La privacidad es sin duda un tema que hoy está en boca de todos en Internet, especialmente después del desafortunado papel que protagoniza Facebook, que muchos tomaron como un llamado a la revolución. Sin embargo, nuestra presencia online no se detiene en las redes sociales, y el negocio detrás de saber quiénes somos y qué buscamos es muy grande, quizás mucho más de lo que podamos llegar a cubrir con nuestras manos.

Para quienes no lo sepan, cada vez que navegamos en cualquier rincón de Internet, existen ciertos datos que nos separan del resto. Si bien los mismos no nos identifican por completo, pueden clasificarnos por país o región, características de nuestra computadora, proveedor de Internet, etc. Las formas más comunes de obtener estos y más datos es a través de nuestra dirección IP y las cookies.

Gracias a estas identificaciones, las agencias de publicidad online pueden recolectar los datos necesarios para catalogar a su potencial audiencia y vender su stock de manera segmentada. Muchos de estos operan como redes entre muchos sitios, lo que les da una alcance importante, como es el caso de los tres productos de Google: AdSense, AdWords y Analytics.

¿Qué pasa si queremos salir del sistema y mantener nuestros asuntos en privado? Ahí es donde debemos arremangarnos y comenzar las tareas: primero, debemos evitar ingresar nuestro usuarios en los sitios (básico), luego debemos vaciar las cookies, y utilizar un navegador que permita algún tipo de modo privado (la mayoría hoy en día). La estocada final sería encontrar un proxy que nos permita ocultar nuestra dirección IP. Listo, ¿Ya podemos navegar tranquilos y anónimos? La respuesta es no.

Debido a la versatilidad de JavaScript, lenguaje incorporado en todos los navegadores modernos, algunos aspectos del navegador pueden ser utilizados sin que nosotros sepamos, cómo por ejemplo, existen librerías que permiten explorar nuestro historial de navegación sin nuestra intervención, determinados cuáles sitios visitamos y cuáles no. Esto no es una falla de seguridad por definición, sino la utilización inteligente de tecnología existente en la plataforma frontal de la web.

Alguien con intenciones de entender nuestra forma de navegar podría utilizar cualquiera de las librerías JavaScript disponibles públicamente, que permiten grabar nuestra interacción con el navegador, también sin avisarnos nada, exponiendo los movimientos del cursos y los textos que ingresamos en formularios, como si se tratase de una cámara de vigilancia. Aunque esta es una práctica que se utiliza para hacer estudios de experiencia de usuarios y optimizar sitios, también puede derivar en fines non sanctos.

Cómo última advertencia, y quizás la más grave en materia de recolección y utilización de datos masivamente, la Electronic Frontier Foundation creó una herramienta llamada Panopticlick donde demuestra que algunos datos que nuestro navegador provee sin restricciones mediante JavaScript (su versión, plugins y fuentes instaladas, resolución de pantalla, etc) pueden combinarse para generar una huella digital casi única dentro de la web. Sus pruebas sobre casi un millón de voluntarios demuestran que, en la mayoría de los casos, es viable la identificación de un usuario mediante esta técnica, sin necesidad de cookies ni dirección IP.

Concluyendo, a pesar de que Internet es, por suerte y por ahora, libre por definición, nuestra privacidad y anonimato se ven coartados por las propias bases de la web como la conocemos hoy en día. Es un juego extraño, donde quizás el mejor movimiento sea no jugar, o acostumbrarnos a desactivar absolutamente todo tipo de interacción antes de navegar, u optar por alternativas un poco más Amish. Cada uno escoge su veneno.

22 respuestas a “¿Privacidad, qué privacidad? Cuando borrar las cookies no alcanza”