La sorpresa flotaba en el ambiente. Y no era para menos. Sara Danius, secretaria permanente de la Academia sueca, acababa de anunciar el Premio Nobel de Literatura de 2016. El galardón es para Bob Dylan, uno de los mejores cantautores de todos los tiempos. El Comité ha elegido al norteamericano por sus contribuciones como poeta camuflado de artista. Dylan se convierte así en el primer músico de la historia que gana el Premio Nobel de Literatura. Letras como Blowin' in the Wind, Hurricane o Like a Rolling Stone avalan el reconocimiento.

Dylan no habría llegado donde está hoy sino fuera por alguien que le descubrió cuando aún era un diamante en bruto. Un diamante que el paso del tiempo y sus composiciones se encargaron de pulir. En los años sesenta, cuando el hoy Premio Nobel de Literatura era un completo desconocido, una cantante adivinó su potencial y le mostró el camino al estrellato. Esa mujer era Joan Báez, una de las intérpretes folk más destacadas de la época, que le abrió las puertas de sus primeros conciertos en Nueva York y Nueva Inglaterra.

En 1963, Joan Báez aupó a Bob Dylan al escenario. Ambos formaron una de las parejas más reconocidas de la época. El dúo Báez-Dylan, más allá de la relación personal que mantuvieron, simbolizó a la perfección la canción protesta. Eran los tiempos de las marchas por los derechos civiles que reclamaba Martin Luther King. De los conciertos organizados por Amnistía Internacional. De la lucha contra la guerra de Vietnam. Las imágenes en blanco y negro de aquellas manifestaciones nos devuelven a unos jovencísimos Joan Báez y Bob Dylan. Ella, con su voz portentosa que aún conserva. Él, con la timidez de quien acaba de echar a volar.

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Dos años después, Bob Dylan pasó de ser un mero invitado en los conciertos de Joan Báez a convertirse en un auténtico ídolo de masas. Pero la memoria a veces es demasiado frágil para recordar de dónde venimos. Algo así sucedió con el cantautor de Minnesota, que en un arranque de vanidad y ego, trató a Báez como un "instrumento más" en el escenario. La relación entre ambos estaba rota. Bob Dylan no volvería a ser el activista que fue en sus comienzos, aunque sus composiciones siempre fueran un reflejo de la actualidad política y social del momento.

Dicen que uno nunca olvida su primer amor. Quizás Dylan tampoco lo hiciera, a pesar del furibundo ataque de amnesia que le afectó tras los primeros éxitos de su carrera. Y es que tras el salto a los escenarios, Bob Dylan compuso temas como Blowing in the Wind (1963) o Mr. Tambourine Man (1964), canciones que, sin ningún género de dudas, marcaron una época. Pero Dylan jamás volvió sobre sus pasos. Fue Joan Báez la que continuó con el compromiso político.

Casi siete años después de su ruptura, Bob Dylan no había vuelto al ojo del huracán mediático salvo con breves excepciones como la publicación de New Morning. No hubo más marchas contra la guerra ni a favor de los derechos civiles. Su ausencia marcó profundamente a Báez que, a pesar del trato recibido en aquella gira británica de 1965, le dedicó una serie de indirectas en su tema To Bobby. La mujer que descubrió al Premio Nobel de Literatura se preguntaba dónde estaba aquel joven. Dónde se habían escondido sus ideales y sus ganas de cambiar el mundo. "Si no se lucha contra una cosa podrida, uno se convierte en parte de ella", cuentan que llegó a afirmar la cantautora.

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No hay duda de que el tema enfadó a Dylan. El músico contó en su libro Chronicles, tal y como recogió Rolling Stone, que la canción le desafiaba públicamente. To Bobby era un llamamiento para que volviera a liderar aquellas marchas. La canción no tuvo el éxito que Báez quería. Ni en lo personal, con la vuelta de Dylan a las cruzadas pacifistas, ni en lo musical. Sin embargo, esta no sería la última vez que su descubridora le dedicaría unos versos.

El año pasado, Financial Times contaba una anécdota sobre la relación de tira y afloja que mantuvieron Joan Báez y Bob Dylan durante años. Él, en algún momento de los setenta, la llamó por teléfono. Había pasado casi una década desde su flechazo y encontronazo posterior. Pero en la vida todo vuelve. Bien lo sabían ambos. Y fue entonces cuando ella escribió una de las canciones más tristes que jamás escucharemos sobre una ruptura. Un tema que te hace sentir personalmente el dolor, su dolor tras el escarnio público de Dylan. Una suerte de venganza personal servida en bandeja de diamantes y óxido. Porque en eso se había transformado todo lo que compartieron.

Diamonds and Rust se convirtió, por derecho propio, en una de las canciones más aplaudidas de Joan Báez. Y si los temas de Dylan han sido versionados por cantantes y grupos de la altura de Bon Jovi, Eric Clapton o Guns ’n Roses, esta canción no iba a ser para menos. La letra fue versionada por diversos artistas hasta que, por sorpresa, un grupo de heavy-metal cambiara por completo su registro. Judas Priest le dio una vuelta de tuerca a la que posiblemente sea la composición más personal de Báez. Y ella, en una entrevista con un medio canadiense, afirmó que le encantaba la versión desde la primera vez que había podido escucharla.

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Una década después de su ruptura, que quedó reflejada de forma agridulce en documentales como Don't Look Back (1967), Dylan y Báez volvieron a encontrarse. En 1975, ambos compartieron escenario durante la gira Rolling Thunder Revue e incluso ella llegó a tocar varios temas del hoy Nobel de Literatura. Los rumores sobre una posible relación se dispararon en aquella época, coincidiendo con la participación de la cantautora en la película Renaldo and Clara que Dylan dirigía. Por entonces, Joan Báez se había separado de su pareja David Harris, un conocido activista que protestaba, entre otras cosas, por el servicio militar. Sin embargo, Dylan se había casado con Sara Lownds, aunque se separarían en 1977.

Tuvieron que pasar cuarenta y cuatro años para que Bob Dylan reconociera sus errores en la ruptura con Báez. Algo que ocurrió durante la presentación del documental Joan Baez: How Sweet the Sound en el Festival Internacional de Cine de Toronto. Allí fue donde el cantautor dijo que se sentía mal sobre cómo terminaron. Una afirmación íntima y personal acerca de la relación que ambos mantuvieron. Una relación que, a pesar de la privacidad, marcó el destino de ambos artistas. Ni Joan Báez podría entenderse sin Dylan, ni el músico se explicaría sin su descubridora. Dos historias paralelas, complejas y poliédricas, como tantas en la vida, de las que surgieron algunas de las mejores canciones de la historia.

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