**Si hay un derecho humano que aún se ve amenazado o puesto en tela de juicio, a veces incluso en las sociedades que se tienen por más democráticas, ese es la libertad de expresión sin duda alguna**. De vez en cuando, alguien pretende cerrarle el pico a otro porque no le gusta lo que dice o pedir un escarmiento judicial para él porque le ha disgustado algo que ya ha dicho, incapaz de mantener la discusión en el terreno del debate y de la opinión pública como las personas maduras y civilizadas. Pero hechos de este calibre resultan mucho peores cuando quienes llevan la iniciativa censora son las autoridades políticas, los propios representantes de los ciudadanos, y además cargan contra algo que atañe a la cultura.
Esto es lo que sucedió en 1985, año de la presidencia de Ronald Reagan en que surgió un comité que pretendía aleccionar a los padres sobre el contenido alarmante de determinadas canciones de pop y rock, y que proponía identificarlas sistemáticamente y censurarlas. **La idea brotó un día de 1984 en la mente de Tipper Gore, por entonces casada con quien luego sería Vicepresidente de Bill Clinton entre 1993 y 2001 y candidato a la Presidencia** en las elecciones que acabó robando George W. Bush, cuando veía la televisión junto a una de sus hijas y se topó con Prince cantando “Darling Nikki”, de su álbum Purple Rain, y las referencias sexuales directas que hace: “I knew a girl named Nikki. / I guess you could say she was a sex friend. / I met her in a hotel lobby / masturbating with a magazine”, y eso le pareció intolerable a todas luces.
El comité que creó, el Parents Music Resource Center, estaba formado por más de una veintena de esposas de senadores; otras integrantes eran Susan Baker, Nancy Thurmond, Pam Howar y Sally Nevius, parejas del Secretario del Tesoro, de un senador, de un corredor de fincas y del Presidente del Consejo Municipal de la capital respectivamente, y conocidas como las Esposas de Washington. Estas respetables señoras estaban preocupadísimas porque las canciones que escuchaban sus propios hijos les hablaban sobre la violencia, las drogas, el ocultismo y, sobre todo, el sexo, promoviéndolos según ellas, si bien uno se pregunta con la mente postdiluviana qué tendrá de malo lo último. Aunque, en cualquier caso, que los promovieran o no es irrelevante en la defensa de un derecho como la libertad de expresión, y así lo entendieron todos aquellos que se enfrentaron a su iniciativa represora.
Las propuestas del comité incluían que la Recording Industry Association of America clasificara los discos igual que la Motion Picture Association of America clasifica las películas, colocar advertencias de contenido en las portadas de los álbumes, esconder bajo el mostrador de las tiendas aquellos con portadas sexualmente evidentes, establecer estándares censores en la industria musical, presionar a los canales de televisión para que no emitan videoclips explícitos ni utilicen canciones semejantes y, además, rescindir los contratos de aquellos músicos que se comporten de forma sensual o violenta. Para ejemplificar lo que decía ver el comité, publicaron una lista de canciones, “Las Quince Asquerosas”, entre las que se encontraban “Let Me Put My Love Into You”, de AC/DC, “Dress You Up”, de Madonna, “Trashed”, de Black Sabbath, “She Bop”, de Cyndi Lauper y, claro, la ya mencionada “Darling Nikki”, de Prince.
Y hubo sorpresas vergonzosas: cadenas de tiendas de Estados Unidos como Wal-Mart, Sears, J. Penney o Fred Meyer dejaron de vender álbumes de rock y revistas de su temática siguiendo los postulados del comité, nada menos que diecinueve compañías discográficas acordaron en agosto de 1985 colocar etiquetas en los discos para señalar aquellos con letras explícitas y, en septiembre, comenzó una audiencia en el Senado sobre “el porno-rock”, durante la que varias personas testificaron ante el Comité de Comercio, Ciencia y Transporte, con la participación del entonces senador Al Gore.
Allí, la también senadora Paula Hawkins enseñó carátulas de músicos como Wendy O. Williams, W.A.S.P. o Def Leppard, presentes los dos últimos en la lista del PMRC, y habló de “descripciones de actos sexuales a menudo violentos, toma de drogas y coqueteos con lo oculto”, y de “cómo impedir que los jóvenes sean expuestos a palabras e imágenes que pueden ir en contra de las creencias y valores de sus padres”. Por su parte, Susan Baker aseguró que “los mensajes omnipresentes dirigidos a los niños que promueven y glorifican el suicidio, la violación, el sadomasoquismo, etcétera tienen que contarse entre los factores que contribuyen a estos males de nuestra sociedad”.
El senador Ernest Hollings declaró: “Esta música no tiene ningún valor social. Es directamente una porquería, y tenemos que hacer algo”. Joe Stuessy, profesor de Música de la Universidad de Texas, afirmó que la música influye en el comportamiento y que el heavy metal es diferente de las formas musicales porque “tiene como uno de sus elementos centrales el odio”; y el psiquiatra infantojuvenil Paul King se refirió a la deificación de los músicos del heavy metal como si este fuese una religión.
Por el contrario, el músico Frank Zappa denunció en la audiencia que lo que se buscaba era una censura previa que limitaría la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, la cual garantiza la libertad de expresión. “La propuesta del PMRC es una sarta de sinsentidos mal concebida”, lanzó después, “que no proporciona ningún beneficio real a los niños, viola las libertades civiles de las personas que no son niños y promete mantener a los tribunales ocupados durante años, tratando con los problemas de interpretación y ejecución inherentes al diseño de la propuesta”. Su colega John Denver declaró que “según su experiencia, los censores a menudo interpretan mal la música”, y que la censura es contraproducente porque “lo que se niega se convierte en lo más deseado, y lo que está oculto, en lo más interesante”.
Pero **la estrella de la función fue Dee Snider, cantante de la banda Twisted Sister, cuya canción “We’re Not Gonna Take It” era una de las Quince Asquerosas. Primero, se autodefinió: “Estoy casado, tengo un hijo de tres años, nací y crecí como cristiano y aún me adhiero a estos principios, y créanlo o no, no bebo, no fumo y no tomo drogas”, y luego, entre otras cosas más, dijo que “Under the Blade”, canción de su banda en la que el PMRC había visto apología del sadomasoquismo, la esclavitud y la violación, en realidad trataba del miedo a una operación quirúrgica, por lo que “el único sadomasoquismo, esclavitud y violación en esta canción está en la mente de la señora Gore”**, espetó.
Pese a todo, en noviembre de 1985, la RIAA decidió añadir a discreción la etiqueta genérica de: “Parental advisory: explicit content” en sus lanzamientos musicales, sin categorizar, y desde entonces, tiendas como Wal-Mart se limitaron a abstenerse de vender los discos que lucieran estas etiquetas. Y uno a los que le plantaron el “parental advisory” fue Jazz from Hell, el álbum de Zappa por el que ganó un Grammy en 1988. Por fortuna, eso fue lo único que consiguieron las Esposas de Washington, su comité de censoras y sus simpatizantes liberticidas. Bueno, lo único no, porque grupos de música como Megadeth, los Ramones, Danzing, NOFX, Sonic Youth, Dead Kennedys, Furnaceface, Warrant, Dead Milkmen, PDQ Bach, KMFDM, Anthrax o Reset y cantantes como Eminem, Ice-T o Philip Bailey han indroducido referencias más o menos jocosas al PMRC en sus canciones.
Además, la historiadora Mary Morello fundó en 1987 una agrupación de derechos civiles llamada Padres a Favor del Rock y el Rap para oponerse al ataque a la libertad de expresión de los creadores musicales que suponía las exigencias del PMRC; y la banda Rage Against the Machine escenificó una protesta contra sus pretensiones en el Festival Lollapalooza de Filadelfia en julio de 1993: desnudos, con cinta aislante en la boca y cada una de las letras del PMRC en sus cuatro torsos, permanecieron sobre el escenario durante catorce largos minutos mientras sonaban de fondo las cuerdas del bajo y la guitarra de Tom Morello y Tim Commerford. Y si a todo esto le sumamos los indicios por los éxitos de ventas de que Denver tenía razón al insinuar que prohibir despierta el deseo de lo prohibido, lo de las etiquetas de Tipper Gore y compañía es un éxito de lo más rotundo.