El deseo de redención puede llegar a ser en ocasiones un motor vital para aquellos cuya trayectoria tiene más sombras que luces o una sola oscuridad insondable. Esto parece que ocurre tanto en la vida real como en las ficciones literarias y cinematográficas, y una de las historias verídicas que casi todo el mundo cree que se trató de un caso de redención fue la de Alfred Nobel, empresario sueco que instituyó el fondo económico con que están dotados los archiconocidos premios que llevan su nombre. Pero no está tan claro que fuese exactamente así.
La fortuna de un fabricante de armamento y explosivos
Habiendo llegado al mundo en octubre de 1833, es indiscutible que Nobel fue un hombre instruido; era ingeniero, químico, inventor con 355 patentes en su haber, había sido educado en ciencias naturales y en humanidades, hablaba con fluidez cuatro idiomas y era un lector habitual que se atrevió a componer poesía en lengua inglesa que fue considerada una blasfemia escandalosa, motivo este último por el que a algunos podría caernos francamente bien.Una explosión en una fábrica de explosivos de Stockholm en 1864 mató a cinco personas, incluyendo al hermano pequeño de Alfred Nobel
Su interés por los explosivos data de su juventud, cuyos principios aprendió de su padre, Immanuel, también ingeniero con inventiva. **En 1850 conoció a Ascanio Sobrero en París, que había inventado la nitroglicerina pocos años antes y que se oponía a su utilización por su tremenda inestabilidad; y Nobel, que veía más allá de sus narices, lo que se planteó fue encontrar una manera de controlar el compuesto para comercializarlo, lo cual no consiguió hasta 1867 al inventar la dinamita** mezclando nitroglicerina y un material absorbente como la diatomita con mucho dióxido de silicio, no sin que, tres años antes, una explosión en una fábrica de Stockholm, su ciudad natal, acabara con la vida de cinco personas, incluyendo a su hermano pequeño Emil.
Es probable que esa tragedia se convirtiese en un impulso para dominar la nitroglicerina, pero la dinamita y sus derivados, que fueron el resultado de buscar la seguridad en la utilización de explosivos de gran potencia, aparte de ser usados en la minería y la construcción de redes de transporte, también llegaron a ser lo que algunos califican como “el invento más cruel de toda la historia de la humanidad”. Y fue con ello, además del comercio del petróleo y la fabricación de armamento, como Alfred Nobel amasó su fortuna, que en el día de su muerte rondaba los treinta y tres millones de coronas.
“El mercader de la muerte ha muerto”
La dinamita, con una potencia diecisiete veces superior a la de la pólvora, provocó una revolución bélica. Los señores de la guerra modernos pasaron de poder asesinar a dos o tres de sus enemigos a masacrar a cientos de personas de un solo bombazo, haciendo saltar por los aires cualquier edificio o construcción civil, y con los bombardeos de la aviación militar, que habían sido iniciados en 1913 por España en la Guerra del Rif con proyectiles de diez kilos, era posible aniquilar a miles de seres humanos y borrar del mapa manzanas y ciudades enteras.La dinamita de Nobel, con una potencia 17 veces superior a la de la pólvora, provocó una revolución bélica
En la novela Brimstone (Douglas Preston y Lincoln Child, 2005), sus autores ponen en boca del sagaz Aloysius Pendergast lo que sigue: “Tendemos a poner todo el énfasis en la atrocidad de las armas nucleares, pero la verdad es que la dinamita y sus derivados han matado y mutilado a muchos más millones que la bomba atómica en toda su historia pasada y probablemente futura”. Sí, amigos; el creador del Premio Nobel de la Paz se hizo de oro fabricando y vendiendo armamento y bombas a puñados; ironías de la historia, dicen Preston y Child.
Por eso sorprende que a Alfred Nobel le impactara tanto un error que cometió un periódico francés en 1888: su hermano Ludvig falleció, le confundieron con él y publicaron una necrológica titulada “Le marchand de la mort est mort” (“El mercader de la muerte ha muerto”), en el que podía leerse esto: “El Dr. Alfred Nobel, quien se hizo rico al encontrar maneras de matar a más gente más rápido que nunca antes, murió ayer”.Cuando leyó un obituario suyo publicado por error, en el que le llamaban "mercader de la muerte", Nobel quiso limpiar su imagen
Se supone que esta metedura de pata le hizo ser consciente del modo desagradable en que le recordaría la historia, y que le zarandeó lo suficiente como para que reflexionara al respecto y se le ocurriese **crear sus codiciados premios para “aquellos que hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad”, según dispuso en el Club Sueco-Noruego de París en su último testamento, fechado el 27 de noviembre de 1895, algo más de un año antes de su verdadera muerte, en un supuesto intento de redimirse.
Pero la redención no es lo mismo que la limpieza de imagen**, y si ya le habló a de su idea de los premios a su, entonces, buena amiga Bertha von Suttner en una carta de enero de 1893, Nobel continuó comerciando con armas y explosivos hasta el fin de sus días; baste saber que, en una fecha tan tardía como 1894, compró la empresa siderúrgica Bofors y la transformó en una notable fabricante de armas, y sus centenares de fábricas de explosivos en toda Europa seguían a buen rendimiento.
Nobel construía estas instalaciones en terrenos apartados de las ciudades por precaución, ya que, pese a todas las cautelas, los materiales utilizados para elaborar las bombas estallaban de vez en cuando y se producían montones de muertos y heridos. Dichos terrenos además se situaban en zonas empobrecidas donde era posible encontrar multitud de obreros desmoralizados, quizá sin familia, de los que la sociedad podía prescindir.Alfred Nobel continuó comerciando con armas y explosivos hasta el fin de sus días
Y en el momento de su muerte en diciembre de 1896, la cantidad de cadáveres amontonados en sus fábricas a causa de esas explosiones iba por varios cientos, y por millares los trabajadores a los que ciertos productos químicos utilizados en la fabricación de los explosivos les habían ocasionado graves enfermedades. Así que, uniendo eso a su contribución a la guerra, aquel periódico francés no se equivocaba ni exageraba lo más mínimo al llamarle “mercader de la muerte”, por mucho que luego tratase de abrillantar su reputación legando la mayor parte de su fortuna para los, en cualquier caso, agradecidos Premios Nobel.