Las paradojas de nuestra historia siempre son plato de gusto para los aficionados a ella, pequeños tropezones placenteros en medio de una materia de por sí interesante. Conocerlas como conocemos otros pormenores enriquece la visión general de lo que nos ha ocurrido como especie, y no importa que se trate de alguna pequeñez, pues a los hechos capitales los sostienen montones de detalles anteriores sumados. El caso de Bertha von Suttner, del que quiero hablaros aquí, es el de la paradoja de los extraños compañeros de vida, o al menos uno de sobra conocido.
La pacifista que era amiga de su enemigo
En realidad, había nacido como la condesa Kinsky von Wchinitz und Tettau en la Praga de 1843, pero tomó el apellido con el que sería conocida tras casarse, en secreto por oposición familiar, con Arthur Gundaccar, barón von Suttner y su posterior reconciliación con los parientes de este. Que el propio padre de la condesa hubiera sido mariscal de campo durante un periodo de elevado militarismo en el Imperio Austrohúngaro hace comprensible su gran apuesta pacifista, ya no sólo por el fácil conflicto generacional de una escritora nada dispuesta a la sumisión, sino también con qué ejemplo de vida contaría en casa.Von Suttner creció entre el militarismo del Imperio Austrohúngaro y el recuerdo de un padre que había sido mariscal de campo
Porque Bertha von Suttner llegó a convertirse en una distinguida activista del momento en favor del pacifismo. La ruina económica en que habían caído los Kinsky von Wchinitz und Tettau tras malgastar la herencia del fallecido conde, a lo que ayudó la práctica ludopatía de su madre, y su matrimonio con Gundaccar, por el que su familia le desheredó a él, ambos formaron un formidable equipo de intelectuales que se ganaba la vida publicando novelas y realizando traducciones, y a partir del estallido de la guerra entre rusos y turcos de 1877 a 1878 por el acceso de los primeros al Mediterráneo, escribiendo exitosas novelas y reportajes bélicos, entre otras cosas.
Cuando todo volvió a su ser con la familia von Suttner y recuperaron su estatus económico, ella continuó escribiendo, y lo hizo más que nunca; y como uno aprende sobremanera y desarrolla su propio criterio durante el mismo trabajo de elaboración de sus textos, su teoría pacifista fue tomando forma, y con la influencia de algunos intelectuales destacados a los que trató, como Ernest Renan, Charles Darwin, Herbert Spencer o Henry Thomas Buckle, y el pensamiento progresista y liberal, esta se plasmó en la idea ética de que los seres humanos tenemos la capacidad moral de rechazar la guerra por dañina e innecesaria. Esto puede verse en su ensayo High Life (1886) y en su novela Die Waffen nieder! o ¡Abajo las armas! (1989).La influenciaron intelectuales destacados a los que trató, como Ernest Renan o Charles Darwin, y el pensamiento progresista y liberal
Pero la paradoja de su vida fue la larga amistad que tuvo con alguien mundialmente célebre, que se encontraba en las antípodas de su pacifismo, y desde mucho antes de que ella destacara como activista, gracias a una maniobra de su futura suegra para apartarla de Gundaccar: la había despedido como institutriz de sus hijos y, por no dejarla en la estacada, maniobró para que trabajara como **secretaria de un gran fabricante de explosivos, que más tarde también fabricaría armamento, en el París de 1876. Hasta que Alfred Nobel, pues así se llamaba su jefe, hubo de regresar a Suecia** dos semanas después a solicitud del Rey.
Mientras daba conferencias y creaba sociedades para su causa pacifista, von Suttner siguió manteniendo la comunicación con Nobel por vía epistolar; y fue en una carta que él le envió, firmada en enero de 1893, donde le explicó su idea de premiar a aquellas personas que hubiesen contribuido enormemente al mantenimiento y la defensa de la paz. No sería absurdo decir que von Suttner fue una gran influencia para que el dinamitero acabara instituyendo póstumamente **el Premio Nobel de la Paz entre aquellos destinados a lavarle la cara, el cual le otorgaron a ella en 1905** por méritos propios.Murió un mes ante del horror de la Primera Guerra Mundial, horror que le da la razón a pensadores como ella
En junio de 1914, año en que Carl Theodor Dreyer y Holger-Madsen adaptaron al cine Die Waffen nieder!, la baronesa murió sin tener oportunidad de contemplar el horror que sólo un mes después y durante cuatro años se cernería sobre el mundo con la Gran Guerra, horror que, más que ninguna otra cosa, le da la razón a luchadores de la paz como ella, y ninguna a los que se enriquecen con lo contrario hasta el fin de sus días y luego tratan de limpiar su memoria premiando aquello que va contra sus propios manejos de mercaderes de la muerte. Por ello, no honréis la memoria de Alfred Nobel; honrad la de Bertha von Suttner.