Veinte años después de que Roland Emmerich asombrara al mundo con la invasión extraterrestre de Independence Day, nos lanza a la cara esta aparatosa secuela para la que convenció a algunos actores del reparto original de que se uniesen a ella.Este director alemán arribó a Hollywood para quedarse después de haber realizado cuatro películas de escasa consistencia en su país natal, dos de ellas de **ciencia ficción: el tostón espacial The Noah’s Ark Principle (1984), su ópera prima, y Moon 44 (1990), por completo carente de interés. Ya en Estados Unidos, es un género que ha continuado atendiendo: no hay más que ver la excesiva Universal Soldier (1992), la interesante Stargate (1994), la primera parte del filme que nos ocupa (1996) y Godzilla (1998).

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Las dos últimas películas mencionadas hermanan el par de inclinaciones principales que ha demostrado en esto de hacer cine: además de la ciencia ficción, las catástrofes, subgénero temático al que también ha contribuido con la previsible pero digna The Day After Tomorrow (2004), con 2012 (2009), bastante pasada de rosca, y este año, con **Independence Day: Resurgence, un auténtico festival de ambos géneros para aquellos que los prefieran superficiales y agigantados. Porque otra cosa no, pero sentido de la enormidad, de lo exageradamente grande, y de la destrucción abrumadora tiene este cineasta para dar y regalar, y es muy proclive a dejarnos hasta con dolor de cabeza de tanto desorbitar los ojos. White House Down (2013) se puede señalar igualmente como otro ejemplo de lo que este tipo disfruta destrozando ciudades en la ficción.

Por añadidura, como resulta evidente, su nuevo filme es muy adecuado para los que sientan al menos cierta nostalgia por películas que les traen a la memoria épocas que suponen felices o incluso mejores, autoengañándose con el síndrome de la edad de oro; si es que algo así pude producirse con los años noventa del siglo pasado. Otros siete filmes dan cuenta de que Emmerich ha procurado diversificar un pelín y pasear sus cámaras por otros asuntos, pero siempre ha vuelto a sus pagos, que son por lo que, de hecho, se le identifica y se le recuerda. Así que no es lógico pensar que se habría resistido demasiado ante la proposición de llevar a cabo esta secuela de su obra más célebre.independence day: resurgence El asombro que asomaba a la cara de los espectadores en 1996, porque Emmerich sabía que lo que estaba mostrando en Independence Day era impresionante, se convierte en un gesto torcido durante la secuelaLo primero de lo que uno se percata cuando lleva un rato contemplando Independence Day: Resurgence es su aceleración narrativa, que ya muy avanzado el metraje llega a desconcertar hasta a los cinéfilos con acreditada experiencia. Toda la cantidad de hechos que se suceden en pantalla, gravísimos para la humanidad en su conjunto, ocurren a una velocidad inusitada y temible, y lo que en la primera película era una honrosa calma tensa antes del inicio de las hostilidades alienígenas, con la incertidumbre royendo las mentes de personajes y espectadores, y contemplar las inquietantes naves espaciales y el penoso resultado de la devastación, aquí se transforma en un no perder el tiempo en sutilezas y vamos a lo que vamos.

Incluso las secuencias de destrucción parecen que son tratadas por Emmerich como un puro trámite, sin deleitarse en ellas, con lo que él se solazaba montándolas en el pasado, como si en esta ocasión tuviese prisa por alcanzar la meta previsible. La tontorrona solemnidad que tanto nos creíamos en el filme anterior se extravía por el camino con tales celeridades, y la credibilidad de los personajes que conocíamos, y que aún se pretenden enfáticos o dicharacheros, pende de un hilo. Y el asombro que asomaba a la cara de los espectadores en 1996, porque Emmerich sabía que lo que estaba mostrando era impresionante, se convierte en un gesto torcido de alguien a quien le gustaría decirle: “Eh, relájate, para el carro, que con este ritmo vas a perder hasta los tapacubos”.

Los actores hacen lo que pueden entre tanto desafuero: Bill Pulman como el ex Presidente Whitmore, Jeff Goldblum como el doctor David Levinson y Judd Hirsch como Julius, su padre parlanchín que ahora no parlanchinea tanto, Vivianca Fox como Jasmine Hiller, que podría haberse quedado en casa por el tratamiento lamentable que le dan. Y todos, a causa de que les conocimos hace veinte años, nos inspiran auténtica lástima; excepto, quizá, Brent Spiner como el doctor Brakish Okun, al que le conceden más oportunidades de lucirse. Y la esforzada Maika Monroe como Patricia Whitmore, una niña en 1996, no sirve más que como comparsa dramática.

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Pero de lo que desde luego no cabe duda alguna es que las nuevas incorporaciones destinadas a suplir su ausencia, Liam Hemsworth como Jake Morrison y Jessie Usher como Dylan Hiller, **se demuestran inútiles para evitar que echemos tantísimo de menos al divertido Steven Hiller de Will Smith.

El guion de la película, responsabilidad de un Carter Blanchard poco inspirado, intenta reproducir la estructura de la precedente, y repite, no solo elementos emocionales de los que no sería lógico prescindir, sino también el desarrollo narrativo de la lucha**, con sus decepciones, sacrificios y triunfos, si bien lo alarga un poco más para no se diga que el conflicto no es más difícil de resolver tras dos décadas de carrera armamentística. Se le notan las costuras, y es en los momentos extremos, los más críticos, en los que un personaje demuestra de lo que es capaz, cuando más somos conscientes de ello. Lástima de oportunidad desaprovechada.

Conclusión

Parece que Emmerich, un director que nunca ha sido brillante en absoluto, no ha encontrado para Independence Day: Resurgence el sentido de la maravilla con el que dio veinte años atrás para el primer filme, y sus prisas por terminar con esta secuela se cargan todo lo que podría haber conseguido de haberse calmado un poco; al menos, una continuación decente.

Pros

  • Que sirve para dar carpetazo a nuestra nostalgia como cinéfilos.
  • Que a Brent Spiner le conceden más oportunidades de lucirse como el doctor Brakish Okun.

Contras

  • Su perniciosa aceleración narrativa, que lo destruye todo a su paso.
  • La sensación de que para Roland Emmerich ha sido un puro trámite.
  • Que los actores hacen lo que pueden e inspiran lástima.
  • Que se echa muchísimo de menos a Will Smith como Steven Hiller.

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