La nanotecnología es uno de los campos científicos más apasionantes e innovadores de los últimos años. Aunque fue el Premio Nobel de Física Richard Feynman el que introdujo las posibilidades de esta disciplina, en la célebre conferencia titulada There's Plenty of Room at the Bottom, las posibilidades que nos brinda la nanotecnología son a día de hoy casi infinitas.
Y es que esta rama científica es conocida por manipular la materia a una escala menor que un micrómetro. Esto supone que el trabajo de la nanotecnología se centra en los átomos y las moléculas, de forma que podamos obtener biosensores diminutos, máquinas a escala nanométrica o implementar sistemas de control de la contaminación, de plagas o de infecciones y desarrollo de tumores.
Ahora la nanotecnología ha dirigido sus esfuerzos hacia la neurociencia. Y es que muchos de los proyectos de investigación sobre el cerebro, como el Human Brain Project, buscan desvelar los misterios del que quizás sea nuestro órgano más importante. Saber cómo funciona es un desafío para los investigadores desde los tiempos de Ramón y Cajal.
E indudablemente, desde principios del siglo XX hasta ahora, las tecnologías para conocer más aspectos de la neurociencia han avanzado considerablemente. La aparición de técnicas como la resonancia magnética (MRI) o la tomografía por emisión de positrones (PET) han permitido grandes logros en medicina. Sin embargo, no podemos llevarnos estos aparatos con nosotros, como si fueran dispositivos portátiles.
La idea que han tenido investigadores de la Universidad de California puede sonar un tanto alocada: implantar una máquina tan pequeña en nuestro cerebro que permita recoger información sobre el funcionamiento de este órgano. Esos datos luego serían enviados a los neurocientíficos que quisieran estudiarlos.
Para ello han desarrollado sensores del cerebro tan pequeños como una mota de polvo, de forma que pudieran ser infiltrados en nuestra cabeza y tomar los datos necesarios. Cada conjunto de estos sensores del cerebro tendrían un tamaño aproximado de 100 micrómetros (es decir, la décima parte de un milímetro), de forma que no podríamos considerar esta tecnología como 'invasiva' (o al menos, no demasiado).
Estas partículas o sensores del cerebro incluirían en su desarrollo lo que los investigadores californianos han denominado sensor CMOS, encargado de registrar la actividad eléctrica de las neuronas. Además, el dispositivo ideado no incluiría una batería microscópica, sino que vendría con un material piezoeléctrico, suficiente para recargar los sensores del cerebro y que no se quedaran sin energía.
Además, para evitar cualquier daño o problema neuronal, los sensores del cerebro, a pesar de su minúsculo tamaño, irían recubiertos de un biopolímero. Aunque para completar el sistema aún se necesitaría acoplar un transceptor, que se encargaría de recibir y procesar la información obtenida, lo cierto es que este polvo inteligente podría ser un paso más de la neurociencia y la nanotecnología en el estudio del cerebro.
¿Se imaginan en el futuro contar con implantes nanométricos que nos ayudaran a entender mejor nuestra mente? ¿Podría ser una forma de mejorar nuestras capacidades cognitivas? ¿Serviría este avance tecnológico para tratar mejor enfermedades neurodegenerativas? Múltiples cuestiones aún por resolver, que probablemente serán resueltas en muchos casos durante los próximos años. El gran enigma del cerebro es también el reto de la ciencia del siglo XXI.