Hoy en día tenemos cientos de satélites orbitando la tierra. Podemos mapear cada centímetro del planeta sin tener que salir de casa. Hace mil años, cuando los tatarabuelos del inventor del Internet estaban peleando los unos con los otros a lo Game of Thrones, para la mayoría de las personas, el límite del mundo se medía hasta donde alcanzaba la vista. Pocos se aventuraban a explorar lo desconocido. Antes de la existencia de las grandes ciudades, todo lo que te rodeaba buscaba matarte, como si todo el planeta fuera Australia.

Bjarni Herjólfsson era un feliz vikingo como cualquier otro. Disfrutaba beber la sangre de sus enemigos y pasear por los paisajes gélidos del norte de Europa. En el año novecientos ochenta y seis, Bjarni viajó a Islandia a visitar a sus padre como hacía todos los veranos. Al llegar, le dijeron que su progenitor había partido a Groenlandia con su amigo Erik El Rojo. Reunió cuanto antes a una tripulación de marineros y se dirigió al Oeste.

Durante la travesía, Bjarni no poseía brújula ni mapa; una tormenta los desvió del curso original, pero no tenían más opción que seguir adelante. Luego de varios días de viaje, muchos más de lo esperado, los tripulantes del navío avistaron tierra en la lejanía. La costa estaba cubierta de árboles y colinas, con montañas a lo lejos. Nada parecida a Groenlandia.

Básicamente un pedazo de hielo en donde la gente decidió construir casas.

Todos los marineros a bordo se emocionaron por el descubrimiento de una tierra que parecía exótica e inexplorada. Cualquier otro capitán hubiera ordenado acercarse a la costa, pero Bjarni quería encontrar a su padre, por lo que, ignorando los ruegos de su tripulación, decidió dar media vuelta y dirigirse de vuelta a Groenlandia. El lugar que vieron era Canadá.

Mientras intentaban encontrar el camino hacia Groenlandia, avistaron las costas canadienses otras dos veces, pero Herjólfsson se mantuvo firme. Quería encontrar a su padre y no tenía tiempo para hacer historia.

Luego de su viaje, Bjarni contó lo que vio a sus conocidos en el Imperio Nórdico. Recibió algunas felicitaciones y unos cuantos regaños, el Rey Eric lamentó públicamente la falta de curiosidad del suertudo vikingo. Uno de los individuos que escucharon la historia de Herjólfsson decidió emprender una nueva travesía cuanto antes con el objetivo de encontrar estas tierras lejanas; compró el barco que Bjarni había utilizado y zarpó hacia el Oeste con treinta y cinco hombres. Su nombre era Leif Erikson, pronto se convertiría en el primer hombre en construir un asentamiento en el nuevo continente.

Por eso eso existen varias estatuas en honor a Leif. Cuando Bjarni solo podría presumir de ser el protagonista de este artículo.

Mucho más tarde llegó Cristobal Colón a robarse el crédito de todos. Sin embargo, se estarán preguntando "¿por qué los vikingos no ampliaron su estadía en América? ¿Por qué huyeron despavoridos al poco tiempo? ¿Existe algo o alguien en el mundo capaz de asustar a un vikingo?". Pues esa es una historia para otro día.