**Uno de los cineastas a cuyo trabajo resulta más agradable acercarse siempre es, sin duda alguna, el neoyorkino Woody Allen**. Porque de las vicisitudes de las relaciones amorosas, su asunto predilecto, sabe más que los ratones colorados, y jamás nos las expone de un modo escasamente creíble o con condescendencia, ni nos ofrece un final feliz ridículo, de esos que parecen obligatorios en el peor sector hollywoodiense. Y si además se pone a ello con el sentido del humor que le caracteriza, poco más se puede pedir.
Por otra parte, el hecho de que estrene al menos una película cada año desde hace más de treinta, a un ritmo envidiable para cualquier autor de cine, ameritan más sus frutos. Pero es que, además, **en 2016 ha hecho doblete dando el salto a la actual ficción televisiva con Crisis in Six Scenes para los todavía tiernos Amazon Studios**, la división de desarrollo cinematográfico de la ya veterana compañía en principio dedicada sobre todo al comercio electrónico, que no ha puesto objeciones para que Allen conserve el estilo de sus archiconocidos títulos.
A los que le echábamos de menos ante las cámaras **nos alegra sobremanera que también haya decidido protagonizar su serie, cuyo historia ocurre durante los convulsos años sesenta del siglo pasado en Estados Unidos** y en la que Allen interpreta a Sidney J. Munsinger, un escritor frustrado que, vaya por dónde, dice que ha decidido pasarse a guionizar series de televisión para ganar más dinero y que presume ante su insobornable peluquero de tener una vida familiar perfecta. Naturalmente, sigue haciendo de sí mismo, o del personaje neurótico e hipocondríaco con excéntricas salidas verbales que ha construido a lo largo de su carrera, y aún le queremos igual.
Por supuesto, a Munsinger y su bebedora esposa Kay, una consejera matrimonialista con su propio club de lectura a la que Elaine May encarna, no tarda en caerles un lío encima, para el que Allen se sirve del contexto político. Pero todos sabemos que el enredo no se puede quedar simplemente en un lío semejante en una obra de este cineasta, y él se complace en provocar otra de sus tramas amorosas que sabe llevar tan bien, pero se nos antoja pobremente definida pese a que recurra a algo tan gratificante como la atracción intelectual. Eso al margen de que Cyrus y Magaro tienen la química de un pavo real y un extintor de incendios.
El guion flojea porque, en esta ocasión, los chistes de Allen no están tan inspirados como de costumbre. El primer episodio, la secuencia final del cuarto y el comienzo del quinto son modélicos en ese aspecto, sin embargo, y nos arrancan carcajadas con su humor sutil e ingenioso; pero el resto sufre un decaimiento con absoluta claridad. Y hasta da la sensación de que Crisis in Six Scenes podría haber sido perfectamente una de sus películas si montaran los seis episodios seguidos, es decir, no parece que Allen haya escrito los guiones demostrando ser consciente de que cada entrega debe servir por sí sola como unidad con su propia progresión y un destino.
Las interpretaciones de todo el reparto, al que también integran Miley Cyrus como la activista radical Lennie Dale, John Magaro como el joven Alan Brockman o Rachel Brosnahan como su prometida Ellie, son correctas pero, por alguna razón, Allen no puede presumir esta vez de la eficiente dirección de actores a la que nos ha acostumbrado en estas décadas, pues suele sacar el mejor jugo cómico de ellos y aquí nos lo entrega un poco aguado. A May, en concreto, se la ve un tanto mustia; mientras que Allen desvaría tan bien como siempre.
Y, para el episodio de cierre, aparte de una penúltima escena de confusión bastante satisfactoria, decide dar rienda suelta a su propio camarote de los Hermanos Marx, uniendo todos los hilos argumentales en una jaula de grillos que, como buena idea que es, debería resultar descacharrante y no lo consigue, y eso que el punto cómico no es solamente el surrealismo de la situación, sino también el morbo que le da a Allen reírse de los conservadores escandalizándoles. Porque, aunque haya a quienes no se lo parezca, a este octogenario neoyorkino le va la marcha, y ojalá la próxima vez le salga una obra más contundente; sea en la pantalla grande o en la chica.