Todos hemos sido entrenados para ser defensores de lo que nos importa o de aquellas cosas que creemos correctas. Y por lo general, defendemos lo que creemos exponiéndolo. Hablar y escuchar, ambas partes del proceso de comunicarse con nuestros semejantes, son actos cotidianos, pero tal vez el arte de escuchar concretamente está más abandonado. Seguramente habrás leído alguna vez la frase: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”, y la cosa es que eso es lo que nos está pasando. No queremos oír.
Pew Research hizo un estudio con 10.000 adultos, y descubrió que hoy en día estamos más polarizados y más divididos que nunca. Tomamos decisiones sobre dónde vivir, con quién vivir e incluso quiénes serán nuestros amigos, con base en lo que ya creemos. No nos gusta que desafíen nuestra opinión porque no estamos dispuestos a modificarla. Así que hacemos una burbuja con aquello y aquellos que inflan nuestra propia visión y combatimos, sistemáticamente, a todos los demás.
¿Por qué no escuchamos? Número uno: preferimos hablar. Cuando hablas, estás en control, no tienes que escuchar cosas en las que no estás interesado, eres el centro de atención y puedes reafirmar tu propia identidad. Probablemente esta sea también la razón fundamental por la que funcionan también las redes sociales. Pero hay otra razón: nos distraemos. Una persona en promedio habla a unas 225 palabras por minuto mientras nuestro cerebro puede escuchar hasta 500 palabras por minuto. Así, nuestras mentes llenan esas otras 275 palabras con nosotros mismos. Requiere esfuerzo y energía realmente prestar atención a alguien, porque no somos capaces de no rellenar ese vacío.
Eduard Punset: “Hablamos en exceso y no escuchamos lo suficiente”
Pep Marí, jefa del Departamento de Psicología del Deporte del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, imparte un curso que lleva por título: El arte de aprender a escuchar. Marí básicamente somete a los estudiantes a pruebas para que estos comprueben si saben o no escuchar a los demás. El ejercicio tiene sólo tres reglas: no interrumpir al otro, ser capaz de reproducir lo que este acaba de explicar, y responder solo si después de escuchar sus argumentos matizaría algo. Y el 90% de los participantes no supera el ejercicio.
Como dice Celeste Headlee, antes para tener una conversación cortés se solía seguir el consejo de Higgins en "My Fair Lady": Enfócate en el clima y la salud. Pero hoy, con el cambio climático y la anti-vacunación, esos temas tampoco sirven. Prácticamente cada conversación posible en nuestros días, tiene el potencial de derivar en una discusión. Simplemente no tendríamos energía para discutir en todas.
Sin embargo, todos hemos tenido buenas conversaciones antes y sabemos cómo son. Es el tipo de conversación de la que te marchas sintiéndote involucrado e inspirado, donde sientes que has hecho una conexión real o como mínimo has entendido perfectamente todo lo que el otro ha dicho. No hay razón que impida que muchas de tus interacciones sean así. Sólo hay que seguir algunas reglas, que deberían ser de sentido lógico:
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No ser multitareas. Y no solo quiero decir que no usen el móvil a la vez, lo cual es obvio. Quiero decir: estén presentes. No piensen en la discusión que tuvieron que empezó con la palabra que el amigo acaba de decir o en que su chaqueta es bonita. Si desean salir de la conversación, abandonen la conversación, pero no estén mitad presentes y mitad ausentes. Tienen que ser capaces de reproducir lo que el otro ha dicho, y entenderlo exactamente como lo ha dicho, ya sea por escrito o hablado. No interpretes lo que tú quieres oír, no te inventes los ataques, se puede tener una comprensión textual si se atiende. Aunque rechaces la perspectiva no la subestimes ignorándola.
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Ser capaz de tener una escucha generosa. Krista Tippett en su libro “An Inquiry Into the Art of Living distills many of her conversations”, llama ‘escucha generosa’ a la capacidad de alimentar la conversación con curiosidad. La curiosidad es una virtud que podemos cultivar para que sea instintiva. Se trata de dejar de lado las suposiciones y aceptar la ambigüedad y, con curiosidad, tratar de comprender lo que el otro cree de verdad. Sí, esto requiere interés y cuando no lo tienes, se nota. Hay personas que quieren saber en verdad lo que piensas y personas que sólo quieren comprobar si crees lo mismo que ellos y en caso contrario, la conversación deja de parecerles interesante.
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Las quejas. En principio tu preferirías oír más cosas positivas sobre ti que críticas y quejas, ¿verdad? Pues se aplica a todo el mundo. Trata a los demás como te gustaría ser tratado.
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Haz búsquedas, no debates. Queremos que otros reconozcan que nuestras respuestas son correctas. Esto quiere decir que hacemos una llamada al debate siempre que no estamos en la misma página que el otro. La alternativa consiste en una orientación diferente: invitar a explorar puntos de vista, no a descubrir quién tiene razón o quién está equivocado. Hay valor en el mero hecho de ver cómo se ve el mundo desde los ojos de otra persona por un rato, siempre que esta persona te interese, no tenemos que estar de acuerdo, sólo ser curiosos.
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No seas dogmático. Si quieren establecer su opinión sin oportunidad a réplica, aportación, autoanálisis o crecimiento, escriban un blog. Deben iniciar una conversación suponiendo que tienen algo que aprender, lo contrario es una sistemática infravaloración de tu interlocutor y para insultar a alguien, no le hables.
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Sigan el ritmo. Vendrán pensamientos a su mente mientras el otro está hablando y necesitarán expresarlos. No interrumpan, tampoco dejen de escuchar mientras piensan en su maravillosa pregunta, es probable que se pierdan cosas mientras el sujeto habla; es probable que se pierdan la respuesta a su pregunta, incluso.
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Si no saben, digan que no lo saben, uno gana en credibilidad cada vez que dice “no lo sé”. Y ya de paso, dejen que el otro les enseñe, cuando esto ocurre. No tiene nada de malo aprender de otras personas y, además, si no consideran al otro lo suficientemente preparado para enseñarles nada, en realidad no quieren conversar con él, quieren ser superiores un rato e ir a otra cosa. Como dije anteriormente, asuman que tienen algo que aprender porque, en realidad, casi de todo el mundo se puede aprender algo y nadie lo sabe todo.
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No equiparen sus experiencias. No es lo mismo, nunca es lo mismo. Toda experiencia es individual. Contar lo que a ti te pasó en una situación parecida es transformar el momento en el que alguien se está sincerando contigo en una charla sobre ti y lo mal que lo pasaste. No hagas eso, no te gustaría que lo hicieran contigo.
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Procuren no ser repetitivos. Es condescendiente y aburrido. Tendemos a hacerlo mucho cuando encontramos un argumento muy bueno o una frase que suena muy bien. Especialmente en conversaciones de trabajo o con nuestros hijos. Cuando tenemos una idea, la seguimos parafraseando una y otra vez. La gente pilla las cosas a la primera. En su versión contrapuesta, la gente te dice que algo le gustó, que lo hiciste bien o que tienes razón, al menos de corazón, una vez, y una vez suele ser suficiente, no sigas insistiendo porque se nota que solo quieres que la conversación verse sobre halagarte a ti y a nadie le gusta ser un mero animador.