La semana pasada publicaron en todos los medios las imágenes que conmemoran los 40 años de la princesa Letizia, futura reina de España. La sorpresa fue mayúscula cuando todos vimos quién firmaba las fotografías: Cristina García Rodero, el número uno de la fotografía española.
La polémica viene, entre otras cosas, porque no se reconoce el estilo de la fotógrafa de Magnum en unas imágenes que parecen salidas de las revistas del corazón. Pocas veces ha hecho fotografía de estudio; el color suele brillar por sus ausencia en la mayoría de sus trabajos más reconocidos y casi nunca hace posar a la gente, sino que es de las que les gusta encontrar ese momento capturado al tiempo que muy pocos ojos son capaces de ver en un instante, y que ella cuenta por cientos.
Hasta aquí creo que todos estamos de acuerdo. Pero de ahí a decir que Cristina ha hecho un mal trabajo, que ha roto el espíritu del fotoperiodismo, me parece fuera de lugar. Las fotografías tienen una factura impecable. Es un encargo a Cristina García Rodero de la Casa Real. No es un trabajo personal de Cristina, que es por lo que la conocemos y por lo que figura entre los fotógrafos de la agencia Magnum, la única persona con pasaporte español que trabaja con ellos.
¿Y cómo trabaja la famosa agencia? El fotógrafo hace un reportaje con los gastos de su propio bolsillo (si no lo han conseguido vender antes) y la agencia hace las gestiones para publicarlo en cualquier revista del mundo. Si lo venden, gana dinero la agencia y el fotógrafo, creo recordar que a partes iguales. Si no, se queda el trabajador con las pérdidas. Trabajar ahí da mucho prestigio, pero no dinero. Y todos querríamos financiar nuestro trabajo, aunque nos toque hacer cosas que no sean de nuestro estilo, como es el caso. O a lo mejor es un reto personal, quién sabe.
Muchos fotógrafos de renombre (Cecil Beaton en la corte de la reina Isabel, James Natchwey en la incierta corte presidencial siria de Bashar Al-Assad antes de la revolución o incluso Richard Avedon trabajo para la "realeza" norteamericana de los Kennedy) han trabajado para las casas reales de todo el mundo, como antes trabajaron los pintores, que aunque eran de poca categoría dentro del entramado de la corte, eran muy apreciados. No mostraban la realidad, sino que muchas veces tendían a la mitificación de los miembros de la realeza, para llenarles de ego o para conservar su puesto. Aún así, crearon algunas de las obras más impresionantes de la humanidad sólo para ser contempladas por los miembros de la corte. Velázquez, Goya y tantos otros no eran conocidos por el pueblo, pues sus obras jamás salieron de palacio hasta la creación de los museos, como el del Prado, por ejemplo, cuando las colecciones reales pasaron a manos del Estado. Nadie podía criticar porque no sabían lo que estaba pasando.
Hoy, las cosas, afortunadamente, son distintas, y se puede hablar de todo. La Casa Real española está en sus horas más bajas, y han querido lavar su imagen comprando un nombre para ilustrar el 40 cumpleaños de la futura reina de España. Antes les retrataba Velázquez, ahora le toca el turno a Cristina García Rodero. A lo mejor no es la profesional adecuada -yo hubiese escogido, si tuviera sangre azul, a Isabel Muñoz, más reconocida por sus retratos de estudio- pero ha realizado el trabajo de una forma perfecta,como la enorme profesional que es. El retrato que abre este artículo, con el fondo neutro, la princesa en primer plano y vestida de rojo, tiene muchas lecturas, y no sólo la oficial, desde luego.
Pero si nos vamos atrás en el tiempo, Alberto Schommer ha sido, hasta hace bien poco, el encargado de las fotografías oficiales del rey y de la reina. Sí, esa que cuelga en todas las administraciones, ministerios, despachos... desde tiempo inmemorial. Y tiene la misma factura que las que ahora critican. Los fotógrafos no pueden tener toda la libertad que les gustaría, pero sólo les eligen si no han parado de trabajar toda su vida y tienen un prestigio profesional detrás.
Las fotografías las podemos ver en todos los medios digitales e impresos, y es verdad que no pasarán a la posteridad, por culpa de la institución que ha contratado, pero serán recordadas en los libros digitales de historia que se publiquen para hablar de estos tiempos convulsos, en los que nos ha tocado vivir.