Dicen que aprender de los errores para no tropezar con la misma piedra es algo que todo ser humano debería tener claro a lo largo de su vida. Algunos lo consiguen, otros lo intentan y muchos, la mayoría, se queda por el camino.

Chicfy es una de las startups que más han dado que hablar durante 2016; ya no sólo por su anuncio. Su éxito reside en su origen, en entender que menos es más y que, con un poco de ingenio se puede convencer a hordas de chicas para que estén en tu app.

Todo buen negocio en España empieza en la barra de un bar

El inicio de los tiempos, el principio de todo o el día cero: 8 de febrero de 2013. Fue en este momento en el que Chicfy llegó al mundo. El día en el que iniciaban operaciones y se lanzaban a la piscina de las apps para competir con otros marketplace del panorama emprendedor español.

Pero la historia comienza mucho antes. Nono Ruiz y Laura Muñoz, una joven pareja en aquel momento, vivieron lo que miles de españoles sufrieron en sus carnes justo en 2008 y en los años anteriores: los efectos y las causas de una crisis económica mundial que se llevó por delante algo más que los ánimos de muchos. Dejaron sus puestos de trabajo en sendas tiendas de ropa, trabajo que conocían desde hacía años y donde habían desempeñado todo tipo de puestos de responsabilidad, y abrieron un negocio. "Lo normal hubiese sido montar algo relacionado con el retail", explica Nono, porque lo cierto es que la intención era montar una tienda de zapatillas de moda. Pero los alquileres en el centro de Granada eran cuanto menos imposibles, alimentados por una burbuja inmobiliaria a punto de saltar por los aires, y las tiendas de la ciudad tenían exclusividad con las marcas importantes. La primera en la frente y cambio de planes:

"Como yo quería hacer algo, y me daba igual lo que fuese y quería llenarme de barro hasta arriba, pues por qué no montar un bar en uno de los locales que vi y estaban adaptados y, dentro de un año o así, como ya teníamos el local pues en ese mismo sitio montamos la tienda".

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Nono lo tenía muy claro y Laura dio el punto sensato: nunca habían trabajado en hostelería y realmente no les gustaba nada el negocio. Pero finalmente cedió y abrieron —la historia de muchos en los años precrisis—. Previa hipoteca familiar de casi 80.000 euros, lo que supone una letra de 1.500 euros mensuales más gastos, para acondicionar a su gusto el local llegó el día de la apertura. Y premio.

"El primer cliente que entró en el local se puso la cerveza solo porque yo no sabía".

Pese a que los comienzos fueron complicados, ya que supuso aprender un oficio desde cero, lo cierto es que no les fue tan mal. El local estaba siempre lleno. Pero se dieron de bruces con la verdad, una realidad que pueden confirmar los más de 260.000 bares que hay en España: es un trabajo que hay que echarle muchas horas y que sólo da para vivir. Estos dos empresarios vieron su futuro y se vinieron abajo.

El resultado fue que un año después traspasaron el local y se quedaron con una deuda millonaria que tardarían 16 años en saldar. En 2008, el peor año de todos. Sin trabajo y con un alquiler que pagar. Con 23 años y este percal, lo único que puede decir Nono es "que te vuelves super pesimista". Y sin recursos para hacer nada.

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"Una locura, pero las ideas son gratis"

La única solución fue buscar trabajo de nuevo. Tenían experiencia en retail por lo que, pese a la crisis, volver a las tiendas no les supuso mucho esfuerzo. Pero ni sumando sus sueldos eran capaces de llegar a fin de mes. Nono, además, cometió el segundo error de su vida: tirar de la tarjeta de crédito para emprender sus pequeños proyectos. Epic fail.

"De ahí aprendí que hay que usar lo menos posible en cualquier momento. Si te salen mal las cosas pues no pierdes nada o casi nada. Y si te sale bien pues genial, porque lo has hecho con ingenio".

La deuda no bajaba ni queriendo y el margen de maniobra no daba para más.

Por aquel momento, Antena 3 estaba convocando casting para captar nuevos concursantes para un programa: Atrapa un Millón. Más enfocado al entretenimiento que al conocimiento, su base fundamental era vender historias buenas. Nono y Laura la tenían: dos jóvenes con una gran deuda que, siendo pareja, se presentaban para ganarse al público.

Durante semanas, y esperando que llegase la llamada esperada, Nono preparó una estrategia para ganar, para hackear el concurso. Y el teléfono sonó como venido del cielo. El programa que protagonizaron Nono y Laura tuvo el máximo de audiencia y, como no podía ser de otra forma, se llevaron el premio gordo.

Quitando el mordisco que se lleva hacienda por cada premio, la deuda quedó saldada y cada uno pudo ingresarse 20.000 euros.

A la millonésima va la vencida

Laura, la sensata, prefirió quedarse con el dinero y seguir con su trabajo en la tienda. Nono se encerró en casa y se puso a crear con sus recién ganados 20.000 euros. Pero a esas alturas algo ya había cambiado: el negocio ya estaba en Internet. Por lo que, bye bye tienda de zapatillas, hola código.

Cinco proyectos fallidos después y con sólo 3.000 euros en la cuenta el tiempo apremiaba. Pero, como suele pasar en estas cosas, la bombilla del ingenio se encendió. Había varias experiencias similares en Estados Unidos en las que chicas, y sólo chicas, compraban y vendían ropa. En España, en ese momento sólo existía eBay y Segundamano —Wallapop llegaría meses después—, y además, se ajustaba a algo que tanto Nono como Laura conocían: el mundo de la moda.

Un mundo de moda sólo para chicas porque es más fácil perfilar el producto y, sobretodo, crear un ambiente de comunidad mucho mejor.

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Con sólo 4.500 euros de inversión inicial, lo único que ha salido del bolsillo de Nono y Laura, para crear la sociedad y pagar a la agencia que iba a crear la app nació un primigenio Chicfy.

En un principio, el tema de la tecnología les obsesionó demasiado, porque el objetivo era centrarse en un producto que vendiese y darse a conocer. A diferencia de otros monstruos tecnológicos que crean un sofisticado software y luego piensan en vender, en este caso, el tema fue al revés. Hoy, y teniendo en cuenta la magnitud de la empresa, ha alcanzado una perspectiva mucho más seria con un equipo propio y dedicado al 100% porque tiene que escalar y ser capaz de aguantar el peso del negocio.

Sin embargo, el reto era cuanto menos complicado ya que en este tipo de negocios se necesita mucha oferta y mucha demanda para que todo tenga tracción. Para lograrlo es necesario que te conozcan, pero si no tienes mercancía no te van a conocer. Además, no había dinero ni para una escueta campaña en redes. El círculo vicioso de la pescadilla que se muerde la cola.

La primera solución creativa: acudir a vloggers famosas:

"Si ciertas chicas super relevantes entraban desde el primer día sería genial, porque podríamos arrastrar a sus comunidades de seguidoras. Hablamos con 10 chicas y lanzamos el 8 de febrero de 2013. Empezamos sólo con 10 usuarias y 250 prendas a la venta".

El primer día de actividad se saldó con 16.000 visitas, 60 pedidos y a un coste de marketing 0.

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Negocio de guerrilla

Desde casa, en pijama, con Laura en otro trabajo fijo por si la cosa no iba bien, y con ordenadores portátiles que tardaban 20 minutos en arrancar y a los que les faltaba más de un tornillo.

Poco a poco seguimos insistiendo y eso empezó a levantarse y a crecer tanto la demanda como la oferta. La bola empezó a rodar y a hacerse grande".

Funcionó el boca a boca, como en otras ocasiones en esta vida. El producto gustaba a las chicas. Era bonito y fácil de usar. Pero sobre todo, no había ningún tipo de complicación para ninguno de los perfiles de usuarias que pasan por la app. Hacía las delicias de todas las chicas que mataban por la moda: tanto como si era nueva o de segunda mano.

Te gusta algo, hablas con la chica que vende y si quieres se lo compras al un precio acordado por ambas. Chicfy retiene el dinero hasta que llega a su destino a través de Correos, con los que tienen un acuerdo de distribución, y si todo está bien se lanza el dinero.

El tema, complicado, de los dineros

Chicfy partió de una premisa básica, opuesta a la que llevó Wallapop tenían que monetizar desde el día uno porque si no, no podrían comer. Es decir, de cada venta se llevan el 20% de comisión por hacer de intermediaros. Esto era un riesgo muy grande en un país que no paga por comisiones ni aunque su vida dependa de ello; y teniendo la experiencia gratuita de Wallapop para comparar.

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Pero el caso es que no ha ido tan mal. Y después de dos meses de ventas ya habían procesado más de 1.000 pedidos y así crecieron hasta hoy. 2013, el año en que salieron, cerraron ventas de 250.000 euros; 2014 con 2,5 millones y 2015, añadiendo más equipo y con la empresa ya mudada a Málaga, en 10 millones. ¿Los beneficios? De momento todo se reinvierte, por lo que no han llegado.

Como buena startup o empresa tecnológica han cerrado sus buenas rondas de financiación. La primera de ellas, en 2013 de 60.000 euros permitió que Laura pudiese dejar su trabajo en la tienda y centrarse en Chicfy. 2014 llegó con otros 360.000 y 600.000 en 2015, de la cual, explica Nono, "sólo habrían necesitado la mitad". Y, entre sus inversiones, se encuentra Cabiedes, el amante de las buenas gráficas y de los emprendedores que son capaces de demostrar que el negocio funciona.

De momento, más dinero no necesitan, ni quieren ir a otros mercados, vender o comprar. Como ya aprendieron en sus años regentando un bar: "no pedir algo que no se necesita y, con ingenio y creatividad, salir adelante con los recursos propios". Dinero que no necesitaron para crear su primera y única campaña de marketing, de algo menos de 1 millón de euros. Su "claro que sí, guapi" que ha cambiado la concepción de la empresa.

En tres años han pasado de ser algo de nicho a estar en boca de todos y que, al menos en su versión de anuncio, se recordará durante años.

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