La economía conductual es un campo relativamente nuevo que se basa en elementos tanto de la psicología como de la economía para estudiar el comportamiento. Y Dan Ariely, un catedrático de psicología y economía conductual, es probablemente el máximo exponente de la materia en la actualidad.
Supongo que mejor empezamos por el principio, ¿de qué va la economía conductual? Su principal uso es estudiar el comportamiento del mercado, sin embargo, vale para estudiar de todo: desde nuestra renuencia a ahorrar para la jubilación aunque nos convenga, hasta nuestra incapacidad de pensar con claridad durante los períodos de excitación sexual y también los procesos de toma de decisiones que subyacen a dicho comportamiento.
El supuesto sobre nuestra capacidad de razonamiento perfecto, llamado “racionalidad”, constituye el fundamento básico de las teorías de la economía de toda la vida. Según Dan, en la medida en que creemos en la racionalidad humana, somos economistas. Por supuesto, no todos podemos desarrollar y comprender la «teoría de la preferencia revelada», pero sostenemos las mismas creencias sobre la naturaleza humana: la simple y persuasiva idea de que somos capaces de tomar las decisiones correctas por nosotros mismos y estas serán racionales.
En la economía convencional, el supuesto de que todos somos racionales, dice que calculamos el valor de todas las opciones y luego seguimos la mejor línea de acción posible. Ya saben, oferta, demanda, precio, atributos a favor o en contra, artículos complementarios o sustitutos… Si cometemos un error será una mera aberración de la variable y la economía tradicional da como respuesta que las «fuerzas del mercado» se abatirán sobre nosotros y tarde o temprano el equilibrio volverá.
Pero en realidad, no es así. Ese es un modelo perfecto que ayuda a entender el mundo, pero no siempre se cumple. Y por supuesto, el error es humano. No solo somos irracionales, sino que además somos previsiblemente irracionales; es decir, que nuestra irracionalidad se produce siempre del mismo modo una y otra vez. La economía conductual estudia nuestros comportamientos para ver por qué actuamos como lo hacemos. Observa a base de estudios sociológicos para aislar sucesos y ver cómo nos comportaríamos en determinadas situaciones, descubriendo que nos afectan los mismos sesgos, caemos en los mismos errores aún si los sabemos, y nuestros comportamientos casi siempre distan mucho de ser racionales.
Sobre el amor, que es lo que nos ocupa hoy. Dan explica en un vídeo de la serie Google’s Modern Romance series, por qué las personas condenan sus relaciones.
Lo primero que debemos aceptar es que la imaginación siempre es mejor que la realidad. Siempre. Todo el mundo tiene sus miserias y sus malas costumbres y no se se puede cambiar a nadie por la fuerza, por lo cual, cuanto antes asumes que en tu imaginación el marco idílico y perfecto está sesgado y tu pareja no es ni puede llegar a ser como en tus sueños la imaginas, antes puedes continuar.
«Tenemos una tendencia a llenar los vacíos y corregir ciertas carencias en términos demasiado optimistas. Y luego, por supuesto, nos sentimos decepcionados».
Para evitar que la imaginación nos decepcione, deberíamos preguntar directamente aquello que nos preocupa. Sin embargo esto a veces puede ser difícil, claro, sobretodo con las preguntas que rompen cierto protocolo social. Normalmente en las citas hacemos como que nos interesan cosas triviales, como por ejemplo, el colegio al que fuiste o a qué te dedicas. Asumiendo que lo demás será como esperamos, de hecho, arriesgándonos a que con el tiempo, lo que quiere decir invirtiendo tiempo, descubramos que en las cosas que verdaderamente importan, somos incompatibles.
Actuamos del todo irracionalmente en esto, piénsenlo. Nos concentramos en tratar de encajar con la otra persona, de no decepcionarla en la primera impresión aún si necesitamos falsear o ablandar la realidad en el proceso. Exageramos nuestras virtudes y ocultamos nuestros defectos. Suavizamos nuestras opiniones para no rozar. Y, si no me equivoco, en realidad lo que estamos buscando es alguien que nos encaje como somos, como realmente somos. Estamos fingiendo encajar. Normal que el otro se sienta engañado después.
¿Lo hacemos a posta? No. Según la psicología esto es una disonancia cognitiva. Para justificar nuestro propio esfuerzo, maximizamos el valor de la otra persona. Los vemos, en resumen, mejor de lo que son. Lo cual, por supuesto, nos deja a nosotros mismos por debajo, lo que nos incita a “estar a la altura” y, para ser merecedores de ese candidato o candidata y no quedarnos solos, fingimos ser lo que quieren ver.
Por supuesto, cuando llegamos a conocer mejor al sujeto en cuestión, empezaremos a descubrir lo que era falso y lo que era verdad, y te defraudan en todo tipo de formas. La lejanía permite ocultar y difuminar los defectos, cuanto más te acercas a los pequeños detalles de la vida, más se empiezan a ver las arrugas. Es decir, es muy fácil pensar que un ser humano es genial sin conocer los pequeños detalles. Te amarán todos aquellos que no saben lo que queda cuando se apagan los focos.
Tras cometer el error de fiarnos de esa imagen difusa con nuestra pareja actual, volvemos a hacerlo. Como dije, nuestra irracionalidad se repite una y otra vez. Miramos a fuera y nos parece que todos los demás son más perfectos. “La hierva siempre es más verde fuera”.
«Cuando estamos en una relación, pensar de forma continua “con un pie fuera” acerca de cómo el mundo exterior es más tentador y más interesante, en realidad, no es una buena receta para invertir en una relación».
Dan propone que le preguntes a tu madre y tus amigos. Resulta que cuando uno conoce a ese "candidato potencial" estás a su vez en ese estado de encaprichamiento en el que no eres en realidad capaz de ver a la persona tal cual es, pues tienes todos los “tóxicos” del amor haciendo que las mariposas revoloteen en tu estómago. Los sujetos externos tienen más probabilidades, dada su imparcialidad, de predecir una compatibilidad o falta de ella.
También, ya dentro de la relación, se recomienda hablar de los problemas de pareja, con la pareja y con alguien externo, pues los humanos tenemos lo denominado “sesgo de correspondencia” o error fundamental de atribución. Este consiste en que tendemos a culpar al exterior de lo que nos pasa; aún si algo es claramente nuestra culpa o si fue simplemente aleatorio, culpamos a otros, preferentemente a quienes tengamos más cerca. Por lo cual, hay altas probabilidades de que cuando tenemos problemas de pareja nos victimicemos y hagamos ver al otro como un verdugo.
¿Qué podemos aprender de todo esto? Que no podemos fiarnos de lo que vemos, ni de lo que sentimos hasta que abandonamos el enamoramiento y damos paso al amor. Que mientras actuemos distinto “para encajar”, no encontraremos a alguien que nos encaje. Que el coste de oportunidad de intentarlo con una persona forzándolo a parecer que va a funcionar, lo pagamos nosotros y ellos —en tiempo y en otras cosas—. Y que, inevitablemente, los problemas van a venir y no vamos a encajar en todo. En cuanto a los problemas debemos buscar la causa real, aún si esa causa es la aleatoriedad, antes de culpar a la otra persona. En lo que respecta a el “alma gemela” probablemente la clonación exacta no exista ni deba existir. Nadie opinará absolutamente en todo lo mismo que tú. Y quizás la única respuesta correcta sea tener cosas en común en las metas fundamentales, un MVP —producto viable mínimo—, y dejar cierta libertad para ser distinto, aún si no lo entendemos, en todo lo demás.
Tienes la conferencia completa aquí. También se ha consultado la obra “Las trampas del deseo” del mismo autor, la cual recomiendo encarecidamente para entender todos los campos en los que la economía conductual puede ayudarnos, como individuos y como sociedad.