"No queremos quebrantar las leyes, sino redactarlas". Así de tajante se muestra Meryl Streep al interpretar a Emmeline Pankhurst, la líder del movimiento feminista en Reino Unido. La cinta Sufragistas, cuyo estreno pasó casi desapercibido por la llegada a los cines de Star Wars, nos muestra la historia de las mujeres que lucharon perdiéndolo todo -la libertad, la familia e incluso la vida- para alcanzar el derecho al voto.Sufragistas es, sobre todo, un homenaje a las personas anónimas que lucharon para alcanzar unos derechos civiles inimaginables hace unas décadas

La historia del **sufragio femenino es también un recuerdo de la injusticia y la desigualdad que, durante décadas, vivió el 50% de la humanidad. Un detalle numérico que no pasa desapercibido en el guión de la película dirigida por Sarah Gavron. Y es que en una de esas escenas destinadas a poner los pelos de punta -producto de la rabia y la emoción-, Maud Watts (interpretada por una excelente Carey Mulligan) se pregunta, nos pregunta: "¿Qué van a hacer? ¿Encerrarnos a todas? Somos más de la mitad de la humanidad, no pueden encerrarnos a todas".

La película avanza narrándonos algunas de las mayores crueldades que vivieron -y viven a día de hoy- las mujeres en el mundo. Discriminación, abusos, desigualdad, privación de la libertad. Escenas que no se muestran directamente en la gran pantalla, pero sí llegan a nuestro cerebro, provocando así una punzada de tristeza y rabia por todas aquellas que nos precedieron. Porque Sufragistas es, sobre todo, un homenaje a las personas anónimas que se enfrentaron a las fuerzas del orden público y a la clase política para alcanzar unos derechos civiles inimaginables hace unas décadas. La cinta también sirve de recuerdo póstumo a intelectuales de la talla de Simone de Beauvoir, cuyas obras, tres décadas después de su muerte, siguen plenamente vigentes.

Pero lo mejor de Sufragistas llega abruptamente, de manera inesperada. No es solo el final imaginado, en el que el Parlamento de Reino Unido aprueba el sufragio femenino. Sino que la cinta nos da un bofetón con la mano abierta en los créditos. Hay nombres y cifras que cambian la historia. Y otros que sirven para escupirnos la vergüenza a la cara.** Eso es lo que consigue Sufragistas al final de la película, regalarnos un corolario que nos invita a reflexionar sobre la situación de las mujeres en el mundo. Así es como conocemos que Suiza, "una de las democracias más estables del mundo", como se suele repetir, fue uno de los últimos países en aprobar -que no conceder- el sufragio femenino.

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Manifestación en Lausana en 1964 por el derecho al voto femenino. Fuente: Swiss Info
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Concentración en Berna en 1969 por el derecho al voto femenino. Fuente: Swiss Info
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Manifestación en Zúrich en 1969 por el derecho al voto femenino. Fuente: Swiss Info

En 1959, los cantones de Vaud y Neuchâtel fueron los primeros en autorizar el derecho al voto a las mujeres. Pero tuvieron que esperar doce años más hasta que la mitad de la población suiza pudo votar en unas elecciones a nivel federal. Hubo una región recóndita en este país, Appenzell Innerrhoden, donde el machismo imperante se resistió hasta 1990. El 30 de abril de aquel año, El País recogía que "los hombres, reunidos ayer en asamblea, decidieron por un voto de diferencia no otorgar a las mujeres el derecho al sufragio en el ámbito cantonal, hecho insólito en Europa".

Fue una decisión del Tribunal Supremo de Suiza la que obligó a todos los cantones a asumir el sufragio femenino como parte de los derechos civiles básicos. En un momento en el que la lucha por la igualdad sigue de plena actualidad, conviene recordar detalles históricos como estos. Y por eso la moraleja de Sufragistas es tremendamente conmovedora. La pelea de Pankhurst o Watts no fue en vano, sino que continúa. El ejemplo de Suiza -puntual para los relojes, impuntual para los derechos humanos- debería recordárnoslo.

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Primeras mujeres votando en los cantones de Vaud, Neuchâtel y Ginebra (Suiza francófona). Era el año 1970. Fuente: Swiss Info

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