Hace unos días eran noticia los sensores implantables del tamaño del polvo, que sin lugar a dudas tendrán un papel en la salud del futuro y en la conexión directa con los ordenadores. Sin embargo, según cuenta The Washington Post, ya hay personas corrientes que han comenzado a implantarse chips funcionales para conseguir objetivos tan raros como abrir puertas o introducir claves de seguridad con tan sólo acercar la mano, de la misma manera que ya es posible pagar sin contacto acercando un smartphone a un datófono.
Los chips se introducen mediante una inyección. La persona más conocida por ello es Amal Graafstra, que lo ha hecho en su carrera unas 1200 veces, y que defiende "el arte de mejorar nuestro cuerpo a base de tecnología, porque no se trata de ningún lugar sagrado e intocable. Pero, ¿cómo puede funcionar un chip sin energía o la alimentación de una batería? Obviamente, uno corriente no puede, pero existen tecnologías que no requieren de ella, como los chips RFID, que además de en biohackers se utilizan principalmente en perros.
Como una tarjeta bancaria contactless, un chip NFC permite, por supuesto, pagar. Como se observa, aunque con usos limitados, las personas partidarias de estos chips implantados tienen claro que el futuro de sus actos pasan por llenarse de todos los chips que el cuerpo permita, hacia replicar con más y más fuerza las funciones de una máquina. Un futuro donde lo revolucionario y lo iterable vuelven a ser noticia, pero esta vez alejados de la parte exterior de la mano, el smartphone, para dejar paso al interior.