La Segunda Guerra Mundial movilizó a más de 100 millones de militares en un escenario de guerra global en el que las grandes potencias destinaron grandes esfuerzos económicos y científicos al desarrollo armamentístico. Los primeros cazas a reacción, los misiles balísticos, los grandes bombarderos, la bomba atómica de Hiroshima, la máquina Enigma o la computadora Colossus son algunas de las aplicaciones de la ingeniería que se aplicaron al esfuerzo bélico. El ingenio también fue otro de los factores que se puso a prueba durante el conflicto y, por extraño que pudiera parecer, magos, ilusionistas y especialistas en efectos especiales también se sumaron al esfuerzo de la guerra y desarrollaron técnicas de camuflaje que, hoy en día, nos siguen sorprendiendo.
Hace algunos meses dedicamos unos minutos a hablar de uno de los magos más famosos del conflicto, Jasper Maskelyne, un personaje sin el cual Montgomery no hubiese podido vencer a Rommel en la batalla del Alamein y que fue capaz de hacer desaparecer el puerto de Alejandría evitando que fuese bombardeado por la aviación alemana. Precisamente, el temor a los bombardeos hizo que se desarrollasen técnicas de camuflaje capaces de ocultar una fábrica de aviones con su pista de aterrizaje y sus grandes hangares de ensamblado.
Antes del ataque a Pearl Harbor y, por tanto, la entrada de Estados Unidos en el conflicto, las fábricas de armamento de Boeing o Lockheed producían aviones a salvo de cualquier ataque porque se consideraba el conflicto demasiado lejano al territorio estadounidense. El ataque japonés cambió este punto de vista y la costa oeste de Estados Unidos pasó a estar en alerta ante un eventual ataque (que nunca llegó a suceder más allá de una pequeña escaramuza) que obligaba a proteger la maquinaria de producción de aviones de guerra.
En el Condado de King, situado en el Estado de Washington, se encontraba la Planta 2 de Boeing (también conocida como Air Force Plant 17) donde se fabricaban las fortalezas volantes, es decir, los bombarderos B-17 y B-29 (que se producían a un ritmo de 362 unidades al mes). La planta empleaba a unas 30.000 personas que trabajaban en tres turnos de 8 horas y ocupaba un complejo de 160.000 metros cuadrados, un objetivo fácilmente visible desde el aire y, lógicamente, un objetivo militar que el enemigo atacaría a la mínima ocasión.
Con la idea de proteger la infraestructura, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos junto a John S. Detlie, un director de arte procedente de la industria del cine de Hollywood, trabajaron en un decorado que transformase las instalaciones para que desde el aire aparentase ser un barrio residencial y, por tanto, no quedase marcado como un objetivo susceptible de ser bombardeado. Con una dotación presupuestaria equivalente a 15 millones dólares actuales, se construyeron viviendas falsas de madera, se utilizaron lonas, falsos árboles y pintura para "retocar" el techo del hangar de la planta para que desde el aire pareciese una apacible zona residencial con sus viviendas, sus jardines y sus calles.
Si bien nunca hubo un ataque al continente por parte del Imperio de Japón, la Planta 2 de Boeing mantuvo parte de este peculiar decorado (que se fue deteriorando con el tiempo) hasta su desmantelación definitiva el año pasado aunque, cuando la guerra terminó, la compañía repartió parte del material entre sus empleados que lo utilizaron como material de construcción para sus propias viviendas (dado que usaron vigas de madera de gran calidad).
El actual aeropuerto Bob Hope situado entre las ciudades de Burbank y Los Ángeles, en el Estado de California, alojaba en 1941 la planta de producción de la Lockheed donde, por ejemplo, se fabricaba el caza pesado P-38. Al estar situado en la costa oeste, también se consideró este centro de producción una infraestructura crítica que debía protegerse y con tal fin, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos ideó un sistema de camuflaje basado en lonas que transformó la planta de producción en una tranquila zona agrícola.
La incesante actividad de las cadenas de producción quedó oculta tras una extensa red que transformó las pistas de aterrizaje en campos de trigo, el aparcamiento de los operarios en un sembrado de alfalfa y el edificio principal depósitos de trigo, granjas y sembrados.
Tras el trabajo, el Cuerpo de Ingenieros sobrevoló la zona para tomar fotografías aéreas y, francamente, la ilusión funcionaba a la perfección, aunque nunca fue puesto a prueba bajo un ataque real dado que el continente americano nunca fue escenario de ningún bombardeo aéreo a gran escala.
Existen muchas aplicaciones sorprendentes del camuflaje realizadas durante la Segunda Guerra Mundial que demostraron que el ingenio, afortunadamente, es más fuerte que la maquinaria de un ejército.
Imágenes: Seen and Shared y Taphilo.com