Originariamente, el Pentágono solicitó el desarrollo de un plan para contrarrestar la amenaza nuclear soviética durante la Guerra Fría a través de tecnología de defensa con misiles balísticos BMD (Ballistic Missile Defense). Pero ha sido a partir del siglo XXI cuando el programa en el que EE.UU había trabajado en la sombra durante tanto tiempo, se ha convertido en una realidad todavía inacabada. Un proyecto que ha vuelto a poner sobre el tablero político mundial el germen de una nueva carrera armamentística con un coste, hasta el momento, de casi 100.000 millones de euros desde el año 2002.

Los defensores de este programa han subrayado durante los últimos años su importancia en la protección de Occidente ante posibles ataques procedentes de Irán, Corea del Norte y otros países que pudieran suponer una amenaza para la paz internacional: un escudo antimisiles como gran poder disuasorio. En cambio, no han sido pocos los críticos que continúan cuestionando tanto su fiabilidad como su elevadísimo coste. Lo que sí es cierto es que se trata de un tema que ha supuesto un enfriamiento evidente en las relaciones entre las dos grandes potencias nucleares: EE.UU y Rusia.

Los misiles balísticos que conforman el proyecto del escudo antimisiles pueden ser lanzados desde múltiples plataformas, incluyendo silos (construcciones diseñadas para almacenarlos), buques, submarinos, camiones e incluso trenes. Este sistema no puede proteger de ataques nucleares Además, se pueden distinguir hasta siete tipos diferentes de estas armas según la distancia que son capaces de recorrer tras su lanzamiento: rango de campo de batalla (menos de 200 km), tácticos (entre 150 y 300 km), rango corto (menos de 1.000 km), teatro de operaciones (entre 300 y 3.500 km), rango medio (entre 1.000 y 3.500 km), rango largo (entre 3.500 y 5.500 km) e intercontinentales, éstos últimos pudiendo superar los 5.500 kilómetros. No obstante, todas las clases anteriores de estos misiles poseen tres etapas diferentes de vuelo que les permite diferenciarse de cualquier otra arma debido a la complejidad de su comportamiento hasta que alcanza su objetivo:

La fase inicial es la etapa de impulso, que comienza con el lanzamiento y dura hasta que finaliza la energía de los motores del cohete. A continuación arranca la etapa de medio camino, la más larga y que equivale a la trayectoria que sigue el misil cuando adopta una forma parabólica. Y por último llega la fase terminal, cuando la ojiva entra en la atmósfera y apenas quedan menos de 50 segundos para el impacto. En este caso, al tratarse de armas cuya función es la de interceptar otros misiles, están diseñados para detectarlos, ser capaces de discriminar el objetivo (diferenciar el misil de todos los demás elementos) y determinar dónde exactamente debe de impactar.

Pero la realidad difiere en parte de la creencia de la opinión publica sobre este sistema. A día de hoy, los escudos antimisiles empleados por Occidente son capaces de impedir ataques pequeños de misiles balísticos, pero son sistemas que no están diseñados para proteger contra ataques nucleares a gran escala. Para que nos entendamos: un ataque nuclear desde Rusia o China no tendría ahora mismo oposición.

Por otro lado, en el caso del régimen norcoreano, no existen informes de que hayan probado sus misiles de mayor alcance, los denominados Musudan (4.000 km) y los expertos dudan incluso de que la dictadura comunista sea capaz de montar una cabeza nuclear en los mismos. Unas armas cuya tecnología data de la época soviética y se encuentra claramente obsoleta.

Cuestión de rentabilidad y fiabilidad

Prueba de lanzamiento de un misil perteneciente al sistema THAAD. Fuente: BreakingDefense
Prueba de lanzamiento de un misil perteneciente al sistema THAAD. Fuente: BreakingDefense

El enorme costo de este proyecto supone también una presión añadida a su dudosa eficacia. Voy a poner un ejemplo. Hasta ahora se han realizado varios ensayos en aguas del Pacífico, en concreto en la Isla de Guam donde EE.UU instaló en 1999 una base de defensa aérea especializada en grandes altitudes. Pues bien, se llevaron a cabo seis intentos y los seis fallaron. Por tanto, el sistema THAAD (Terminal High Altitude Area Defense) ha fracasado hasta ahora con un gasto elevadísimo, ya que cada misil tiene un coste de casi 800 millones de euros y nunca se ha probado en condiciones reales. A esto se añade el hecho de que la “solución” es bastante más cara que la amenaza: los misiles de Corea de Norte son mucho más baratos que cualquier sistema diseñado para interceptarlos.

Sin embargo, el sistema utilizado por Israel, conocido como Cúpula de Hierro, ha sido hasta el momento mucho más efectivo, consiguiendo un 95% de efectividad contra los cohetes disparados por Hamas hacia sus ciudades fronterizas. También está planteado para hacer frente a posibles ataques de Irán, su gran enemigo en Oriente Medio, aunque como todos los demás escudos antimisiles, su fiabilidad no ha sido afortunadamente comprobada en situaciones graves y reales.

España bajo el paraguas del escudo

Vista aérea de la base naval de Rota, con dos destructores estadounidenses en la parte inferior. Fuente: Abcblogs
Vista aérea de la base naval de Rota, con dos destructores estadounidenses en la parte inferior. Fuente: Abcblogs

En los últimos años, el gobierno norteamericano ha orientado su estrategia militar en la colaboración con otras potencias para asegurar la solidez de este proyecto. El proyecto europeo finalizará su desarrollo en 2018 En el caso de Europa, la pieza clave es el sistema denominado Aegis BMD, cuyo propósito a priori es garantizar la seguridad de las fuerzas de la OTAN ante la amenaza rusa e iraní. Es un sistema que ha ido tomando forma desde su aprobación en una cumbre celebrada en Lisboa en 2010 y cuyos últimos pasos se han llevado a cabo en España, en concreto en la base naval de Rota. Allí ya se encuentran desplegados tres destructores (USS Donald Cook, USS Ross y USS Porter, a falta del USS Carney) equipados con tecnología Aegis y apoyados por la Armada Española.

Una situación que ha originado la denuncia de la izquierda europea de la pérdida de soberanía en sus estados. Es evidente que la influencia de la gran potencia mundial es cada vez más notable en Europa y probablemente aumentará durante los próximos años cuando la versión terrestre de este sistema antimisiles esté operativa a finales de este año en Rumania y en 2018 en Polonia. Parece que se avecina una nueva carrera armamentística, previa inversión anual de 8.000 millones de euros. Esta vez bajo la debatida y controvertida excusa de la protección y estabilidad mundial.