Una de las mayores obsesiones tecnológicas de todos los tiempos es la de eliminar cualquier tipo de cable que nos ate. Lo hemos hecho con la conexión a internet gracias al 4G y las redes Wi-Fi. Lo hemos hecho con el audio y la imagen gracias a tecnologías como el Bluetooth o la propia conexión a internet. Y así con una gran cantidad de casos diferentes.
No obstante, uno de ellos aún sigue resistiendose, y ese es el de la energía eléctrica. Para hacer funcionar cualquier dispositivo electrónico, necesitamos imperiosamente suministrarle energía eléctrica mediante un cable. Y en el caso de que contenga baterías, necesitamos recargarlas haciendo uso también de una conexión física a una red eléctrica. Eso, a día de hoy, es el estándar.
Afortunadamente, **la carga inalámbrica está llegando cada vez a más dispositivos**, como si de un adelanto del futuro se tratase. Pero su trascendencia está siendo casi nula. Muchos dispositivos conocidos la incorporan (incluyendo el futuro Samsung Galaxy S6, que parece que la incorporará de serie), pero ninguno acaba de sacar provecho y/o expandirla.
La carga inalámbrica no es lo suficientemente madura aún como para lograr el éxito
Este escaso éxito no es culpa ni de los fabricantes ni de los usuarios. La razón que justifica esta escasa expansión de la carga inalámbrica es la baja madurez de esta tecnología. Y es que, al final, la carga inalámbrica que conocemos hoy en día no es tan inalámbrica como debería ser: sigue siendo una placa que requiere un contacto físico permanente tanto con la corriente eléctrica como con el dispositivo electrónico. De hecho, en ocasiones puede resultar hasta más incómodo que el clásico cargador –por ejemplo, cuando necesitamos usar el terminal mientras se está cargando–.
Así pues, el primer problema que hay que solventar para que la carga inalámbrica despegue es la utilidad y la transparencia. Incorporar algo que solo es vistoso pero no resulta ni práctico ni transparente, es un completo error. La solución está en camino, y pasa por placas que permiten transmitir la corriente eléctrica mediante el aire a distancias superiores (metros de distancia), gracias a variaciones de flujo magnético. Esto significaría que, con una placa de ese estilo en nuestra habitación, todos nuestros gadgets se cargarían de forma inalámbrica, independientemente de si estamos usándolos o si están apoyados sobre una superficie u otra. Eso sí aportaría un valor diferencial.
Promoción y estandarización, los dos pilares imprescindibles para su despegue
Además de esto, la carga inalámbrica necesita imperiosamente dos pilares (al igual que cualquier tecnología que quiera despegar) para despegar: estandarización y promoción. Actualmente, el estándar Qi es el más empleado, pero no es el único existente, por lo que es conveniente que todas las compañías traten de establecer un estándar, pues esto beneficiaría a todos permitiendo un despliegue más rápido de la tecnología.
De la misma forma, también requiere una enorme promoción por parte de los fabricantes, dandole utilidad real e intentando mostrar lo que realmente puede aportar esta tecnología en nuestro día a día (como Sony trató de hacer con el NFC con la familia Xperia). Pero eso sí, para llegar a ese punto es necesario lograr esa madurez anteriormente citada. Quizá dentro de unos años la carga inalámbrica sea algo relevante. A día de hoy, por desgracia, no lo es.