Ayer se oficializó que el New York Times comenzará a cobrar por su contenido a partir de 2011. El periódico no cobrará indistintamente por el acceso, sino que utilizará un sistema de medición. Es decir, se tendrá derecho a leer un número determinado de artículos de forma gratuita, y a partir de cierta cantidad, comenzará a cobrarse por la lectura. Al parecer, la medida viene por sugerencia del multimillonario Carlos Slim, el accionista individual más poderoso del diario.
El Times opta por un sistema híbrido entre contenido gratuito y contenido de pago para solventar sus finanzas. La crisis económica actual le ha pegado directamente al periódico, el cual ha visto mermados sus ingresos por publicidad impresa en los últimos años. El cobro de contenidos es una medida contraproducente. Hace un par de años, Eduardo Arcos comentaba aquí sobre el caso del diario mexicano Reforma y cómo cobrar por contenido equivalía a hacerte invisible en Internet. Ceci Saia, en Bitelia, analiza cómo el cierre del acceso libre provocaría que los sitios especializados dejaran de enlazar paulatinamente al NYT. Si las consecuencias del cobro implican menos visitas (por lo tanto, valer menos como medio publicitario), ¿por qué insistir en ese modelo?
El problema es pedirle dinero al lector por algo que ya obtenía de forma gratuita. Para un lector ocasional, la medida no representa mayor conflicto, ya que es probable que no agote su cuota de acceso libre. Sin embargo, para un lector asiduo representa tomar la decisión entre seguir leyendo el diario u optar por una alternativa gratuita. En pocas palabras, el NYT se la juega a la fidelidad y al prestigio.
¿Ganará o perderá? En un mundo en el que el acceso a la información en Internet es libre, parece que se están disparando en el pie. Sin embargo, creo que el Times tiene un as bajo la manga: sus columnas y editoriales. Mientras que las noticias pululan por la Red, el contenido específico y especializado puede ser la opción, muy parecido al sistema de financiamiento de ciertas revistas académicas. Una apuesta arriesgada, sin duda, con más por perder que ganar. Ya veremos si el experimento no termina en un estrepitoso fracaso.