La magia de Internet nos brinda polémicas -absurdas o no- por las que discutimos, por ejemplo, sobre el color del vestido más famoso de las últimas horas. Esta publicación en Tumblr ha convertido la fotografía de una simple pieza de ropa en viral. ¿Azul y negro o blanco y dorado?
¿De qué color ves el vestido? Probablemente si observas la imagen, notarás que la ropa tiene una tonalidad azul y negra. O al menos es como yo la percibo. Sin embargo, otra persona podrá discutir que ve claramente un vestido blanco y dorado. ¿A qué se debe esta confusión? ¿Por qué nuestros cerebros interpretan de forma diametralmente opuesta la información que captan nuestros ojos?
La compleja maquinaria de la visión
El sentido de la vista nos permite conocer el mundo que nos rodea, ayudándonos a diferenciar las formas, colores y tamaños de los objetos que percibimos. Aunque se suele decir que vemos a través de los ojos, lo cierto es que el verdadero órgano de la visión es el cerebro.
Nuestro verdadero órgano de visión es el cerebro
Éste, sin embargo, no es capaz de interpretar la información sobre el entorno que recibimos en forma de energía luminosa, mecánica o química. Por este motivo, debemos contar con auténticos transformadores sensoriales, que sean capaces de convertirlos en impulsos eléctricos. En el caso de la vista, los estímulos luminosos llegan a unas células especializadas de la retina, que cuentan con pigmentos que cambian su estructura molecular al ser expuestos a la luz.
Sólo en la retina de cada ojo tenemos más de 6 millones de conos y 120 millones de bastones. Estas células especializadas, también conocidas como fotorreceptores, son las encargadas de convertir la luz en estímulos nerviosos que luego el cerebro transformará en imágenes. En particular, los conos operan en condiciones de alta luminosidad (son responsables de la percepción de los colores), mientras que los bastones son sensibles con bajos niveles de luz.
De todo lo que vemos, nuestro cerebro extrae la información que considera más relevante. Y a continuación, se encarga de procesar esos datos y rellenar los huecos que faltan. Para este proceso biológico, nuestro supercomputador se vale de la experiencia y del conocimiento de los objetos que nos rodean. Como explica Luis M. Martínez, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante, "nuestro cerebro está diseñado para filtrar muy poca información de la que llega a la retina".
¿Cuál es el problema? En ocasiones, al rellenar esos huecos de información generamos equívocos sumamente curiosos. Esos errores en la percepción visual se manifiestan claramente en las conocidas como **ilusiones ópticas**. En este caso, comenta Martínez, "las soluciones que llegan a nuestro cerebro no se corresponden con la realidad física". Normalmente las inferencias son positivas, pero sólo en situaciones puntuales, este mecanismo falla y nos muestra algo irreal.
El truco es siempre el mismo: recibimos un estímulo visual, y a partir de ahí, debemos extraer piezas de información, considerar los datos más importantes y generar representaciones rellenando los huecos que faltan. Un ejemplo del complejo funcionamiento de la visión se encuentra en las figuras de Kanizsa.
El cerebro recibe inferencias separadas acerca de los patrones, colores, movimientos o profundidad de objetos y superficies. Si no somos capaces de integrar estos datos múltiples, el mundo no sería más que un endiablado enjambre de eventos e información sin conectar. Es decir, si no integramos de manera adecuada nuestras percepciones visuales, no tendremos una visión coherente del mundo.
La experiencia nos ayuda a integrar los datos que observamos a través de la vista
Algo similar dijo el filósofo John Locke en el siglo XVII: la experiencia es fundamental para nuestra visión del mundo. Sus ideas fueron demostradas en un curioso caso clínico recogido en *Nature Neuroscience*, en el que un hombre ciego desde la infancia recuperaba la visión tras un tratamiento con células madre.
La terapia celular no evitó que el paciente tuviera serias dificultades para observar el mundo que le rodeaba. Su cerebro no había aprendido a procesar la información que le llegaba a través de los estímulos visuales. A pesar de que reconocía formas en dos dimensiones, era incapaz de identificar los triángulos y círculos de las figuras de Kanisza. Este problema hacía que sólo pudiera distinguir el 25% de los objetos cotidianos. Tampoco podía diferenciar las expresiones faciales, errando en un 61% de las ocasiones en que intentaba saber si alguien estaba alegre o triste.
¿Cómo percibimos los colores?
La diferente percepción del color del vestido se debe a la misma razón por la que nuestro cerebro interpreta de forma distinta las [ilusiones ópticas](). Por ejemplo, gracias al popular tablero de Adelson demostramos de nuevo lo complejo que es el mecanismo de la visión. Porque aunque no lo parezca, la casilla etiquetada con la letra A presenta el mismo tono que la casilla B.
Las ilusiones ópticas son un claro ejemplo del funcionamiento de nuestra percepción visual. En el caso del tablero de Adelson, lo que ocurre es que nos resulta difícil determinar el tono gris de las casillas A y B. ¿Por qué? Nuestro cerebro procesa el color en función de la luminancia del contexto, por lo que la percepción subjetiva cambia: el cuadrado A o B serán diferentes en función del color oscuro o claro de las casillas adyacentes.
El cerebro usa trucos específicos para valorar las sombras y a partir de ahí determinar el color de la casilla. Es decir, extrae parte de la información que ve y rellena los huecos que le faltan: como todas las células adyacentes son oscuras, el objeto en cuestión tendría que tener un tono más claro. Estas conclusiones se obtienen gracias a nuestro conocimiento de los colores que suele haber en un tablero de ajedrez clásico. Pero el de Adelson nos engaña, como se observa en la imagen. Ambas casillas presentan el mismo tono.
No es el único truco que utiliza nuestro cerebro a la hora de percibir colores. Otro ejemplo clásico es fruto de las células de doble oponencia (al color). La célula, en el centro de su campo receptivo, puede excitar o inhibir una determinada región del espectro. En la periferia del campo receptivo, esta respuesta será opuesta.
Si fijamos nuestra vista en el punto negro durante algo más de treinta segundos, para luego centrar la visión en el punto blanco, nos sorprenderemos al percibir la casa y el paisaje con una tonalidad uniforme. Este proceso es el resultado de la adaptación del cerebro ante una exposición mantenida, por el que deja de percibir las diferentes tonalidades que sí veíamos inicialmente en el paisaje:
¿Por qué algunas personas ven el vestido blanco y dorado?
Si entramos en Amazon, comprobaremos objetivamente el color del vestido es una mezcla de azul y negro. Aquí el cerebro no sólo valora el conocimiento que tengamos (como en el caso de las casillas blancas y negras del tablero de ajedrez), sino que modifica la percepción del color en función de la luz del día.
La percepción del color varía en función de la luz diurna
El eje cromático de la luz diurna varía del rojo del amanecer y anochecer al azul-blanco del mediodía. Por tanto, nuestra mente debe descartar el sesgo cromático de la luz diurna para percibir el color del vestido. "Si descarta la parte azul terminarán viendo el vestido blanco y dorado", aclara Bevil Conway, neurocientífico del Wellesley College. Por el contrario, en el caso de que descarte la parte dorada, percibiremos las tonalidades azules y negras de la pieza de ropa.
¿Puede el cerebro ver los colores del vestido de manera distinta en función de la hora? Según Martínez, nuestro cerebro cuenta con mecanismos para que la percepción visual sea lo más constante posible. A pesar de ello, existen cambios circadianos que podrían influir en la observación del vestido, aunque lo normal es que una misma persona siga viendo la tonalidad de la ropa de la misma forma.
Lo que también influye en la observación del vestido es el sexo y la edad. En palabras de Martínez, "es bastante conocido que las mujeres tienden a observar una mayor variedad cromática que los hombres". No obstante, las diferencias no sólo se centran en el género, sino que el entrenamiento también puede modificar la forma en que vemos el vestido. Si somos personas que trabajamos con muchos colores o hemos tenido una exposición temprana, la respuesta de nuestro cerebro también será diferente.
A partir de ahora, como dice Ellen DeGeneres, el mundo se dividirá entre personas que ven el vestido azul y aquellos que perciben tonalidades doradas. Dejando de lado las bromas, no hay duda de que la imagen viral sobre el color del vestido, además de levantar una gran polémica, nos ha servido para comprender un poco más cómo funciona nuestro cerebro.