Según ha ido avanzando la tecnología unos medios de transporte han desaparecido y otros se han adaptado. Normalmente, los que se han extinguido permanecen como vestigios de otra era con fines turísticos: ferrocarriles de vapor, coches de caballos... Sin embargo, si hay un medio de transporte al que aún miramos con cierta nostalgia, ése es el dirigible o Zeppelin. Durante el escaso tiempo que se utilizaron realmente para el transporte de pasajeros, los Zeppelin fueron aeronaves majestuosas muy distintas de nuestros aviones actuales: la comodidad, y no la rapidez, era la estrella.

Hemos encontrado una galería de imágenes del Hindenburg, el coloso del aire que hasta su trágico accidente en Lakehurst, Nueva Jersey, en 1937, fue el orgullo y el buque insignia de la Alemania Nazi. Sorprende por ejemplo saber que la cubierta de pasajeros no estaba en la barqueta, como sería normal pensar, sino en el interior de la cámara.

La cubierta de pasajeros estaba organizada en tres ambientes: en los laterales, dos espacios longitudinales, uno sirviendo como comedor y el otro como sala de estar. En el interior estaban los 72 camarotes, cada uno con dos literas, un armario, un lavamanos y una banqueta. Había otra cubierta bajo la de pasajeros, que contenía los camarotes de la tripulación, las cocinas, duchas, aseos y, como particularidad, una habitación estanca que servía de área de fumadores. Recordemos que debido al embargo a la exportación de helio que tenía EE.UU., el único productor por entonces del gas noble, los dirigibles de construcción alemana se elevaban gracias al hidrógeno, un gas extremadamente inflamable.

En 1937 un pasaje de Lakehurst a Alemania costaba ni más ni menos que 400 USD. ¿Barato, verdad? Pues no, ya que ajustada la inflación sería equivalente a 6.015 USD de 2010, o 4.890 €, un precio no muy distinto de un billete en primera clase para el mismo recorrido en una aerolínea contemporánea.

Sin embargo, es posible que su precio estuviera justificado. La estabilidad del Hindenburg era tal que era posible dejar un lápiz sobre una mesa durante todo el vuelo sin que rodase lo más mínimo, incluidos el despeje y el aterrizaje, que eran tan suaves que algunos pasajeros ni siquiera los notaban. Aunque la duración de los vuelos era muy variable según las condiciones climatológicas, apenas eran dos días y medio para cruzar de Alemania a EE.UU., y con destino a Rio tomaba cinco días. Teniendo en cuenta que se trataba de un viaje mucho más relajado que uno en avión, podría llegar a merecer la pena incluso hoy.

Desgraciadamente, los dirigibles están muy lejos de volver a surcar los cielos: los costes de desarrollo serían inmensos, y la dependencia de las condiciones climatológicas sería inaceptable para una inmensa cantidad del gran público. Sin embargo, podemos deleitarnos con las imágenes de un tiempo en el que volar era, sin duda alguna, un placer.

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