en un trabajo del que salía a las 10 de la noche para luego trabajar hasta las 3 de la madrugada en el proyecto. Posiblemente por falta de sueño terminó centrándose en la marca de zapatillas al completo en enero de 2015. Jorge, el pequeño, estaba terminando sus estudios y Nacho estaba desaparecido en la banca de inversión de la City de Londres. Este último fue el que se resistió más, pero terminó firmando y renunciando a su contrato en la ciudad británica el mismo día. Por fin estaban todos juntos.

Hasta el 21 de mayo de 2015, que estrenaron su propia web, el equipo siguió con la misma técnica. La llegada de su web "las ventas en pop ups empezaron a caer, ya no funcionaba ese concepto de escasez, por lo que finalmente nos dedicamos solo a lo online", explica Cosme.

Fue un año de aprender, de pasar de trabajar en el salón de casa a tener una oficina y contratar un empleado, de vivir un Black Friday y unas grandes navidades y, también, de casi quebrar. Vendiendo un mismo modelo con varios colores, en verano de 2015 decidieron ampliar el catálogo pidiendo a fábrica mucho de lo que ellos pensaban que iba a funcionar. Epic fail. Aprendieron, de primera mano, que ellos "no deciden qué se vende, lo decide el mercado". Algunas cosas funcionaron y otras no, pero el caso es que tuvieron un problema grave de stock; y si no entraba dinero se iban a pique. Se dieron cuenta a tiempo e hicieron muchísimos descuentos, muchas pop ups que no querían hacer. "Nos prostituimos un poco para sacarlo adelante y haciendo cosas que no nos gustaban, pero terminamos salvando los muebles", explica Cosme. Ahora ya sólo piden pequeños lotes, por lo que pueda pasar.

El año siguiente. 2016, fue el aprender a crecer y gestionar un negocio de verdad. Ese momento en el que contratas a gente que "es mayor que tú y a tener más experiencia, que viene de grandes empresas", cuenta Cosme. Cuando se empieza a construir una cultura de empresa diferente; totalmente opuesta a lo que en principio todo el mundo se había planteado. Enfrascados, en un principio, en un modelo muy propio de las startups o del mundo Hawkers, pronto se dieron cuenta de que no querían estar ahí porque todo les conducía a engordar la empresa y, con los años, venderla al mejor postor:

Es algo completamente lícito, pero no queríamos eso. Queríamos crear una marca que durase en el tiempo y creíamos que de esa forma era imposible. Si utilizábamos el modelo de descuentos continuamente, la gente siempre iba a querer rebajas y tu mayor activo iba a ser el precio en vez del producto".

Un modelo muy lícito, pero que a ellos no les gustaba. Pasaron de invertir 30.000 en campañas de Facebook a 10.000 y, aunque no renunciaron a los descuentos en momentos puntuales ni a Facebook, su foco iba a estar en las campañas offline que se salen un poco de la norma de venta, pero que les acerca a sus compradores. ¿Y los influencers? Como marca de moda han recurrido a ellos, pero no son demasiado amigos de los grandes perfiles, más que nada porque salen por un pico y no influyen de la forma que les gustaría.

Un espíritu de marca que factura millones

Con casi 20 personas en la compañía, Cosme es el único diseñador de la empresa que tenía un avión de papel como insignia, –por aquello la hoja en blanco que le das forma y le echas a volar–. Modelos de avión de origami que siguen dando nombre a los diferentes modelos de zapatilla y que salen de una lista secreta del diseñador. Quién iba a imaginar que había tantos modelos. Ahora trabaja con un freelance para la colección del próximo invierno para ampliar un poco los horizontes.

La cuestión es que han conseguido crear un modelo de zapatilla perfectamente reconocible sin necesidad de recurrir al marquismo; un diseño que se va a mantener siempre, pero en el que tampoco se quieren estancar. "Ahora, lo que nos funciona son las suelas de colores, pero si sólo hacemos eso en dos años estamos fuera, pasa de moda y adiós", comenta Cosme. Y no le falta razón, porque la moda es lo más efímero que existe, por esta razón quieren marcar tendencias y no seguirlas. Diferentemente normales, que dirían ellos, o buscarle una vuelta de tuerca a todo, que ha conquistado a más chicos que chicas de forma histórica pero que está cerca del 50/50.

En cualquier caso, todo esto les ha servido para vender casi 50.000 zapatillas en 2016 con el objetivo de llegar a 80.000 este 2017. ¿Facturación? 2015 cerró 540.000 euros y 2016 en 2 millones de euros; para este año se espera llegar a unos ambiciosos 3 millones y medio. Les preguntamos por la rentabilidad que le sacan a cada par vendido, pero Jorge que escucha atento de fondo no nos deja saberlo. Una lástima, pero sí nos dicen que el beneficio que se le puede sacar a una zapatilla de 50 euros fabricada en España es más bien poco. Con todo, aún no han encontrado la rentabilidad, pero hasta la fecha han vivido con los 18.000 euros iniciales y sin rondas de financiación. Aunque casi cierran una este año.

Están próximos a expandirse a París y, con un poco de suerte, también al resto de Europa. Posiblemente tengan que ampliar el almacén que hace de entrada a la empresa de zapatillas porque se les va a quedar pequeño.