Aquel mes sería recordado posteriormente como uno de los más calurosos de 1991. Pero la fecha del 19 de septiembre no pasaría a la historia por las altas temperaturas, sino por el hallazgo realizado por una pareja de montañeros mientras descendían el Finialspitze, la cumbre de 3.600 metros situada en la frontera austroitaliana de los Alpes. Mientras bajaban por los salientes rocosos, el matrimonio formado por Helmut y Erika Simon vio una mancha marrón que sobresalía entre la nieve y el hielo acumulados.

Aunque los montañeros alemanes inicialmente creyeron que se trataba del cadáver de un alpinista, como recogía la historiadora Carme Mayans en *National Geographic*, su descubrimiento pronto acaparó la atención de curiosos, investigadores y medios de comunicación. La noticia no era para menos: se trataba de Ötzi, también conocido como el hombre del hielo, la momia humana más antigua del mundo.

El dolor de estómago de la momia

El pastor neolítico, cuyos restos presentan una antigüedad de 5.300 años, ha sido estudiado desde hace veinticinco años con el objetivo de conocer más detalles sobre su vida y muerte. Aunque inicialmente se creyó que el hombre del hielo había fallecido tras quedarse atrapado por una tormenta mientras cazaba, una autopsia realizada en 2009 cambió para siempre esta popular creencia. Ötzi había sido en realidad asesinado a golpes y flechazos, que pusieron fin a la vida de este hombre que vivió en la Edad del Cobre (3.300 a.C.)El microbioma encontrado en el sistema digestivo de Ötzi revela interesantes sorpresas sobre la evolución y las migraciones de la especie humana

Una nueva investigación, publicada hoy en *Science*, profundiza en los últimos momentos de Ötzi antes de su violenta muerte. El día que falleció, según los científicos de la Academia Europea de Bolzano (Italia), el hombre del hielo probablemente padecía un fuerte dolor de estómago. Esta es una de las conclusiones obtenidas tras analizar 12 biopsias del sistema digestivo de la momia, en las que se han detectado restos de la bacteria Helicobacter pylori. Este microorganismo se encuentra en casi la mitad de la población mundial; en un 10% de los casos, el patógeno se relaciona además con la aparición de úlceras de estómago o de carcinomas gástricos.

La importancia del descubrimiento de este microorganismo va más allá de la mera curiosidad científica. La bacteria Helicobacter pylori, según señalan los investigadores en Science, ha estado asociada con su hospedador humano desde hace al menos 100.000 años. Este dato indica que si estudiamos su genoma podemos trazar mejor la historia de nuestra propia especie. En otras palabras, analizar los microorganismos hallados en el hombre del hielo pueden servirnos para conocer un poco más la **evolución** humana. De hecho, las cepas modernas de Helicobacter pylori se relacionan con al menos seis orígenes geográficos diferentes. En el caso europeo, la variedad microbiana que puede encontrarse en la actualidad es un híbrido entre las antiguas cepas asiática y africana.

hombre del hielo
EURAC/Marion Lafogler

La investigación sobre el **microbioma del hombre del hielo ofrece detalles muy interesantes. Según los resultados del análisis genómico realizado, las bacterias que Ötzi presentaba en su sistema digestivo son un "representante casi puro" de la cepa asiática, sin que se observen restos de la variedad africana. Suponiendo que el estómago del hombre del hielo fuera parecido al de los europeos de hace 5.300 años, estaríamos ante la primera evidencia de que las cepas bacterianas modernas de Europa presentan una mayor similitud con las del norte de África. Esto, según el grupo de Frank Maixner**, indica una "íntima influencia de flujos migratorios recientes en los europeos que habrían ocurrido tras la Edad del Cobre".

Algo aparentemente tan insignificante como un dolor de estómago, reflejado en los factores de virulencia secretados por las bacterias de Helicobacter pylori encontradas en el hombre del hielo, muestran un nuevo capítulo en la historia de la evolución humana. Una evolución marcada también por las migraciones de las diferentes poblaciones, cuyas huellas pueden todavía observarse en los microorganismos del sistema digestivo de una momia como Ötzi.