muro de Berlín

Peter Leibing (Wikimedia)

Desde el avión no soy capaz de distinguir más que bloques enormes de hormigón. Berlín, envuelto en niebla, parece todavía más fantasmagórico por las siniestras siluetas que describen las viviendas en esa parte de la ciudad. Es la primera vez que vuelo a la capital alemana.

Lo hago en una fecha especial, cuando están a punto de cumplirse los primeros veinticinco años de la caída del muro de Berlín. En el momento que comienza a discernirse la pista de aterrizaje, el colorido otoñal de los árboles nos saluda. Como si hubiera vida más allá del frío y la niebla que esconden la ciudad. Como si Berlín renaciera de nuevo de sus cenizas.

Tenía poco más de un año cuando cayó el muro. Entre mis recuerdos no se encuentra grabado aquel momento. Mi memoria no es capaz de devolver las instantáneas que derribaron aquella pared que partió a la ciudad en dos. ¿Cuáles son las grietas que dejó el muro? ¿Cómo vive Berlín la llegada de este aniversario?

"El Coliseo de Roma estaba más cerca que el barrio de al lado"

El taxista que me lleva de Tegel a la capital se llama Max. Nació en 1956, sólo cinco años antes de aquella dramática noche. Cuando le pregunto sobre las diferencias entre Berlín este y oeste, frunce el ceño mientras me mira por el retrovisor. “Berlín parece una ciudad muy grande”, responde. “Pero no, no lo somos. Aún somos dos mundos diferentes”.

155 kilómetros de hormigón y alambre separaron dos mundos antagónicosMax, originario de Colonia, no vivió en primera persona la tragedia que sí sufrieron muchas familias y amigos. De la noche a la mañana, se vieron separados por un muro de hormigón inexplicable. Era el 13 de agosto de 1961. La República Democrática Alemana decidió imponer una frontera de 155 kilómetros (sólo la parte central constaba de 43 kilómetros), entre vallas de alambre vigiladas por soldados y muros de hormigón.

El exilio goteante de alemanes del este hacia el otro lado era cada vez mayor. Y la forma de parar el éxodo que poco a poco se convertía en masivo fue construir un muro. En menos de veinticuatro horas, centenares de personas se vieron abocadas al olvido de sus seres queridos ‘del otro lado’ del muro de Berlín.

La mujer de Max fue una de esas niñas que vio su vida partida en dos. Más allá del muro quedaron amigos y parte de su familia. Dos mundos, dos ideas políticas, dos economías. Y una pared atroz que separó personas, y fue testigo de la muerte de 136 valientes que intentaron cruzarla.

Max llegó con apenas dieciocho años a Berlín. Le pregunto sobre la vida al otro lado. “Cuando mirabas la antena de televisión, que se puede ver desde toda la ciudad, te dabas cuenta de que el Coliseo de Roma estaba más cerca que el barrio de la otra parte del muro”. Se refiere al Berliner Fernsehturm, la torre de telecomunicaciones construida en 1969 que se convirtió en el símbolo de la Alemania soviética.

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Berliner Fernsehturm, la antena de telecomunicaciones símbolo de la Alemania soviética (Imagen: Ángela Bernardo)

Al lado del antiguo símbolo comunista encontramos hoy un StarbucksHoy la antena es visitada a diario por miles de turistas. Desde su plataforma, situada a más de 200 metros de altura, puedes contemplar Berlín y distinguir, entre otras atracciones, la catedral de la ciudad (Berliner Dom), el Ayuntamiento rojo (Rotes Rathaus) y la próxima Alexanderplatz, de la que toma el nombre popular de ‘torre Alex’, como la conocen muchos berlineses.

Al lado de la antena se encuentra un Starbucks y un Subway. Resulta irónico. Pocos imaginarían hace algo más de un cuarto de siglo que aquella torre conseguiría reunir a su lado a dos de las cadenas más populares de Estados Unidos.

"Berlín es una ciudad que está todavía por hacer"

Berlín está inmerso en una fiesta. El festival de las luces derrocha colorido en las noches de la capital, iluminando algunos de los rincones más populares. Uno de esos sitios mágicos es la Gendarmenmarket, considerada por los berlineses como una de las plazas más espectaculares de la ciudad.

Razón no les falta. La catedral francesa se vislumbra majestuosa, casi diría que imperial. Pero si algo sorprende de Berlín es la profunda mezcla de contrastes que encuentras. Y es que a sólo unos minutos de este rincón, podemos ver la Bebelplatz, cercana a la Universidad Humboldt.

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Französicher Dom, en la Gendarmenmarkt de Berlín (Imagen: Ángela Bernardo)

En el centro de este lugar se adivina un pequeño agujero acristalado. Debajo de mis pies se abre un monumento que consigue dejarme con la boca abierta. Sólo son unas estanterías vacías. Pero tienen demasiado significado. Aquí fue donde los nazis quemaron miles de libros el 10 de mayo de 1933. Obras de Bertolt Brecht, Kafka, Proust, Wilde, Hemingway o Marx ardieron en aquella trágica noche. Una placa en el suelo recuerda aquellas estremecedoras horas: "Esto fue sólo el preludio, donde se queman libros se acaba quemando personas".Cuando quieren empezar una nueva obra, deben certificar que no quedan restos de metralla o bombas

El recuerdo resulta, cuanto menos, sobrecogedor. “Berlín es una ciudad a medias, como si todavía estuviera por hacer”, me cuenta un rato después Helena, una investigadora española que trabaja en el Max Delbrück Center for Molecular Medicine. No puedo estar más de acuerdo. Los monumentos y grandes calles se entremezclan con decenas de obras y grúas.

Veinticinco años después de la caída del muro, la capital alemana aún no ha terminado la línea de metro U5, que debe unir Alexanderplatz con la Puerta de Brandeburgo. También me sorprenden los grandes espacios que existen en los barrios, como podía discernir desde el avión, entre las sombras de edificios de hormigón.

“Las cosas van despacio aquí”, responde Helena ante mi extrañeza. “Cuando quieren empezar una nueva obra, necesitan certificar que no quedan rastros de bombas o metralla”, me explica. Las grietas del muro, en efecto, no son sino el eco de una herida abierta mucho más grande. La II Guerra Mundial y el Holocausto nazi siguen presentes en la capital.

Lo descubro cuando me acerco a ver Topographie des terrors, una suerte de museo al aire libre que albergó los cuarteles de la antigua Gestapo. Allí aún pueden verse restos del muro. Un silencio sobrecogedor invade a los visitantes. “Tal vez las generaciones de sus padres y abuelos siguen culpabilizándose una y otra vez sobre lo que pasó”, comenta Helena.

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Restos del muro en la antigua ubicación de la Gestapo (Imagen: Ángela Bernardo)

La exposición es un repaso al exterminio en Polonia. La invasión ordenada por Adolf Hitler, los miles de muertos y expatriados a campos de concentración. La niebla, de nuevo, vuelve a envolver en silencio el lugar, como si estuviera aún maldito. Mientras observo las imágenes, los restos de fusiles y el recuerdo a la resistencia polaca, pienso en las palabras de Helena. Un cartel llama mi atención. Son los rostros de cinco hombres. El titular es tan descriptivo como escalofriante. Se trata de “los carniceros de Varsovia”.

Al contemplar los restos que quedan del muro de Berlín, elogio mentalmente el ejercicio de memoria histórica que ha realizado Alemania a lo largo de las últimas décadas. “¿Pasará alguna vez eso en España?”, me pregunto. La asunción de responsabilidades y el homenaje a las víctimas del horror. Sin complejos. Sin partidismos. “Tal vez es que ellos perdieron la guerra”, me respondo con tristeza.

"El próximo muro en caer será Wall Street"

Cerca de Topographie des Terrors se encuentra el único vestigio de los pasos fronterizos que existían antes de la construcción del muro. Se trata del Checkpoint Charlie, donde se establecía el paso entre la zona americana y la soviética hasta 1990.Berlín quedó dividido en cuatro sectores tras la II Guerra Mundial

Además del cartel en inglés, alemán y ruso que puedo observar, una guía comenta al grupo de turistas la historia de este rincón. “Tras la II Guerra Mundial, Berlín quedó dividido en sectores, repartidos inicialmente en el acuerdo de Potsdam firmado por Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética".

En Checkpoint Charlie vuelven a entremezclarse los dos mundos, pero de una manera más artificial, que no deja por ello de ser simbólica. Dos soldados norteamericanos se hacen fotos con los turistas. A su lado se apilan sacos de trincheras. Me acerco a la guía. Está advirtiendo que “por cada foto cobran dos euros por persona”. Y mientras pasan los famosos coches Trabi, hoy reconvertidos en vehículos turísticos, sonrío al ver un McDonalds al lado del paso fronterizo.

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Potsdamer Platz, en tierra de nadie entre el sector soviético y el norteamericano (Imagen: Ángela Bernardo)

Como si los contrastes no dejaran de dibujar la ciudad, me acerco luego a la Potsdamer Platz. Éste fue uno de los rincones que quedó dividido por el muro de Berlín. Junto a la cafetería y el tráfico incesante, aún podemos distinguir vestigios de la pared que partió a la capital en dos mitades irreconciliables. Uno de los trozos que quedan en pie tiene dibujado un gran símbolo de la paz. En letras grandes está escrito “Now”. En color negro y en pequeño, alguien añadió “el siguiente muro en caer será Wall Street”.

Potsdamer Platz fue uno de los rincones que quedó en tierra de nadie. Hoy pocas cosas nos hacen imaginar que perteneció a Berlín del este. Y es que aquí se erige el imponente Sony Center, un centro comercial enorme que reposa junto a grandes edificios acristalados. Parece como si los restos del pasado se hubieran evaporado, y Berlín estuviera dejando atrás su historia a pasos agigantados.

"Un beso podía ser una amenaza"

Cerca de Potsdamer Platz podemos encontrar una plaza llena de cubos de hormigón. El escenario resulta estremecedor. Al lado de la Puerta de Brandeburgo, la ciudad de Berlín quiso rendir homenaje a todos los asesinados en campos de concentración. Mientras muchos turistas hacen fotos en silencio, unos niños juegan encima de uno de los cubículos. De inmediato, una policía alemana se acerca con gesto severo, ordenándoles que bajen.

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Holocaust-Mahnmal recuerda a los judíos víctimas del holocausto (Imagen: Ángela Bernardo)

Este trozo de la ciudad es especialmente simbólico. Inaugurado en 2005 entre una fuerte polémica, su construcción fue paralela a otro homenaje a los condenados por el Holocausto nazi. Y es que a pocos metros, escondido en el parque de Tiergarten y cerca de la estatua de Goethe, un cubo negro se abre paso entre varios árboles.

Es, sin embargo, diferente a los centenares de cubículos que vemos en el Holocaust memorial. Tiene un agujero en el medio, donde se puede ver una película con dos hombres besándose. Se trata del particular homenaje de Berlín a la discriminación que también sufrieron miles de homosexuales durante la época nazi. Un cartel vuelve a pedir perdón por los crímenes cometidos.La Puerta de Brandeburgo se alza hoy como símbolo de libertad

“Un beso podía ser una amenaza”. La frase llama mi atención, mientras contemplo en un tronco dos triángulos rojos. Como los que marcaban en los trajes de los campos de concentración. Por ser de izquierdas, judío, maricón. Por ser diferentes. Cuando el horror se hizo tragedia, millones de personas se vieron abocadas al abismo. “Berlín quiere convertirse ahora en defensora de los derechos LGTB”, puede leerse.

Estos dos homenajes silenciosos son la peculiar forma de pedir perdón de la ciudad. Están situados a sólo unos metros de la Puerta de Brandeburgo, transformada en el verdadero símbolo de la libertad. Algo parecido dijo Willy Brandt, quien fuera alcalde de Berlín y Premio Nobel de la Paz en 1971, años antes de que cayera el muro.

Cuando el 9 de noviembre de 1989 los alemanes derrumbaron su frontera de hormigón, el simbólico monumento volvía a ser por fin compartido por las dos caras de la misma ciudad. Max, al dejarme en el centro de la capital, describía lo que sintió en aquellas horas. “Recuerdo escuchar la radio a medianoche, y oír que algo ocurría. Me puse la cazadora y unos guantes, y cogí el coche”. ¿Qué pensaste?, le pregunto. “No puedo describir el júbilo, sólo sé que quería saber qué pasaba, verlo con mis propios ojos”, dice emocionado.

"Hemos conseguido un plátano"

Estos días la ciudad alemana también acoge el World Health Summit, una conferencia sobre salud pública que aborda la crisis del ébola. En la recepción inaugural, uno de los organizadores bromea. “Estamos en el edificio rojo, ya sabéis, no sólo por el ladrillo del exterior, sino también por ser la sede del ayuntamiento del lado comunista”.

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Detalle del Rotes Rathaus, sede del ayuntamiento de Berlín (Imagen: Ángela Bernardo)

Se trata del Rotes Rathaus, situado a pocos metros de la torre Alex. Muy cerca se encuentra otro edificio blanco, convertido en uno de los conservatorios más prestigiosos del mundo. El edificio neobarroco contrasta con dos dibujos en los que se ve a obreros levantando el puño. En uno de ellos aparece también el rostro de Karl Marx, junto con una frase, “la revolución social es la libertad del pueblo”. Estamos en pleno Berlín del este.El ministro francés Jack Lang dijo una vez que "Berlín jamás sería Berlín" por los vertiginosos cambios que vive

Durante la recepción del congreso, una periodista alemana charla animada. Tiene sólo veintiséis años, y no recuerda nada de la caída del muro. Su hermana mayor, cuenta, sí que tiene grabada en la memoria aquella fecha. Unos niños que jugaban esos días cerca del muro pasaron a la zona oeste. “Hemos conseguido un plátano”, gritaban alborozados.

A sólo tres paradas de aquí se encuentran los restos más extensos del muro de Berlín. Reconvertidos en galería al aire libre, el ayuntamiento restauró las pinturas en 2009. Entre otros dibujos, podemos ver el famoso beso de Leonid Brezhnev a Erich Honecker, las caras de Thierry Noir y un graffiti nuevo, escrito sobre la pintura inicial.

“Hijos de puta dejen de mentir, no aprendimos nada”. La frase golpea mis retinas mientras varios turistas, ajenos al mensaje, sacan fotografías en el emblemático East Side Gallery. Sólo unos kilómetros más allá se encuentra Treptower Park, donde se rinde homenaje a los soldados soviéticos. Mientras atardece, la luz se cuela entre las grietas del muro. Han pasado veinticinco años. Y Berlín jamás volverá a ser Berlín.